Cualquier persona quedaría extrañada si un profesional de la medicina le recitara como un papagayo los síntomas de la enfermedad que le aqueja. Doctor, le diría el enfermo, todo esto que padece mi organismo, lo sé sobradamente, pero ¿cual es realmente la causa de mi enfermedad?
Sobre la crisis económica actual ocurre algo bastante parecido. Miles de ríos de tinta en centenares de periódicos y publicaciones se están gastando, para no decir nada más que aquello que se evidencia cada día y que no explica más que las consecuencias de una enfermedad de la que nadie sabe exactamente cuales son sus causas profundas. La chatarrería intelectual parece haberse apoderado del pensamiento humano y pocos, muy pocos, se atreven a investigar las causas reales que provocan este actual colapso económico de la sociedad del Capital. Dar palos de ciego es lo más habitual.
Este no es el caso de raras excepciones, como la de Zapatero. Sumergido en el “pensamiento Alicia” sigue pensando que eso de la crisis “es discutible”.
Empezaré por el final. Ni la subida de los carburantes, ni la subida de los precios de los alimentos, ni el aumento de la demanda de las economías asiáticas, ni los especuladores, ni los fondos de futuros, ni las bolsas, ni los dos billones de dólares malbaratados en la guerra de Irak, ni las hipotecas subprime, ni la deuda norteamericana, ni la caída del dólar, ni el hundimiento del Estado Benefactor, ni el cambio climático, ni la maldad de los capitalistas… son la causa de la crisis. Estas, entre otras, son sus consecuencias.
Tampoco lo es ni la sobreproducción de mercancías, ni la falta de mercados solventes.
Es una crisis provocada por una enorme acumulación de capitales (sobreacumulación de capitales) que son incapaces de reiniciar el ciclo de dinero-mercancía-mercancía-dinero. Estos son retirados de la economía productiva propiamente dicha para pasar a engrosar espacios en donde el propio Capital cava su tumba: mercados especulativos, paraísos fiscales, mercado del arte, industria militar y espacial, grandes proyectos suntuarios, reuniones, cumbres y forums, eventos deportivos… Nunca en ningún momento de la historia de la Humanidad ha existido tanta cantidad de capital (trabajo humano acumulado) malbaratado, quemado, escondido o reconvertido en “tesoro”. Nunca el sistema bancario tuvo y prestó a crédito tanto dinero. Nunca como ahora la necesidad de destrucción de Capitales para salir de la crisis es tan evidente.
Son situaciones repetidas en la historia de anteriores sistemas sociales en los periodos de su decadencia y nada novedosas en el transitar del sistema de producción capitalista. Sus crisis siempre fueron resultas con guerras que representaron una gran destrucción. Seguramente sea necesario recordar que en los dos últimos hechos destructivos acontecidos, la Humanidad pagó con el sacrificio de 30 millones de muertos en la guerra del 14 y más de 100 millones en la Segunda Guerra Mundial. El Capital salió así vencedor de las crisis anteriores y no tiene hoy otra receta distinta para salir airoso de las actuales o venideras.
Sobre esta cuestión solo responderé brevemente a los que piensan que la guerra de Irak es la causante de la crisis financiera en los EEUU. Contrariamente a lo que se dice, la guerra de Irak ha sido un gran éxito para la administración de Bush. El fracaso ha sido para la Humanidad y muy especialmente para el pueblo norteamericano por no haberla podido detener. La destrucción de Irak ha sido un enorme negocio para las industrias de armamentos, las petroleras y gasísticas, las empresas constructoras e innumerables empresas contratistas privadas de servicios… con el aplauso y beneplácito de los sindicatos norteamericanos y las influyentes iglesias y sectas religiosas. La guerra de Dios ha salvado miles de puestos de trabajo, ha revitalizado industrias y hecho que el Capital rindiera enormes beneficios.
Se ha de tener en cuenta que en los mercados de valores la actividad esencial no es la metabolización de trabajo asalariado, ni la creación de trabajo necesario a fin de obtener plus trabajo y por tanto, nada que tenga relación con la reproducción del Capital o con su autovaloración tal como hasta ahora se ha ido realizando el ciclo acumulativo del Capital.
En las bolsas de todo el mundo se intercambian capitales que previamente han sido retirados del proceso de reproducción, es decir, se trata de capitales que como resultado de una acumulación previa, se ven impedidos de reiniciar una nueva rotación a fin de reproducirse. En cierta manera podríamos decir que es solo DINERO que se niega a convertirse propiamente en Capital para reiniciar su circuito "dinero-mercancía-mercancía-dinero" y que, por tanto, su "intercambio", al no estar basado en la metabolización de trabajo, solo puede tener lugar bajo otros supuestos distintos a los de la producción propiamente dicha y su denominador común se asienta en la pura y simple alteración de los precios. Es pues acertada la expresión usada por muchos analistas de "economía de casino" referida a esta cuestión, puesto que, lo que algunos ganan, otros lo pierden, pero en todos los casos lo que se manifiesta es que no es aquí precisamente en donde se crea la riqueza, y sí en donde el Capital se convierte en una traba para el progreso social. En las bolsas, elevadas por la demencia senil del capitalismo a la categoría de santuarios ludópatas, se ofician diariamente las exequias de un muerto viviente, que a cada anuncio de recorte de la masa de trabajo (regulaciones de empleo, despidos, etc.), entona el aleluya en su imparable ascenso a la sepultura de la Historia. De los cielos, todo todopoderoso, a la sepultura.
La madre de todas las crisis, como la llama Fidel, se alcanza cuando el Capital no puede reiniciar su circulo acumulativo reinvirtiendo en la actividad productiva. Entonces ha alcanzado sus propios límites.
¿Maldad de los capitalistas? No.
Es en realidad un caballo desbocado que no pueden controlar. Cuanto más avanza la sociedad constructora que necesita seguir aplicando nuevos métodos de trabajo, nuevas herramientas robotizadas, nuevos materiales, nuevas técnicas en todos los campos de la actividad productora, más el Capital se acerca a su crisis. El Capital no puede permitir abrir nuevos caminos para producir sin apenas necesidad de metabolizar trabajo humano, empequeñeciendo constantemente el tiempo y el esfuerzo necesario para la fabricación de cualquier mercancía y el de su coste energético.
El Beneficio del Capital, verdadero fin del sistema, siempre ha sido obtenido a partir de metabolizar cantidades crecientes de trabajo productivo. El artesano, el campesino, el intelectual, el sabio, la mujer…, todos han sido forzados por el Capital a existir como asalariados. Ningún sector de la sociedad ha salido indemne de este proceso. Pero este proceso no ha sido solamente cuantitativo. Para el Capital el trabajo no es una mercancía distinta de las demás; en términos objetivos no se diferencia en nada de las materias primas que deben ser extraídas de la Naturaleza o transformadas en mercancías útiles para el consumo. Para el Capital el trabajo es un Costo de Producción en el proceso de reproducción y ampliación del mismo. Reducir este costo (expulsando del mercado de trabajo a cada vez más numerosos “sobrantes) es la otra cara de la misma moneda y la expresión de la contradicción que inevitablemente le lleva a una gran crisis para el propio Capital. Sin trabajo asalariado no hay acumulación capitalista.
La incertidumbre y la inestabilidad económica en este estadio de grave crisis, que muchos analistas no llegan a comprender por tan disparatada y turbulenta (pronto ninguna teoría económica será capaz de explicar los avatares de la sociedad del dinero), y que les hace considerarla a menudo como los primeros síntomas de una crisis final o megacrisis, no significan en absoluto que ésta aunque se llegara a producir ( que llegara a un crak bursátil como el del 29) sea la piedra filosofal de un gran cambio social. Los cambios sociales no sólo se producen cuando un sistema alcanza su agotamiento, sino a su vez, y fundamentalmente, por la acción y voluntad decidida de la sociedad que es capaz de dirigir en otro sentido su capacidad constructora. Solamente lo es, cuando la sociedad se desencadene de las leyes que rigen la sociedad del dinero, cuando sepa resolver de otra manera todos los asuntos relacionados con su supervivencia y bienestar. Sin ello, esta situación de crisis puede dar paso (y existen muchos síntomas que así lo indican) a una feudalización de la sociedad y la entrada en un periodo de represión, penuria y oscurantismo. Las situaciones de barbarie y caos que hoy vivimos (hechos y actos constatados en muchos lugares del globo) no las podemos vislumbrar, por ahora, como ningún indicio de periodo de cambio social sino, por el contrario, como tristes derrotas de una Humanidad, que no alcanza ha encontrar aún el camino hacia su unificación y soberanía plenas. Pero nuestra especie, sin duda, no permanecerá impasible esperando que el Capital resuelva la crisis con nuevas guerras destructoras y generalizando la penuria para amplios sectores de la sociedad.
Mientras tanto, sigan ustedes dando palos de ciego. Busquen pócimas mágicas o soluciones milagrosas. Fallecerá el moribundo y no sabrán aún de qué ha muerto.
La crisis solo puede resolverse con un gran cambio social. La Propiedad Privada es el gran tabú que nadie osa sacar a la luz. Si el concepto de valor de cambio solo puede entenderse bajo las premisas de la propiedad privada y ésta solo se ha generado en base a la apropiación de la fuerza del trabajo humano y de los medios de producción por actos de fuerza, ninguna respuesta al sistema social que amenaza la vida de millones de seres humanos puede darse sin derrumbar estas bases que lo sustentan. Todos los esfuerzos voluntaristas que no aborden esta cuestión desde su raíz serán infructuosos.
¿Hasta cuando los palos de ciego?
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