viernes, 29 de febrero de 2008

Aurora Despierta: Necesitamos el Manifiesto del siglo XXI

Programa, Programa, Programa. Tan necesario es

Si el comienzo de la lucha proletaria tuvo un Programa en el Manifiesto Comunista, ahora necesitamos un Programa Internacional de Transformaciones para superar el capitalismo en acelerada decadencia e inspirar las luchas desde hoy. Un Programa en cuya elaboración deberán participar los trabajadores y sobre el que tendrán la ultima palabra, para un cambio de civilización, no de gobierno.

Necesitamos el Manifiesto del siglo XXI

No me refiero a los programas para las próximas u otras elecciones, de las cuales los trabajadores asalariados no podemos esperar ningún cambio positivo substancial, ni siquiera mejoras permanentes, de modo que no se vengan abajo por la alternancia en el gobierno de la derecha y la izquierda, incluso con la misma izquierda -sobre todo en época de crisis y guerra- preocupada por gestionar y salvar el capitalismo.

Me referiré a otro programa que se aplicaría cuando la correlación de fuerzas sociales y políticas fuese tan favorable a los trabajadores que permitiese su ejecución, pero que es necesario ir elaborando desde ahora, pues su utilidad se manifestaría desde ya, si no en la aplicación, si en las conciencias y por su inspiración a las luchas, ayudando precisamente a crear las condiciones que harían posible su puesta en práctica. Es decir, que la aplicación del programa en un futuro depende de que desde hoy se vaya elaborando e inspire desde ya nuestra lucha.

Quienes estamos convencidos de que con el capitalismo la Humanidad no se librará de las múltiples amenazas que la acechan (pobreza, crisis económico-energética, guerras, cambio climático, la 6ª extinción en masa, holocausto termonuclear...), vemos necesario construir otra civilización, lo que en la práctica significa: a) comprender el funcionamiento del capitalismo, sus contradicciones y conflictos sociales, las posibilidades para librarnos de él, las fuerzas sociales que pueden protagonizar el proceso de cambio; b) concretar unos objetivos y medidas que lo hagan posible lo cual se plasmaría en un Programa Internacional de Transformaciones (PIT), y c) conseguir la correlación de fuerzas que lo permita, lo cual implica un proceso práctico de luchas sociales, económicas, políticas, ideológicas.

La emancipación de los trabajadores de su condición asalariada y del capitalismo, debe ser protagonizada y dirigida por ellos en lugar de seguir a una nueva minoría (partido, guerrilla, ejército reformado, tecnoburocracia, etc.) que, conocida es la dinámica, acabaría por suplantarlos, ponerse por encima, reproduciendo bajo nuevas formas las relaciones de opresión y explotación. Esto implica que la decisión sobre el Programa Internacional de Transformaciones la tendrían las organizaciones que representasen al conjunto de la población trabajadora, los Consejos de Trabajadores y los Consejos territoriales (soviets).

Esta decisión no puede limitarse a votar a favor de un partido político u otro para que tomen las medidas pertinentes a través de sus funcionarios y los del Estado. Estamos hablando de un cambio de civilización, de la superación del trabajo asalariado, una transformación hasta la raíz de las relaciones sociales, lo cual es imposible sin la más profunda y amplia implicación, responsabilización, protagonismo de los afectados, las masas trabajadoras. Esto significa que deben entender bien lo que están haciendo, para asumirlo y esforzarse por conseguirlo. Esa comprensión implica capacidad de discutir, aportar, en suma, elaborar Programa. De modo que el Programa no tiene por que ser el de ningún partido en concreto, sino algo diferente, tal vez mejor o peor, pero de quienes deben ejecutarlo y por tanto deben sentirlo como realmente propio para responsabilizarse de ello hasta el final. Si cometen errores y otros lo saben, será su responsabilidad luchar por persuadirlos para que rectifiquen, pero no suplantarlos pues nadie tiene la garantía de la Verdad, y más vale que una mayoría se equivoque y tenga los medios democráticos para rectificar, a que sea una minoría, se resista a hacerlo, saque ventaja de ello y lo prepare todo para que no pueda desplazársela del poder.

¿Cómo llegar hasta ahí?. Mediante un proceso de luchas sociales que impliquen a cada vez mayores masas de trabajadores y sectores populares oprimidos, reivindicando la satisfacción de sus necesidades humanas y cuestionando por tanto esta civilización que cada vez más las sacrificará pues su mecanismo se rige por el logro del beneficio comercial y si de paso satisface necesidades humanas mejor, pero puede hacer todo lo contrario (despidos, miseria, hambre, guerras...).

Este proceso de luchas y autoorganización de las masas trabajadoras no se dará de un modo automático ni porque lo consiga un partido. Pero sí puede ser estimulado de muchas maneras y una de ellas, importante, es ir ofreciendo proyectos, borradores, orientaciones del Programa. Lo digo así para dejar claro que no puede existir previamente EL Programa, decidido por algunos supuestos sabios y dirigentes políticos o Partido. Las probabilidades de equivocarse son enormes y, lo que es peor, la pretensión de que las amplias masas deberán adoptarlo (como a un hijo que no es propio) conducirá una vez más a reproducir las dinámicas de dirigentes / dirigidos, jefes / masas, pensantes / ejecutantes, una nueva minoría aupándose a costa de la mayoría. El establecimiento de un Programa que no sea provisional ni busque la elaboración por las masas, encorsetará las luchas y sus objetivos, ahogará la iniciativa y creatividad de las masas, abortará el proceso revolucionario que deberá afrontar problemas anteriormente inexistentes o desatendidos, y además de un modo diferente al practicado hasta hoy. Todas las grandes experiencias revolucionarias han sido innovadoras: la Comuna de París, con la cuestión del Estado, Rusia 1905 y 1917, con la creación de los soviets, Alemania 1918 con los Consejos Obreros. Hoy y en adelante, los trabajadores deberán superar muchas tradiciones e inercias en su forma de luchar, organizarse, en quién confían, a quién apoyan, temáticas reivindicativas, valores, etc, que ya no les sirven y serán un auténtico lastre y sabotaje a su autoemancipación; y ser creativos para levantar nuevas instituciones de lucha y poder, valores, reivindicaciones... La transformación del mundo será inseparable de su autotransformación como colectivo humano e individuos.

El proceso revolucionario sólo puede ser tal si es fruto de la iniciativa, protagonismo y creatividad de sus actores reales, las más amplias masas trabajadoras y populares en vez de ser los figurantes, extras, del drama protagonizado por alguna élite, incluso elegida por ellos. Y esto se plasmará en los objetivos de lucha, las reivindicaciones, autoorganización y autodirección, desde la asamblea al Consejo, desde la tabla reivindicativa al Programa de Transformaciones. Y más adelante, la transformación hacia otra civilización, imposible sin su implicación voluntaria, consciente, masiva, teniendo en sus manos el proceso. Que los medios sean coherentes con los fines, o los medios nos conducirán a un final muy diferente: capitalismo de Estado, el llamado socialismo de mercado, vuelta a la propiedad privada capitalista, otras variantes... Si queremos que desaparezca la sociedad de clases, no podemos dejar esto en manos de ninguna minoría aunque cuente con el apoyo y aplauso de la mayoría, pues no resultará, y al cabo de un tiempo, de un modo u otro, volveremos a lo mismo o parecido.

Hoy, en los trabajadores del mundo, hay una desorientación extrema en cuanto al capitalismo, cómo luchar contra él y cómo superarlo. Lo fundamental es la comprensión de que con el capitalismo la perspectiva es de empeorar la vida, tal vez hasta extremos insoportables. En este marco, disponer de otro modelo de sociedad, de unas alternativas a esta civilización, ayudará enormemente a entender que no hay necesidad de aguantar el capitalismo pues otro mundo es posible y la revolución factible.

Los problemas de esta civilización y las transformaciones necesarias son enormes y a escala planetaria. Las más amplias masas no darán el salto a la revolución, hasta el final, si no tienen mínimamente claro a qué se lanzan. Una visión de la sociedad alternativa al capitalismo, lo suficientemente concreta para inspirar su confianza y también en las propias fuerzas para emprender la tarea de construirla. Empujadas por la necesidad podrán llegar hasta la ocupación de empresas y tierras, incluso insurrecciones, pero dudarán de dar el salto definitivo que pondría en marcha el proceso transformador. Podríamos asistir a un movimiento que vacila, se detiene al no ofrecer una alternativa a esta sociedad, y no aguantando al pulso del Capital y múltiples servidores que se esforzarán por recuperar la iniciativa, acabará sometiéndose a sus exigencias para que la sociedad no se hunda en el caos y pueda funcionar al menos según las reglas del juego capitalistas. Al principio, tal vez logren concesiones, pero la contraofensiva burguesa las irá recuperando. El resultado puede ser la propiedad privada conocida, pero también el capitalismo de Estado, el socialismo de mercado, la autogestión a la yugoslava. En cualquier caso, nada que supere de verdad esta civilización y el trabajo asalariado.

Si podemos rechazar esto, podemos también plantear la alternativa en positivo de modo que no sólo sepamos lo que no queremos, sino también lo que buscamos. Ello no tiene nada que ver con el socialismo utópico, los modelos ideales de sociedad, lo que nos gustaría fuese el futuro. Puede ser tan realista como las medidas que con respecto al Estado tomaron en la Comuna de París en 1871. Es decir, responder a lo que de verdad es esta civilización y lo que pueden plantearse y hacer las fuerzas en lucha. No es fantasear, sino prever, recuperar las lecciones de los revolucionarios del pasado, ofrecer alternativas posibles, realistas, pero no en el sentido de acomodaticias con el capitalismo.

El capitalismo decadente no está preñado de progreso y paz, sino de degradación y barbarie. No evoluciona a una sociedad mejor y, menos aun, alternativa. Pero podemos hallar una vía de escape echando abajo los muros de este callejón sin salida, contando con los materiales, contradicciones y conflictos de esta civilización. Podemos servirnos de muchos de sus logros científicos, tecnológicos, organizativos, pero deberemos desguazar, reciclar, muchísimos otros, inservibles para la nueva sociedad, desmantelar instituciones como la empresa capitalista y el Estado, y sobre todo crear nuevas instituciones (económicas, sociales, políticas, etc.) que sustituyan a las anteriores y permitan lanzar el proceso constituyente de una nueva civilización con unos objetivos imposibles de realizar en ésta.

Otro mundo es posible : a) si contamos con las fuerzas sociales existentes y que se puedan generar en conflicto de intereses con esta civilización, sobre todo los trabajadores asalariados; b) si esas fuerzas adquieren en la lucha confianza en su capacidad de unión, organización, enfrentamiento; c) si esas fuerzas, apoyándose en esa confianza, vislumbran en su propia autoorganización, unidad y objetivos, el potencial de nuevas instituciones y metas alternativas a las existentes; d) si se va elaborando un proyecto de nueva civilización que tenga en cuenta los puntos anteriores junto con las lecciones históricas y lo plasme en un Programa Internacional de Transformaciones (PIT); e) si ese Programa se va difundiendo, estimulando e inspirando las luchas y la reflexión, el proceso c); f) si esas fuerzas hacen suya la necesidad del Programa, participan en su elaboración y se plantean pelear por él hasta la lucha final contra esta civilización.

Otro mundo será posible si se plasma desde ahora en un Programa. Otro mundo no será creíble si ni siquiera puede vislumbrarse en un Programa.

Sin duda ese Programa, la exposición lo más concreta posible de las características de la civilización alternativa, será un factor dinamizador de extraordinaria importancia, tanto mayor cuanta más confianza vayan adquiriendo las masas en sus propias fuerzas gracias a la autoorganización, generalización y unificación de sus luchas. Sin él, es altamente improbable (no imposible) que seamos capaces de superar en nuestras mentes el peso muerto de esta sociedad y la experiencia del falso comunismo, y creer de verdad que otro mundo más allá del reformismo radical y utópico, no sólo es deseable, sino posible.

Sectores minoritarios, con más o menos acierto, tienen esbozados programas. Deben ser conocidos y discutidos. Algunos habrá que rechazarlos pues perpetúan aspectos fundamentales del capitalismo, como el llamado socialismo de mercado y el capitalismo de Estado mal llamado socialismo o comunismo. Otros mezclan reivindicaciones reformistas y revolucionarias, no tienen en cuenta con claridad la naturaleza del Estado, confiando en que pueda servir también para el tránsito a la nueva civilización e incluso ser el motor de ella; no se desmarcan plenamente del capitalismo de Estado, confunden los requisitos de un proceso revolucionarios y las condiciones para implementar unas medidas; por tanto no contribuyen al avance en la conciencia que necesitamos. Todos los programas no sirven. Uno especialmente confuso puede hacer más daño que bien.

La difusión correcta de proyectos de PIT no pretende sustituir a los trabajadores en la responsabilidad de participar en su elaboración y menos suplantarlos en la decisión que deberán tomar sus organismos colectivos, sino contribuir a ese proceso, ayudar a dar forma estratégica y programática a lo que los mismos trabajadores estarán apuntando más o menos conscientemente con sus luchas. Que así sea dependerá del contenido del PIT y de la dinámica de relación (autoritaria o no, dirigente o dinamizadora) que los grupos que lo impulsen mantengan con las masas trabajadoras.

Una organización de verdad revolucionaria, aprenderá de todo lo que le enseñen las masas, rectificará lo que haga falta, pero también se mantendrá firme en su labor de persuadirlas cuando crea que se están equivocando. Para una orientación sobre las características de la militancia contraria a cualquier elitismo, mi texto Militancia, la crisis de finales de los 70 en España. Unas lecciones y orientaciones (55 pág) colocado en kaosenlared el 10-XII-07.

Debemos superar la ruptura de la continuidad revolucionaria entre las generaciones de las primeras décadas del siglo XX y las actuales. Pero también es imprescindible superar las grandes limitaciones programáticas y prácticas de aquellas pues les condujeron o impidieron romper plenamente con las variantes del capitalismo de Estado disfrazado de socialista o comunista. Debemos superar las tradiciones que aún persisten pero son un peso muerto en nuestra conciencia, organización y lucha.

El PIT no será una invención, sino sobre todo una recogida de las lecciones históricas de las luchas proletarias, empezando por la Comuna de París y sus enseñanzas sobre el Estado, permitiendo así la recuperación de la memoria histórica y el enlace con las generaciones pasadas. No se trata de suplantar a los proletarios en su tarea de elaborar y decidir sobre el programa, sino de difundir esa memoria histórica, lección programática, al máximo de los proletarios en la medida de su receptividad aunque sea en las ideas, ligado a la experiencia de sus luchas. Sin esperar a que surja nuevamente y con dificultad del proceso del conjunto de las masas trabajadoras, teniendo en cuenta la disparidad de niveles de conciencia y que el desenlace de los procesos revolucionarios se puede jugar en poco tiempo, por lo que debemos llegar a ellos lo más preparados posible. Esto es darles los elementos necesarios para que piensen por sí mismas, comprendan la naturaleza de esta sociedad, mejor por comparación, confíen en la posibilidad de superarla pues ya ha habido intentos en ese sentido y estén mejor preparadas para no dejarse engañar. No es sustituir a las masas en una tarea que ellas deben asumir, sino ayudarlas a que lo hagan en las mejores condiciones sabiendo que la decisión será siempre suya.

El PIT que inicialmente se elabore no tendrá su valor tanto en su capacidad de previsión de todo lo que en su día se necesitará, como de recuperar lecciones históricas y modificar el presente al impulsar la lucha en la dirección del proceso revolucionario, y la reflexión estratégica en los trabajadores. Estimulará las luchas al darles una meta a largo plazo que dotará de sentido los esfuerzos actuales, muchas veces infructuosos en lo inmediato y que de otro modo podrían acabar en desmoralización. Ayudará a poner en orden la lucha y las ideas, ver las potencialidades y dar una motivación para seguir adelante a pesar de los presentes altos costos y escasos beneficios.

Dependiendo de este proceso de lucha de masas en el que ellas transforman su mentalidad, es como el Programa se irá asumiendo y elaborando por ellas mismas hasta convertirlo en su alternativa inmediata, ocupando el lugar de las actuales tablas reivindicativas.

La difusión del PIT es importante para: a) encontrarnos en mejores condiciones cuando se presente la situación propicia de modo que se reduzcan las dificultades y sufrimientos del alumbramiento del proceso revolucionario; b) estar más seguros de que llegaremos a la situación pre-revolucionaria, pues con ese aumento de conciencia desde mucho tiempo antes, ofreciendo la amplitud de visión estratégica del PIT, las fuerzas de la burguesía que quieran salir al paso del desarrollo del movimiento proletario y desviarlo hacia fórmulas populistas, de capitalismo de Estado, etc., lo tendrá más difícil; también dará más confianza al movimiento de los trabajadores y lo constituirá como líder frente a la burguesía, dificultando de este modo el auge de movimientos de corte fascistoide antiproletario.

Si tenemos en cuenta los gravísimos problemas que tiene la Humanidad, afectando hasta la biosfera, las tareas que deberá abordar la revolución son inmensas. Si queremos que los proletarios sean capaces de asumirlas y decidir sin que nadie les sustituya, desde ahora deben avanzar en esa concienciación, educarse en la amplitud de visión y tareas de la revolución, aprender a reflexionar y elaborar política para ello. En ese sentido también el PIT se demuestra imprescindible, al principio de un modo sencillo, y según se avance, de un modo cada vez más profundo y complejo. La elaboración y difusión, aunque sea al comienzo de un PIT básico, es fundamental para estimular la reflexión de los trabajadores y posibles aliados sobre las cuestiones programáticas. No podemos relegar esa tarea hasta la situación pre-revolucionaria, pues dada su enormidad, aunque debamos estar abiertos a la innovación, no debe dejarse a tanta improvisación. Si no se va elaborando desde ya una alternativa realista a esta civilización, sacarán la delantera y ganarán las medidas capitalistas y falsamente socialistas, aunque no entusiasmen, ni siquiera resulten muy convincentes.

En los países ricos la burguesía jugará a tope la baza de recordar mejores tiempos para alimentar la esperanza de superar la crisis del capitalismo y recuperar lo que fue. Tendrá a su favor la idealización de la memoria de una población envejeciéndose que por la edad tendrá muchas reticencias a la incertidumbre de una revolución, por lo que frenará el impulso revolucionario ya menguado por una masa juvenil notablemente más reducida de la conocida en los 60 y 70, sobre la que ejercería una menor influencia por medio de la nostalgia, al no haber vivido esos tiempos. Explotará al máximo la experiencia histórica del llamado socialismo del Este (capitalismo de Estado) y su derrumbe para sostener que no hay alternativa al capitalismo aunque esté en crisis. Esto lo tendrá más fácil si no se ha elaborado un PIT (provisional) y no se está difundiendo entre los trabajadores y en particular la juventud. Aquí, una vez más, destaca la importancia de poder presentar ante las masas, frente a la realidad capitalista, un modelo teórico desarrollado y descriptivo de lo que puede ser la sociedad alternativa, cómo podrá solucionar los gravísimos problemas del siglo XXI.

En los países pobres, jugará mientras pueda con la válvula de escape de la emigración y sobre todo la carta del antiimperialismo (deuda externa, nacionalizaciones...). Para impedir la unidad con los trabajadores de los países ricos airearán su pasividad ante el imperialismo, su complicidad durante todo el siglo XX, su indiferencia ante los problemas de los países pobres, así como haberse beneficiado en su estilo de vida de su explotación. Y en cuanto a la civilización alternativa la desconfianza total en que los trabajadores de los países ricos piensen en términos internacionales, solidarizándose para que se superen las diferencias entre unos y otros. Por eso el Programa debe tener una inspiración internacional e internacionalista y en sus grandes líneas ser el mismo para todos los países, demostrando desde ya que al menos los comunistas estamos luchando porque los trabajadores de los países ricos elaboren uno en esa dirección.

No se debe infravalorar el arsenal ideológico político de la burguesía que se apoyará además en todos los factores de alienación de los proletarios. La burguesía no necesita convencer. Le basta con inhibir lo suficiente la contestación. Le basta con salir del paso si consigue hacer vacilar, confundir, dividir, hasta la próxima y vuelta a lo mismo. La derrota de los proletarios no precisa necesariamente de una gran derrota en grandes batallas. Se puede dar sobre todo por batallas no presentadas en su día, por ceder posiciones -sociales o ideológicas- que acaban debilitando estratégicamente, hasta que llega el punto de no retorno donde ya es imposible evitar la derrota y menos darle la vuelta a la situación, aunque sea con una contraofensiva. De aquí la importancia de que los proletarios sepan bien lo que les interesa, estén convenidos, vean que hay una alternativa programática, unos sectores que la impulsan y que, esta vez, ellos cuentan como los primeros.

La tarea de elaborar el PIT catalizará la reflexión teórica con vistas a la práctica política, la transformación social y la intervención en las luchas. Nos ayudará a descubrir las lagunas y problemas que tenemos, a qué debemos dar respuesta, a qué darle prioridad en la investigación. También permitirá crear las bases políticas prácticas para constituir algún tipo de Internacional.

Si os ha parecido este artículo de interés os remito a una reflexión de mucho mayor calado, pero fácil de entender, en mi ensayo Proletariado. Pasado y futuro de una ilusión (31 pág), colocado en kaosenlared el 24-I-08. Este artículo es una continuación del ensayo por lo que su lectura es conveniente para su cabal comprensión. Sobre la trascendencia hoy de presentar una imagen desarrollada de lo que sería una sociedad comunista o de transición al comunismo superando los recelos de Marx y Engels de caer en los proyectos del socialismo utópico, ver la importante reflexión de Bertell Ollman, Utopía y socialismo en Un socialismo para el siglo XXI, selecciones en castellano de Monthly Review, Hacer editorial, 2007. Sobre la importancia que le dieron Marx y Engels a los programas, ver el incluido en el Manifiesto Comunista y sus críticas a los programas socialdemócratas de Gotha y Erfut.

AURORA DESPIERTA
auroradespierta@yahoo.es

sábado, 16 de febrero de 2008

Wolfgang Leonhard: La triple escisión del marxismo

Publicamos a continuación un fragmento de la obra del historiador (y activista político) Wolfgang Leonhard, “La triple escisión del marxismo” (1970). Concretamente, los tres últimos apartados de su segundo capítulo. En este libro, el autor, partiendo de las propias concepciones de Marx, analizó las diversas concepciones “comunistas” que se reclamaron herederas del marxismo y que desarrollaron una experiencia práctica en los países del llamado “socialismo real” (leninismo, stalinismo, comunismo científico soviético -“revisionismo” tras el XX Congreso del PCUS-, maoismo) así como las propuestas “reformistas” que se formularon y desarrollaron (en mayor o menor medida) en la Yugoslavia de Tito, en Polonia, Hungria y Checoslovaquia. Todo ello en una exposición crítica y muy bien documentada, y, sobre todo, muy esclarecedora sobre cuestiones de enorme importancia para el proletariado en su lucha por la emancipación. Pues, mostrando lo que él considera “escisiones” respecto de las formulaciones de Marx, puede entenderse el camino, tan alejado del socialismo y el comunismo, que adoptaron esas experiencias. Dado que son sólo referencias bibliográficas, hemos eliminado las notas.

LOS NUEVOS COMPONENTES POLITICOS DEL LENINISMO

No hay duda de que Lenin y sus conmilitones estaban firmemente persuadidos de que eran marxistas y de que habían llevado al marxismo a triunfar en el país, en Rusia. Tampoco cabe dudar de que muchas concepciones políticas de Marx y Engels entraron en las obras y escritos de Lenin, en el Leninismo. El internacionalismo de Lenin, su lucha contra el nacionalismo y el chauvinismo -también y precisa­mente en su propia nación-, su repugnancia por las alaban­zas y la glorificación de las experiencias rusas (y de su pro­pia persona), su defensa de una transformación evolucio­nista, voluntaria y socialista de la agricultura, y, sobre todo, su expresa confesión de los diferentes caminos hacia el socialismo en los diversos países, todo ello y otras cosas más dan testimonio de que Lenin tomó y desarrolló muchos principios fundamentales decisivos del marxismo.

Pero junto a esta continuidad no pueden pasarse por alto seis importantes modificaciones de las concepciones po­líticas originales de Marx y Engels.

La primera modificación se refiere al partido. En Marx la clase obrera, el proletariado, ocupaba el primer plano, en cuanto fuerza decisiva que ha de realizar el cambio de la sociedad. En Lenin se trasladó el peso principal al partido, una organización de revolucionarios profesionales que se apoya en una ideología común, al que está sometida la prensa del partido, que en cuanto organización está construida sobre el principio del centralismo democrático, y en el que está prohibida la difusión de concepciones contrarias a las del partido, un partido de élite, unitario y disciplinado que ha de capitanear y dirigir al proletariado.

En segundo lugar, la importancia de la táctica política. Mientras que Marx y Engels se ocuparon poco y de paso de este problema, en Lenin los problemas de táctica, provenientes de su concepción de partido de élite, se hallaban en un claro primer plano. Sus innumerables instrucciones tácticas sobre alianzas, compromisos, concesiones, modos de lucha y sobre todo métodos de actuación en otras organizacio­nes e instituciones, influyeron sin duda en la forma de pensar, incluso tal vez en el comportamiento moral de los miembros y funcionarios.

El tercer ámbito de modificación se refiere a la revolución socialista. Mientras que Marx y Engels unieron siem­pre la revolución social a presupuestos concretos (alto nivel del desarrollo económico y el que el proletariado constitu­yera la mayoría de la población), hablaron siempre de una revolución simultánea en los países industriales más impor­tantes y subrayaron de forma creciente la posibilidad de una transformación pacífica de la sociedad, Lenin cambió total­mente dicha concepción. Según él, los presupuestos mencionados por Marx y Engels ya no son decisivos; una revolución socialista tendrá lugar más bien en el "eslabón más débil" del imperialismo, bajo las condiciones de concretas y muy sobresalientes contradicciones políticas ("situación revolu­cionaria"). Esta revolución puede triunfar también en un sólo país, resultando por regla general de un derrocamiento violento en forma de un alzamiento armado. En vez de una revolución social de los obreros industriales, iba a ser una revolución socialista dirigida por un partido de élite, y exac­tamente sobre este esquema tuvo lugar la Revolución de Octubre de 1917 en Rusia.

El cuarto cambio esencial está en la interpretación de la dictadura del proletariado. En lugar de las características, recalcadas por Marx y Engels, del poder político de la clase obrera, resaltaba Lenin el empleo de medidas dictatoriales contra la derrocada clase explotadora, un poder que se apo­yaba inmediatamente en la fuerza, que se hallaba bajo la dirección de un partido que, para poder realizar dicha tarea ha de estar unido y disciplinado y no puede tolerar fracción alguna ("unidad del partido"). El poder bolchevique de Ru­sia, tras 1917 en forma de poder soviético, fué anunciado por Lenin como realización de la dictadura del proletariado, y sólo amortiguado por referencias diversas a que en el futu­ro y en otros países la dictadura del proletariado se realiza­ría de modo distinto y mejor.

En la concepción leninista de las medidas de transición al socialismo se expresaban también las especiales condi­ciones rusas. En lugar de la corta transición prevista por Engels, sostuvo Lenin la idea de un período de transición muy largo, en cuyo transcurso se habían de producir no sólo una transformación de la sociedad, sino también las bases económicas del socialismo ("comunismo es poder soviético más electrificación"). Las, en parte muy diferentes, manifes­taciones de Lenin sobre las relaciones de propiedad, la direc­ción económica, el papel de los sindicatos, los estímulos económicos, medida y límites del terror, proporcionaron más tarde a las más diferentes fuerzas dentro del comunismo la posibilidad de apelar a Lenin.

Finalmente, emprendió Lenin importantes cambios en la concepción de la futura sociedad comunista sin clases. A partir de una única referencia de Karl Marx, distinguió Le­nin entre una primera fase, la del "socialismo", y una fase superior, la del "comunismo". En el socialismo, el reparto había de producirse según el rendimiento del trabajo ("a cada uno según su rendimiento"), conservándose todavía el Estado; tan sólo se extinguirá en la fase superior del comu­nismo. Las concepciones de Marx y Engels, tan recalcadas, de asociación de productores libres, de la superación de la alienación y de la liberación de la personalidad humana, fue­ron asimismo totalmente marginadas en las ideas de Lenin respecto a la sociedad comunista sin clases.

Todos estos cambios de Lenin en la doctrina política del comunismo reflejan su empeño en acomodar las concep­ciones políticas orginales de Marx y Engels a las tareas y fines del movimiento marxista ruso. La situación social en la Rusia zarista y el hecho de que el proletariado industrial sólo constituía en ella una minoría de la población lo llevó a una nueva concepción del partido. La falta de presupuestos para una revolución social según la mente de Marx y Engels le impulsaron a una interpretación totalmente nueva de la revolución socialista. El triunfo de la revolución bolchevique en Rusia en Octubre de 1917, para la que no se dieron en absoluto las condiciones previas señaladas por Marx y En­gels, halló su expresión en los cambios que introdujo Lenin, tanto en la concepción de la dictadura del proletariado como en la descripción de la futura sociedad sin clases


CRITICA MARXISTA AL LENINISMO

Entre los marxistas, incluso en las propias filas bolche­viques, no dejaron de suscitar contradicción algunos de los cambios introducidos por Lenin en la teoría política del marxismo. Así, Rosa Luxemburgo se alzó ya en 1904 en contra de la nueva doctrina del partido de Lenin: "el ultra­centralismo propugnado por Lenin nos parece sostenido en todo su ser no por un espíritu positivamente creador, sino por una mentalidad estéril de vigilante nocturno. Su línea de pensamiento se dirige fundamentalmente al control del par­tido y no a su fecundación, a su estrechamiento y no a su despliegue, a la vejación y no a la educación del movimien­to". A diferencia de Lenin, exigía Rosa Luxemburgo la crítica sin límites a los órganos superiores del partido como medio contra toda osificación, dando la primacía al desarro­llo creador: "los fallos que comete un movimiento obrero verdaderamente revolucionario son históricamente infini­tamente más fructuosos y valiosos que la infalibilidad del mejor Comité Central”. El mismo Trotsky escribió pro­féticamente acerca de la doctrina del partido de Lenin: "es­tos métodos llevan, como lo veremos un día, a lo siguiente: la organización del partido ocupa el lugar del partido, el Comité Central ocupa el lugar de la organización del parti­do, y finalmente el "dictador" ocupa el lugar del Comité Central".

Cuando Lenin urgió en 1917 a que se pasara en Rusia de la revolución democrático-burguesa a la revolución socia­lista -aunque según las concepciones básicas de Marx y En­gels no estaban maduros los presupuestos necesarios para ello--, Rykov, uno de los jefes bolcheviques advertía: "opino que en las circunstancias actuales, con nuestro nivel de vida, no nos toca iniciar la revolución social. No tenemos la fuerza, ni las condiciones objetivas para ello". Tam­bién el empeño de Lenin para el levantamiento armado en Octubre de 1917 tropezó con resistencias.

Dos de los principales jefes bolcheviques -Kamenev y Zinoviev- votaron en contra diciendo: "estamos profun­damente persuadidos de que un llamamiento a la sublevación armada significa en el momento presente no sólo poner en juego la suerte de nuestro partido, sino la de la revolución rusa y la de la revolución internacional".

En vez del gobierno bolchevique de partido único, pro­pugnado por Lenin tras la revolución de Octubre, muchos bolcheviques, entre ellos un fuerte grupo del Comité Cen­tral, pedían la formación de un gobierno de coalicción socia­lista de los tres partidos socialistas principales, los bolche­viques, los mencheviques y los revolucionarios sociales. Incluso de los 15 miembros del primer gobierno bolchevique de Noviembre de 1917, o "consejo de Comisarios del pue­blo", dimitieron cinco Comisarios -Rykov (Interior), Mil­iutin (Agricultura), Nogin (Industria y Comercio), Theodo­rovich (Alimentación) y Shliapnikov (Trabajo)-, publicando, conjuntamente con una serie de otros bolcheviques, una declaración en la que se decía: "mantenemos el punto de vista de que es necesario formar un gobierno socialista par­tiendo de todos los partidos representados en el Soviet... Declaramos que, de otro modo, sólo hay un camino: el mantenimiento de un gobierno puramente bolchevique usando los medios del terror político. Esto no podemos aceptarlo, no lo aceptaremos. Vemos que esto... llevará a la instauración de un régimen irresponsable y a la ruina de la revolución".

Con especial contradicción tropezó la equiparación he­cha por Lenin del poder bolchevique en Rusia con la dicta­dura del proletariado anunciada por Marx y Engels, así como los métodos del poder bolchevique y la opresión de las demás fuerzas socialistas. Con preocupación escribía Kautsky: "las intenciones de los bolcheviques eran sin duda las mejores. Se mostraron al comienzo de su poder llenos de ideales humanitarios que surgían de la situación de clase del proletariado... Su culpa comienza en el momento en que... proclamaron la "inmediata y total emancipación de la clase obrera" a pesar del atraso de Rusia, y con este fin, por "fracasar" la democracia, exigieron su propia dictadura bajo la firma de la dictadura del proletariado."

Incluso la vanguardista del marxismo revolucionario, Rosa Luxemburgo, aunque alabó a los bolcheviques por su decidida postura revolucionaria, puso en guardia ante el des­precio de las libertades democráticas y ante el creciente ele­mento dictatorial del bolchevismo: "por el contrario, es un hecho público e innegable que sin una prensa libre y sin inhibiciones, es totalmente inconcebible el poder de amplias masas populares... La libertad sólo para los partidarios del gobierno, sólo para los miembros de un partido -por muy numerosos que sean- no es libertad. La libertad es siempre la libertad de los que piensan de forma distinta".

Ya en otoño de 1918 notaba críticamente Rosa Lu­xemburgo acerca de la teoría de la dictadura del prole­tariado sostenida por Lenin y Trotsky:

"El tácito presupuesto de la teoría de la dictadura en el sentido de Lenin y Trotsky es que la revolución socialista es algo para lo que se tiene ya en el bolsillo del partido de la revolución una receta hecha, a la que no hay más que aplicar con energía. Pero por desgracia -o según lo que sea: por fortuna- no es ésto así... El sistema social socialista sólo debe y puede ser un producto histórico, nacido de la propia escuela de la experiencia, en la hora de su consumación, del devenir de la historia viva... Lo negativo, la destrucción pue­de decretarse, la construcción, lo positivo, no.... Tan sólo la vida que espumea sin coacción va adoptando mil nuevas formas e improvisaciones, esclarece la fuerza creadora y co­rrige incluso los fallos... El único camino al nuevo nacimien­to es la escuela de la vida pública misma, la más ilimitada y amplia democracia, la opinión pública. Precisamente el po­der del terror es lo que desmoraliza".

Partiendo de ello, profetizó que el poder bolchevique llevará a la formación de una nueva burocracia: "con el aniquilamiento de la vida política en todo el país tiene que ir paralizándose también cada vez más la vida en los Soviets. Sin elecciones generales, sin una prensa sin trabas y libertad de reunión y sin una libre lucha de opiniones, va muriendo la vida en toda institución pública, se convierte en vida apa­rente, en la que el único elemento activo es la burocracia. La vida pública se va adormeciendo paulatinamente, algunas docenas de cabezas sobresalientes y una élite del proleta­riado son convocados de tiempo en tiempo a asambleas para aplaudir los discursos de los jefes y aprobar "unánimemente las resoluciones propuestas". La dictadura del proleta­riado es, según Rosa Luxemburgo, la "dictadura de la clase, y no de un partido o de una claque". Ha de realizarse "en la más amplia publicidad, con la participación más activa y libre de las masas populares, en una democracia ilimitada".

Pero de lo que más en guardia ponía Rosa Luxemburgo era de ir relegando la realización de la democracia socialista a un futuro lejano: "es tarea histórica del proletariado el introducir, una vez en el poder, la democracia socialista en lugar de la democracia burguesa, y no la de eliminar toda democracia. Pero la democracia socialista no comienza en la tierra prometida, cuando se han echado los cimientos de la economía socialista, como un regalo de Navidad ya listo para el honrado pueblo que ha apoyado mientras tanto fiel­mente el puñado de dictadores socialistas. La democracia socialista comienza ya con el derrocamiento del reinado de las clases y la edificación del socialismo".


LA TRANSICION AL STALINISMO

Hasta qué punto tenía razón Rosa Luxemburgo con su crítica y sus advertencias, lo mostró el desarrollo ulterior del bolchevismo. En los años de la guerra civil se centralizaron el poder militar y el económico, se eliminaron en la econo­mía los Comités de control del trabajo que habían sido elegidos, colocándose las empresas bajo la dirección de di­rectores de fábrica estatales. La Cheka redujo al silencio no sólo a fuerzas contrarrevolucionarias, sino también a parece­res y corrientes críticos en el propio campo.

Con los éxitos de los bolcheviques en la guerra civil se cambió la estructura y el carácter del partido. A causa de la larga guerra civil, el hambre y las privaciones, se paralizó el estusiasmo revolucionario, y se fortaleció y creció el aparato bolchevique. Acudían, cada vez más, al partido el tipo de hombre que suele estar siempre del lado de los más fuertes. Dentro del partido, que desempeñaba el papel de único par­tido en el poder, se desarrollaba una nueva casta privi­legiada.

"Cuando cedió la tensión y los nómadas de la revolu­ción se hicieron sedentarios, despertaron y se desarrollaron en ellos propiedades pequeño-burguesas, simpatías y tenden­cias de funcionarios satisfechos de sí mismos", caracterizaba más tarde Trotsky este cambio. En las sesiones del Comité Central notaba Trotsky "la voz del apaciguamiento moral, de la autosatisfacción y del aplauso pueblerino". Las noches dedicadas en común a la bebida con las inevitables charlas sobre los ausentes, se convirtieron, según Trotsky, en "diver­siones que se fueron haciendo costumbre en la nueva casta social gobernante".

Pero esta evolución iba siendo ya observada por mu­chos bolcheviques con preocupación y espanto -sobre todo por la "oposición obrera" bajo la jefatura de Shliapnikov y por el grupo de oposición de los "centralistas democrá­ticos". Ambos grupos se volvieron con toda crudeza contra la centralización y burocratización del partido, contra la opresión de la libertad de opinión; la "oposición obrera" se opuso también a la dirección económica centralista y el nombramiento desde arriba de los directores de empresas, exigiendo -en consonancia con las ideas de Marx y Engels-, poner las empresas en manos de consejos obreros elegidos.

"No somos partidarios de la edificación del socialismo bajo la dirección de "organizadores de trust". Somos parti­darios de la edificación del socialismo por la fuerza de clase creadora de los mismos trabajadores, y no por medio de órdenes de "capitanes de industria", declaraba el bolche­vique de oposición Ossinski: "El socialismo y las organizaciones socialistas han de instaurarse por el proletariado mismo, o no se instaurarán; surgirá otra cosa, el capitalismo de Estado".

Sapronov, que pertenecía al grupo de los "centralistas democráticos", puso en guardia ante la creciente centrali­zación y burocratización del partido: "convertís a los miem­bros del partido en gramófono obediente con jefes que dan órdenes". Si este proceso sigue adelante, también el Comité Central será sustituido por un dictador: "también aquí pue­de nombrarse a un único jefe", y "entonces se habrá perdi­do la revolución".

A principios de 1923, la última oposición de este tipo, el "grupo de trabajadores", se alzó contra estas tendencias en el seno del partido: "la central del P.C.R. no quiere tolerar ninguna crítica porque se cree tan infalible como el papa de Roma". El "grupo de trabajadores" predijo que en la Unión Soviética iba a surgir una nueva clase domi­nante. "El mayor peligro está en que la forma de vida de una parte muy grande de la cumbre rectora ha comenzado muy pronto a cambiar. Si dura algún tiempo esta situación, en la que los miembros de la administración de un trust, pongamos por caso del trust del azúcar, reciben mensual­mente 200 rublos-oro de sueldo y además una buena y bara­ta vivienda y tienen a su disposición un auto gratis", mientras que un trabajador "aparte de la modesta ración que recibe del Estado, cobra mensualmente una media de cuatro a cinco rublos", es inevitable una nueva formación de clases. "Si esta situación no desaparece pronto, sino que sigue in­fluyendo durante diez y veinte años, el ser de unos y de otros determinará su conciencia y se enfrentarán unos a otros como dos luchadores en distintos campos". Existe con ello el peligro de la transformación del poder proletario en una oligarquía. El partido comienza a "transformarse en un grupo de detentadores del poder, que mantienen en sus manos los recursos económicos y el dominio sobre el país, pasando a ser un casta obligatoria".

El mismo Lenin que consideraba exagerados estos pare­ceres y combatió a sus partidarios, tomando "medidas admi­nistrativas" contra ellos o, al menos, permitiendo que se tomaran, no dejó de observar su desarrollo con preocu­pación, aunque es cierto que minusvaloró el peligro.

Así, en Diciembre de 1920, se quejaba Lenin de "que nuestro Estado es un Estado de trabajadores con excrecen­cias burocráticas". Ya en Febrero de 1921 habló de "burócratas soviéticos", y se quejó de que "había en­trado demasiado burocratismo en el aparato". En Mar­zo de 1921 decía Lenin que el "tumor burocrático se ha convertido en punto delicado", del orden estatal, criti­có la "deficiente realización del democratismo, queján­dose de que "el aparato burocrático fuera tan gigantes­co".

Sin embargo, sólo a finales de 1922 comenzó Lenin a ver en toda su dimensión el amenazador peligro del aparato burocrático. El aparato soviético, escribía, es el viejo "apa­rato ruso", al que los bolcheviques "han tomado del zarismo y lo han untado muy ligeramente con aceite soviético". Los bolcheviques no podían considerar este aparato como pro­pio. Lenin vió ahora en el aparato un poder extraño y ame­nazador: "Si queremos ser honrados, hemos de confesar que calificamos como nuestro a un aparato que en realidad va siendo cada vez más ajeno y representa una mescolanza bur­guesa-zarista". También se hallaba Lenin seriamente preocu­pado por el creciente nacionalismo ruso: "no cabe duda de que el insignificante porcentaje de trabajadores soviéticos y sovietizados se va a ahogar en este mar de chusma chauvi­nista gran-rusa, como las moscas en la leche".

Se añadió a ésto que la esperanza de los bolcheviques de una revolución mundial resultó ser una ilusión. La Rusia soviética se quedó sóla. Los revolucionarios intelectuales con mentalidad internacionalista, penetrados de marxismo revolucionario y por los objetivos socialistas, fueron siendo sustituidos, cada vez más, por aparachiks de mentalidad es­trecha y horizonte provinciano, que vieron en el poder la realización de sus propias aspiraciones. Se agruparon en tor­no a la Oficina de Organización y al Secretariado de la jefa­tura del partido, donde residía Stalin, Secretario General del partido desde Marzo de 1922. En Marzo de 1922 se quejaba Lenin de que el desarrollo soviético sólo se determina por la "autoridad de la delgadísima capa a la que puede llamarse vieja guardia del partido". Una insignificante lucha interna puede llevar a que el desarrollo soviético "ya no esté depen­diendo de ella".

El 21 de Enero de 1924 murió Lenin. Sus advertencias sobre Stalin no fueron atendidas, ni se siguió su urgente propuesta de destituir a Stalin. El desarrollo de la Unión Soviética ya no dependía, como lo predijo Lenin, de la vieja guardia de los bolcheviques, sino de los nuevos apa­rachiks, cuyo portavoz y jefe era Stalin.

El desarrollo ulterior, no sólo de la Unión Soviética, sino también de la teoría política del comunismo fué, en lo sucesivo, determinado por el hijo de un zapatero georgiano, que se llamó José Vissarionovich Dshugashvili, que actuó en el partido bolchevique al principio bajo el nombre de Koba, y más tarde fué mundialmente conocido por el nombre de Stalin.

sábado, 9 de febrero de 2008

Un Manifiesto Ecosocialista

Publicamos a continuación el “Manifiesto Ecosocialista” que redactaran J.Kovel y M.Löwy. No sólo nos parece interesante para el debate por sus formulaciones y planteamientos, sino por su “actualidad política”, en especial en el debate político español. Porque el término “ecosocialismo” está siendo utilizado por muchos: desde la dirección de I.U. e Iniciativa per Catalunya Verds, hasta múltiples organizaciones verdes y ecologistas. También por muchos de sus detractores “ortodoxos”. Pero de lo que unos y otros comentan sobre la cuestión, puede desprenderse que tienen una visión muy distinta a la de los autores del Manifiesto y la red que promueven (Red Ecosocialista Internacional). Parece que a nuestros “políticos” les interesa más el nombre que el contenido, demostrando una vez más su oportunismo y su afán por ganar rápidamente votos y apoyos.

Porque los autores del Manifiesto vinculan estrechamente la lucha contra el capitalismo y la defensa del medioambiente. Para ellos no es posible reformar el sistema capitalista. Sólo su superación, su transformación radical en otro tipo de sociedad (la socialista) es la garantía de que esa barbarie que nos amenaza (la de la destrucción de los ecosistemas sobre los que se sustenta nuestra propia existencia) no llegará a hacerse efectiva. Y en su análisis del capitalismo mundial de nuestros días, plantean todas las cuestiones centrales a las que los marxistas nos enfrentamos.

Un Manifiesto Ecosocialista

Joel Kovel y Michael Löwy
A MODO DE INTRODUCCIÓN

La idea de este manifiesto ecosocialista fue lanzada por Joel Kovel y Michael Löwy en el taller sobre ecología y socialismo que tuvo lugar en Vincennes, cerca de París, en septiembre de 2001. Todos sufrimos la dolencia crónica de la paradoja de Gramsci, vivir en una época en la que el viejo orden agoniza (llevándose la civilización con él) mientras que el nuevo orden no parece capaz de nacer. Pero, al menos, puede ser anunciado. La sombra más oscura que se cierne sobre el presente no es el terror, ni el desastre ambiental, ni la recesión o la depresión mundial, sino el fatalismo internalizado que dice que no existe otra posibilidad que el orden mundial del capital. Por eso quisimos negar deliberadamente el estado de ánimo actual de avenencia inquieta y asentimiento pasivo.

El ecosocialismo no es todavía un espectro, ni tampoco está basado en ningún partido o movimiento concreto. Es solamente una línea de razonamiento que parte de una determinada interpretación de la crisis actual y de las condiciones necesarias para superarla. No tenemos ninguna pretensión de omnisciencia. Por el contrario, nuestra meta es invitar al diálogo, a la discusión, a las enmiendas y, sobre todo, a pensar cómo puede realizarse esta idea. A todo lo ancho del universo caótico del capital mundial surgen espontáneamente puntos innumerables de resistencia. Muchos son intrínsecamente ecosocialistas en su contenido. ¿Cómo podría hacerse que confluyeran todos ellos? ¿Podemos pensar en una "internacional ecosocialista"? El espectro, ¿podría llegar a materializarse? A tal efecto, pedimos a los lectores que respondan a esta revista.

UN MANIFIESTO ECOSOCIALISTA

El siglo XXI se abre con una nota catastrófica, una situación de calamidad ecológica sin precedentes y un orden mundial caótico preñado de terror y de focos de guerra de baja intensidad que se expanden como gangrenas en grandes áreas de África central, Oriente Medio, Asia central y meridional y las zonas noroccidentales de Sudamérica, y desde ahí reverberan a través de los continentes.

Desde nuestro punto de vista, la crisis ecológica y las crisis de ruptura social están intensamente interrelacionadas y deben considerarse manifestaciones diversas de las mismas fuerzas estructurales. La primera surge en líneas generales de una industrialización desenfrenada que abruma la capacidad de la Tierra para amortiguar y contener la desestabilización ecológica. La segunda proviene de la forma de imperialismo conocida como mundialización (o "globalización"), con sus efectos desintegradores de las sociedades que se interponen en su trayectoria. Por lo demás, esas fuerzas subyacentes son esencialmente aspectos distintos del mismo impulso que es el dinamismo central que mueve al conjunto: la expansión del sistema capitalista mundial.

Creemos que hay que rechazar todos los eufemismos y las medias tintas propagandísticas de la brutalidad de este sistema, los camuflajes con pintura verde de sus costos ecológicos y el enmascaramiento de sus costos humanos con palabras de democracia y derechos humanos. Por el contrario, insistimos en que es necesario contemplar al capital desde el punto de vista de lo que han sido realmente sus efectos y resultados.

Con su imperativo a expandirse constantemente buscando la rentabilidad, el sistema actúa sobre la naturaleza y su equilibrio ecológico, exponiendo los ecosistemas a contaminantes desestabilizadores, degradando hábitats cuyo desarrollo ha requerido milenios hasta permitir la multiplicidad de los organismos, malgastando los recursos y reduciendo la sensual vitalidad de la naturaleza a la intercambiabilidad fría que exige la acumulación del capital. Desde el punto de vista de la humanidad y de las necesidades humanas de autodeterminación, de comunidad y de existencia significativa, el capital reduce a la mayoría de la población mundial a una mera reserva de fuerza de trabajo, mientras que desecha a gran parte del resto como un fastidio inútil. El capital ha invadido las comunidades y ha minado su integridad mediante su cultura mundial masiva de consumismo y despolitización. El capital ha aumentado las desigualdades de riqueza y poder a niveles sin precedentes en la historia humana y ha sido uña y carne de una red de estados clientes corruptos cuyas élites locales hacen el trabajo sucio de represión, ahorrándole al centro la infamia. Y bajo la supervisión global de las potencias occidentales y de la superpotencia estadounidense, el capital ha puesto en marcha una red de organizaciones transestatales para minar la autonomía de la periferia y mantenerla endeudada, mientras sostiene un aparato militar enorme para hacer que se obedezca al centro del sistema.

En nuestra opinión el sistema capitalista actual no puede regular la crisis que él mismo ha puesto en marcha, ni mucho menos superarla. El sistema no puede solucionar la crisis ecológica porque hacerlo requiere fijar límites a la acumulación, lo cual es una opción inaceptable para un sistema social sustentado sobre el imperativo de crecer o morir. Y no puede solucionar la crisis planteada por el terror y otras formas de rebelión violenta porque hacerlo significaría abandonar la lógica del imperio, lo que a su vez impondría límites inaceptables al crecimiento y a todo el "estilo de vida" que el imperio defiende. Su única opción es recurrir a la fuerza bruta, incrementando así la alienación y sembrando el germen de nuevos terrorismos... y más contraterrorismo, en evolución hacia una variante nueva y maligna de fascismo.

En suma, el sistema capitalista mundial está históricamente arruinado. Se ha convertido en un imperio incapaz de adaptarse, cuyo gigantismo extremo revela la debilidad de sus fundamentos. En términos ecológicos es profundamente insostenible y hay que cambiarlo, o, mejor dicho, reemplazarlo, si se pretende que el futuro sea digno de vivirse.

Así ha vuelto a plantearse otra vez la drástica alternativa de "socialismo o barbarie" que una vez planteó Rosa Luxemburg y en la que la barbarie refleja ahora la huella del siglo que ha transcurrido y asume el aspecto de la catástrofe ecológica, del contraterror del terror y de su degeneración fascista. ¿Pero, por qué volver a hablar de socialismo, por qué revivir esa palabra aparentemente consignada al basurero de la historia por los fracasos de sus interpretaciones del siglo XX? Solamente por una razón: porque la noción del socialismo, a pesar de su abatimiento y su falta de realización todavía implica la superación del capital. Si hay que vencer al capital -tarea ahora urgente para la supervivencia de la civilización misma-, el resultado forzosamente será "socialista", pues ese es el término que implica la solución de continuidad con el capitalismo y el paso a una sociedad poscapitalista. Creemos que el capital es radicalmente insostenible y aboca a la barbarie como hemos explicado, pero también creemos que hay que construir un "socialismo" capaz de superar las crisis que el capital ha desencadenado. Y si los "socialismos" del pasado no han podido hacerlo, entonces, si optamos por no someternos a una barbarie final, tenemos que luchar por un socialismo que tenga éxito. E igual que la barbarie ha cambiado, reflejando el siglo transcurrido desde que Rosa Luxemburg enunció su drástica alternativa, también el nombre y la realidad del socialismo deben cambiar para adecuarse a la realidad de nuestro tiempo.

Todas estas razones son las que nos llevan a denominar "ecosocialismo" a nuestra interpretación del "socialismo" y a actuar por su realización.

¿POR QUÉ ECOSOCIALISMO?

En nuestra opinión el ecosocialismo no es la negación sino la realización de los socialismos de "primera época" del siglo XX, en el contexto de la crisis ecológica. Como aquellos, el ecosocialismo parte de la idea de que el capital es trabajo pretérito materializado; y se fundamenta también en el desarrollo libre de todos los productores, o dicho de otra manera, en la eliminación de la separación entre los productores y los medios de producción. Esta meta no pudo ser alcanzada por el primer socialismo por razones demasiado complejas para elaborarlas aquí más allá de decir que fueron efectos de la falta de desarrollo en un contexto de hostilidad de las potencias capitalistas. Esa coyuntura tuvo muchos efectos nocivos sobre el socialismo existente, principalmente la negación de la democracia interna y la emulación del productivismo capitalista, que llevaron finalmente al derrumbamiento de esas sociedades y al desastre ecológico en esos países.

El ecosocialismo conserva las metas emancipadoras del primer socialismo y rechaza los objetivos tibios y reformistas de la socialdemocracia y las estructuras productivistas de las variedades burocráticas del socialismo. En cambio, el ecosocialismo insiste en redefinir las vías y las metas de la producción socialista en un marco ecológico, específicamente en lo que se refiere a los "límites al crecimiento" esenciales para la sostenibilidad de la sociedad. Sin embargo, esos límites no se asumen en un sentido impositivo de escasez, penuria y represión. La meta es una transformación de las necesidades y un desplazamiento profundo de lo cuantitativo a lo cualitativo. Desde el punto de vista de la producción de mercancías eso se traduce en una valorización del valor de uso frente al valor de cambio, un proyecto de largo alcance fundamentado en la actividad económica inmediata.

La generalización de la producción ecológica bajo condiciones socialistas puede abrir condiciones para la superación de las crisis actuales. Una sociedad de productores libremente asociados no se detiene en su propia democratización, sino que asume como propia la liberación de todos los seres. Y así supera el impulso imperialista subjetivo y objetivo y en la lucha por realizar esos objetivos busca superar también todas las formas de dominación, incluidas especialmente las de género y raza. Y deja atrás las condiciones que llevan a la aberración fundamentalista y sus manifestaciones terroristas. En suma, postula una sociedad mundial con un grado de armonía ecológica con la naturaleza impensable en las condiciones actuales. Un resultado práctico de estas tendencias sería, por ejemplo, la progresiva eliminación de la dependencia respecto de los combustibles fósiles que es inherente al capitalismo industrial. Esto proporciona a su vez la base material para la liberación de las zonas subyugadas por el imperialismo del petróleo y a la vez permite frenar el calentamiento atmosférico y las demás aflicciones de la crisis ecológica. Cualquiera que lea lo anterior verá en primer lugar los muchos interrogantes teóricos y prácticos que estas prescripciones plantean. Después, y eso es lo más desolador, resultará obvio lo lejos que está todo esto de la actual configuración del mundo, tanto de las instituciones que lo anclan como de la consciencia que lo expresa. No hay que insistir en ello, que es evidente para cualquiera. Pero sí insistimos en que se entienda en la perspectiva apropiada. Nuestro proyecto no es definir cada etapa del camino, pero tampoco nos rendimos frente al adversario a la vista de su fortaleza. Lo que pretendemos es desarrollar las etapas lógicas de una transformación suficiente y necesaria del orden actual y comenzar a elaborar los pasos intermedios hacia esa meta. Lo hacemos para explorar esas posibilidades y, a la vez, empezar a articular a todos los que piensan de manera similar. Si estas reflexiones tienen algún mérito, en puntos innumerables alrededor del mundo estarán germinando cooperativamente pensamientos similares y prácticas para realizarlos. El ecosocialismo será internacional y universal, o no será nada. Las crisis de nuestro tiempo pueden y deber verse como oportunidades revolucionarias, que debemos afirmar y convertir en realidad.

Publicado como editorial, con los nombres de 18 firmantes, en la revista Capitalism, Nature, Socialism - A Journal of Socialist Ecology
(http://gate.cruzio.com/~cns/backissues/cont49.html), Vol. 13(1), marzo de 2002.
Traducción de José A. Tapia Granados; revisión de Verónica Saladrigas.
http://www.manueltalens.com/lecturas/manifiesto.htm

domingo, 3 de febrero de 2008

MATTICK: LA HEZ DE LA HUMANIDAD

Nota del traductor

El presente artículo discute principalmente la relación entre condiciones de vida y conciencia revolucionaria. Fue escrito durante la gran depresión, cuando el desempleo en EEUU, Gran Bretaña y muchos otros países occidentales alcanzó y en algunos casos rebasó el 30%. La versión original, titulada “The scum of humanity”, apareció en la revista International Council Correspondence [Correspondencia Consejista Internacional] en marzo de 1935. La colección completa de esa revista con su predecesoras Living Marxism y su continuadora New Essays fue reimpresa en edición facsímil por Greenwood Reprint Corporation (Westport, Connecticutt, 1970). La presente traducción se ha hecho a partir de esa edición facsímil. En la versión original el artículo apareció sin firma. Tanto por su contenido como por su estilo el texto es claramente atribuible a Paul Mattick, que era el editor de la revista. De hecho el artículo consta como tal en la bibliografía de Paul Mattick preparada con la colaboración de Paul Mattick hijo. En el original los distintos aprtados del texto estaban simplemente numerados. Los títulos de los apartados de la presente versión, entre corchetes, son del traductor.

Paul Mattick nació en Alemania en 1904 y murió en Estados Unidos en 1984. Participante en el movimiento revolucionario alemán a finales de la primera guerra mundial, en los grupos espartaquistas, emigró en 1926 a EEUU donde trabajó en la industria automovilística, fue activo en el movimiento de desempleados durante los años treinta y editó diversas revistas de la izquierda consejista. Entre artículos y libros la bibliografía de Mattick excede de 500 títulos en alemán y en inglés.
J.A.T.G.
1999

Una persona poco familiarizada con cuestiones políticas que asista a reuniones de trabajadores, exceptuando las de desempleados, probablemente se verá sorprendida por el hecho de que la mayor parte de los presentes no forma parte de los estratos más pobres del proletariado. Los trabajadores mejor organizados son, por supuesto, los pertenecientes a la llamada aristocracia obrera, que asume una posición social entre la clase media y el proletariado genuino. Las organizaciones sindicales de estos estratos defienden los intereses vitales directos de sus miembros, proporcionándoles ventajas inmediatas, y ni son capaces de politizar a sus adherentes en un sentido socialista ni tampoco lo intentan. Por otra parte, el movimiento obrero radical solo puede proporcionar a sus adherentes satisfacción ideológica, no ventajas materiales. Y es precisamente por esta razón por lo que es incapaz de alcanzar a las capas realmente empobrecidas del proletariado. Esta parte, por su misma miseria, se ve obligada a preocuparse solamente de sus intereses más perentorios y directos si es que no quiere dejar la vida misma. Por esa razón los movimientos políticos radicales de la clase obrera oscilan entre dos polos de la población trabajadora, la aristocracia obrera y el lumpenproletariado. El peso de la organización lo llevan elementos que aunque no se hacen ilusiones sobre las nulas posibilidades genuinas de avance personal en la sociedad actual, mantienen un nivel de vida que les permite dedicar dinero, tiempo y energías a esfuerzos cuyos frutos, en forma de mejoras reales materiales para ellos mismos, quedan diferidos a un incierto futuro. Estos militantes se enfrentan a la sociedad actual desde el reconocimiento de que hay que cambiarla, a pesar de lo cual a ellos les resulta posible vivir en ella.

La actividad del movimiento obrero radical en tiempos no revolucionarios se dirige fundamentalmente a transformar la ideología predominante. La agitación y la propaganda exigen sacrificios materiales y no proporcionan ventajas materiales. Los miembros activos de las organizaciones obreras deben tener tiempo disponible. Son militantes que confían en que las masas se transformarán en un sentido revolucionario, pero mientras tanto hacen lo posible por acercar el día del cambio y se dedican a educar, discutir y filosofar. Los elementos de la clase obrera que simpatizan con esas ideas pero que por sus circunstancias vitales no están en posición de esperar, se ven continuamente rechazados por estas organizaciones. Las fluctuaciones de militancia en el movimiento radical no son solo resultado de falsas políticas o de falta de tacto de la burocracia en su trato con los miembros todavía ideológicamente inestables. Son también resultado de la compulsión crecientemente imperiosa de un estrato cada vez mayor de trajadores empobrecidos a “limitar sus miras”. La actividad del movimiento del que esperan ayuda solo les proporciona palabras y un algo en que perder el tiempo. No solo no les ayuda sino que les dificulta su lucha individual por la existencia, una lucha que se hace cada vez más difícil, que cada vez consume más horas y más esfuerzo psicológico cuanto más se extiende la penuria en la sociedad y cuanto más se hunde el individuo. Independientemente de la propaganda socialista que hayan absorbido, sus condiciones de existencia les empujan a acciones que son opuestas a sus convicciones y como resultado esas mismas convicciones antes o después se desvanecen, ya que son “inútiles en la práctica”.

Esa es también una de las razones por las que el movimiento político de la clase obrera se quiebra en los periodos de recesión y funciona mejor en tiempos de reactivación económica. Y por ello, a partir de su “experiencia” una gran parte del movimiento obrero ha tomado una posición abiertamente hostil contra la idea de que el empobrecimiento de las masas es sinónimo de crecimiento de las ideas revolucionarias. A quienes mantienen esta teoría del empobrecimiento se les señala repetida y apasionadamente la existencia del lumpenproletariado, como prueba de que el empobrecimiento hace a las masas apáticas en vez de revolucionarias y las pone en oposición al proletariado más que en disposición de servirlo, ya que la clase dominante a menudo aprovecha al lumpen para sus propias necesidades. Y de esta forma el movimiento obrero se esfuerza con gran celo en mejorar la posición económica de los trabajadores, considerando que precisamente de esa manera se elevarará la conciencia de clase del proletariado. De hecho, en el periodo de avance de la sociedad capitalista la mejora del nivel de vida del proletariado fue paralela al crecimiento de los sindicatos y organizaciones políticas obreras y al fortalecimiento de la conciencia política de los trabajadores. Pero esta conciencia, como las organizaciones mismas, no era revolucionaria. Por lo tanto, la teoría de la elevación del nivel de vida del proletariado como medio de avance revolucionario resultó tan desmentida como la teoría de la pauperización. La dificultad fue resuelta mediante la explicación desgraciada y absurda de que la actitud reaccionaria de los trabajadores organizados era resultado de sus direcciones reaccionarias. La contradicción que implica el combatir el empobrecimiento y al mismo tiempo mantener que es necesario se consideraba lesiva para la existencia de la organización. Las masas no pueden ser atraídas hacia la organización sin recibir al mismo tiempo algunas promesas.

La convicción, basada en una visión superficial de los fenómenos, de que el empobrecimiento hace a las masas reaccionarias en vez de revolucionarias, y la repugnancia hacia el lumpenproletariado como manifestación viviente de esta “verdad” fue durante mucho tiempo una característica común del movimiento político de la clase obrera y todavía surge en el debate político cuando se trata de explicar la ayuda reclutada por la clase dominante en el campo del proletariado. El escaso grado de organización y la conciencia de clase relativamente subdesarrollada de los desempleados tiende aparentemente a refutar la teoría del empobrecimiento. Lo mismo ocurre con la función que cumple el lumpen en la sociedad. Por supuesto es esta “hez de la humanidad” la que, en alianza con la pequeña burguesía y a las órdenes del capital monopolista llena las filas del fascismo. Los elementos que el movimiento fascista atrae desde los círculos de la clase obrera esperan y obtienen ventajas que en cualquier caso son inmediatas, aunque puedan ser pequeñas. Esos elementos no se vinculan a ningún movimiento por motivos ideológicos, que sobrepasan en mucho sus posibilidades. Que las ventajas sean de carácter meramente temporal no preocupa a esos elementos que, por supuesto, viven permanentemente “al día”. Reprocharles con la acusación de traición a su clase es simplemente atribuirles la posibilidad de una conciencia y un conjunto de convicciones, lo cual es un lujo que su propia forma de vida excluye. Ellos actúan por sus intereses más próximos y, a ese respecto, incluso la gran mayoría de los trabajadores acepta a la larga el movimiento fascista, pasiva o activamente, para no perjudicarse a sí mismos. Quién pasa primero y quién después al campo del enemigo de clase depende del grado de empobrecimiento de cada uno. Aparte de todo esto, la investigación de las ciencias sociales en casi todos los países muestra que la declinación de las tendencias revolucionarias se asocia con el empobrecimiento de las masas. Esas conclusiones se basan exclusivamente en los últimos pocos años y por ello lo único que indican es que inicialmente el empobrecimiento se asocia con la regresión de las tendencias revolucionarias.

[Lumpenproletariado y organizaciones obreras]

El concepto de lumpenproletariado no es de ninguna forma un concepto claramente delimitado. Los grupos comunistas a la izquierda del movimiento obrero oficial parlamentario y sindicalista le han dado tal amplitud al concepto que este se ha convertido prácticamente en un insulto para calificar a todos los elementos que en virtud de su situación de clase deberían naturalmente incluirse en el proletariado, pero que realizan algún tipo de servicio para la clase dominante. En esta concepción, el elemento lumpen no está integrado tanto por “la hez de la humanidad” como por “la flor y nata”, es decir, por la burocracia del movimiento obrero. En esta extensión del concepto se refleja el odio dirigido contra los vendidos y conscientemente queda fuera de consideración el que la traición es más el producto de todo el desarrollo histórico que del interés propio personal de los líderes corruptos.

Pero según la idea más extendida en el movimiento obrero, el término lumpenproletariado incluye los muchos elementos básicos de la sociedad actual que son arrojados a la lucha directamente en oposición a los trabajadores; por ejemplo guardias y vigilantes, provocadores, soplones, esquiroles, etc. Sin embargo, para el movimiento obrero reformista que lucha por alcanzar el poder en la sociedad actual estos elementos pierden su carácter de lumpenproletariado tan pronto como la burocracia reformista consigue una participación en el gobierno. Los guardias se convierten entonces en “compañeros de uniforme”; los agentes de la policía secreta, en dignos ciudadanos que protegen al país de la amenazante anarquía; y los esquiroles, en “trabajadores técnicos de emergencia”. Un cambio de gobierno es suficiente para borrar de estos elementos el estigma de lumpen. Los matones y represores de la sociedad existente o de cualquier otra sociedad de clases antagónicas no pueden ser incluidos propiamente en el concepto de lumpenproletariado, ya que resultan completamente necesarios en la práctica social. Esto no es aplicable a los esquiroles, pero incluso a estos habría que excluirlos del lumpen ya que, como decía Jack London, “con raras excepciones, todo el mundo es un esquirol”. De hecho, al esquirol solo se le puede reprochar desde el punto de vista de un orden social que aún no existe. De momento actúa en completo acuerdo con la práctica social, que a pesar de haber convertido la producción en un proceso intensamente social, no permite otra regla de conducta que la búsqueda del interés privado. El esquirol todavía no ha comprendido ni experimentado suficientemente en la práctica que son precisamente sus necesidades individuales las que habrían de moverle a la acción colectiva. Todavía no está suficientemente desilusionado por la improductividad de los esfuerzos destinados a hacerse un lugar partiendo de los fundamentos de la presente sociedad. Espera asegurarse prebendas a partir de su mejor adaptación a la práctica social y solamente a partir de la inutilidad de sus esfuersos podrá convencerse de que en realidad permanece al margen de tal sociedad, por mucho que se esfuerce en hacerle justicia. Por más que los trabajadores se vean forzados a luchar contra los esquiroles, estos no pueden ser considerados lumpenproletariado.

Como las relaciones de producción capitalistas sirven para hacer avanzar el desarrollo general humano durante un cierto periodo histórico, estos “elementos básicos de la sociedad” pertenecientes a la clase obrera deben ser considerados elementos productivos, aún a pesar de su parasitismo y su hostilidad a los trabajadores. Si la capacidad productiva de la sociedad se multiplica a ritmo vertiginoso por las relaciones de mercado y competencia, los medios para salvaguardar y promover esas relaciones deben entenderse como instrumentos productivos. Y solo puede oponerse propiamente a esos medios quien se opone a la sociedad misma. La función de ambos grupos del proletariado, el directamente productivo y el indirectamente productivo, que garantiza la seguridad de la sociedad, difieren en la forma pero en principio, sirven a los mismos propositos. El derrocamiento de la sociedad existente mostraría de una vez que el concepto de lumpenproletariado es aplicable solamente a los marginados de la sociedad que son aceptados por la nueva sociedad como sucesores de la vieja: los vagos y los delincuentes que aún siendo un producto de la actual sociedad que constantemente los niega y los usa, han se der también combatidos en la nueva sociedad. Estos elementos no son otros que los habitualmente considerados como “hez de la humanidad”: vagabundos, “camellos”, prostitutas, chulos, delatores, ladrones, estafadores, etc.

[Lumpenproletariado y capitalismo]

Cuando todavía podía negarse que el desempleo es un fenómeno social normal porque las reactivaciones temporales ocultaban el hecho de que es inseparable del actual sistema, una gran parte de la criminología burguesa consideraba todas las actividades y tendencias delictivas en los estratos inferiores de la población como originadas primariamente en la vagancia. Esta actitud se veía reforzada incluso en círculos obreros y los trabajadores organizados con unos ingresos relativamente regulares miraban con no poco desprecio a los pordioseros que vagaban por ciudades y carreteras. El origen de esa “vagancia”, si es que este término puede servir realmente para explicar algo, no era motivo de preocupación para quienes juzgaban. El movimiento socialista, por supuesto, hacía responsable a la sociedad actual. Y sin embargo, cuando los propios socialistas tenían ocasión práctica de combatir estas tendencias, de lo único que sabían hacer uso era del código penal del derecho burgués. La miseria, el lumprenproletariado y la delincuencia no son resultado de las crisis capitalistas. Esas crisis solo pueden explicar el gran aumento de estos fenómenos. El desempleo acompaña todo el desarrollo del capitalismo y es necesario en el actual sistema productivo para mantener los salarios y las condiciones de trabajo a niveles bajos correspondientes a lo que exige una economía generadora de ganancias. A pesar de que el desempleo por sí solo no explica la hegemonía del capital sobre los trabajadores, sí explica el reforzamiento de esa hegemonía. Independientemente del efecto providencial que tiene el ejército industrial de reserva sobre la tasa de ganancia obtenida por las diversas empresas, la misma existencia de ese ejército tiene su base en las leyes económicas que determinan el funcionamiento de la sociedad capitalista. La tendencia de la acumulación del capital a producir capital superfluo por una parte y exceso de población por otra se ha convertido en una dolorosa e innegable realidad. De esta manera hay que admitir, aunque sea a regañadientes, que el desempleo nunca podrá ser eliminado del todo. Así los esfuerzos se dirigen menos a combatirlo que a disminuir los peligros que implica para la sociedad. De ahí también las vigorosas discusiones sobre la reforma del sistema penal, que son un reflejo de los cambios habidos en el mercado laboral. Incluso H. L. Menken, en un número reciente de Liberty ha propuesto introducir en el sistema penal estadounidense prácticas como las de China, a saber, la eliminación física ilimitada de los delincuentes con o sin prueba de culpabilidad, una forma de justicia habitual en los países en los que existe sobrepoblación crónica. En Alemania se habla de introducir el castigo corporal que estuvo en boga durante la Edad media, ya que las prisiones han dejado de ser instrumentos disuasivos y la fuerza de trabajo gratuita de los presos ya no puede utilizarse. La mayor miseria que resulta de las crisis permanentes y el desempleo a gran escala disminuye el miedo al castigo, ya que la vida en la cárcel no es mucho peor que la existencia fuera de ella. Los delincuentes cada vez son más, lo que empuja a una ulterior brutalizatción de los castigos y de ahí a la imposibilidad de reformar a los internos de las prisiones. Como ha dicho [George] Bernard Shaw, “cuando se llega a los estratos más pobres y más oprimidos de nuestra población se encuentran condiciones de vida tan miserables que resulta imposible administrar una prisión humanamente sin hacer la vida del delincuente menos mala que la de muchos ciudadanos libres. Si la prisión no es peor que los barrios bajos en cuanto a miseria humana, los barrios bajos se vaciarán y las prisiones se llenarán”. De forma que el castigo legal no solo es bárbaro y se ve empujado a mayor barbaridad, sino que sus instituciones se convierten en semilleros de delincuencia, como prueban las estadísticas que muestran que la mayoría de quienes estuvieron en prisión vuelven otra vez a ser encarcelados.

De todas formas, la animalizacion de los seres humanos, un fenómeno ligado con el desarrollo de la sociedad capitalista y que tiene su expresión más acabada en el crecimiento del lumpenproletariado, no solo se origina en el desempleo y en el empobrecimiento masivo que acompaña a aquel. Como decía Marx, la acumulación de riqueza en un polo no solo implica en el otro polo la miseria, sino también la acumulación de tedio, esclavitud, ignorancia, brutalización y degradación moral. Bajo las condiciones laborales del capitalismo, el trabajo se convierte en puro y simple trabajo forzado, independientemente de lo “libres” que puedan ser los trabajadores en otros aspectos. Incluso fuera del ámbito laboral, el trabajador no se pertenece a sí mismo, simplemente recupera su capacidad de trabajo para el día siguiente. Vive en libertad meramente para permanecer en condiciones de realizar sus trabajos forzados y así llega a deshumanizarse por completo, no tiene relación voluntaria alguna de ninguna clase con su trabajo y se cosifica convirtíéndose en mero apéndice del mecanismo productivo. Esperar que estos trabajadores, bajo tales condiciones, obtengan algún placer de su trabajo es completamente ilusorio. Lo que han de hacer es todo lo posible por salir de esas circunstancias para afirmarse como seres humanos. A largo plazo, esas circunstancias tienen que animalizarlos.

Con poder externo, medios coercitivos y simple compulsión es imposible librarse del lumpenproletariado o inducir una disminución de la criminalidad. La cuestión es mantener o crear en los seres humanos la disposición psíquica para ocupar el puesto que les corresponde en la sociedad y su modo definitivo de vida y esto se hace cada vez más imposible. La falta de conciencia social y de adaptabilidad social por parte de los delincuentes es susceptible de otras explicaciones, además de la de la “vagancia”. Por supuesto, hay multitud de teorías según las cuales los defectos físicos y mentales son las razones fundamentales para las acciones criminales de los seres humanos. Es innegable que los factores psicobiológicos deben tenerse en cuenta para comprender las inclinaciones criminales. Sin embargo resulta obvio que la teoría que tiene más que ofrecer para la comprensión de este tema es la teoría política y socioeconómica. Los factores biológicos y psicológicos contribuyen a determinar las acciones conscientes e inconscientes de los seres humanos pero los efectos de esos factores resultan por completo modificados cuantitativa y cualitativamente por los procesos sociales. Los impulsos de los individuos están sujetos tanto a la situación socioeconómica como a la situación de la clase a la que pertenecen. En una sociedad que garantiza el mayor reconocimiento a los ricos y a los propietarios, los impulsos narcisistas, por ejemplo (como ha mostrado el psicólogo Erich Fromm) deben llevar a una enorme intensificación del deseo de posesión. Y si en el contexto de la actual sociedad esas tendencias no pueden satisfacerse por vías “normales”, buscarán su satisfacción en la delincuencia. Incluso si esta aparece asociada con defectos físicos o psíquicos, estos mismos solo pueden entenderse en conexión con la sociedad y con la situación de clases existente. La delincuencia, en su mayor parte dirigida contra las leyes de la propiedad, solo es inteligible en el contexto de la totalidad del proceso social. Incluso los demás delitos están determinados si no directa sí indirectamente por la situación social y política. De ahí que solo puedan modificarse sustancialmente o ser totalmente eliminados mediante el cambio de la sociedad en la que ocurren.

No hay mejor prueba concreta de la importancia del factor económico para explicar la delincuencia que su enorme incremento en épocas de crisis económica. Como consecuencia de las depresiones, los más débiles ùmental y corporalmenteù de los pobres se ven arrojados al camino de la delincuencia. De hecho, muchas veces no les queda otra posibilidad. Que el factor socioeconómico resulta aquí el esencial resulta bien claro por ejemplo al observar que los abusos sexuales infantiles en las familias de desempleados son mucho más frecuentes que en las familias con una vida económica estable. ¿Cómo intentar explicar la decadencia de la familia ùotro de los factores de incremento de la delincuencia en la sociedad actualù a partir de factores biológicos y psicológicos? ¿Y el aumento rápido de la prostitución durante las crisis? En EEUU, en investigaciones sobre la influencia del medio en la delincuencia, se ha visto que la mayor parte de los convictos procede de los barrios marginales de las ciudades y de familias que viven “al día”. La investigación ha revelado también que la mayor parte de los delitos que se cometen son delitos contra la propìedad y que la mayoría de los delincuentes son “de inteligencia normal”. Los jóvenes que hoy vagabundean sin rumbo y sin objetivo por los distintos estados del país y por las carreteras están en condiciones ideales para deslizarse hacia el lumpenproletariado y convertirse permanentemente en parte del mismo. No tienen oportunidades y en su amargura están resueltos a proporcionarse satisfacciones vitales por los medios que sea, es decir, por los medios delictivos que todavía constituyen una posibilidad abierta. “Ya nos cogeremos lo nuestro”, se aseguran así mismos. Y sus héroes no son los héroes respetables de la sociedad actual, sino los Dillinger [1]. Jack London caracterizó una vez a los vagabundos como trabajadores desmoralizados, pero la mayor parte de estos jóvenes nunca han trabajado. Su desmoralización es previa a su entrada al mundo laboral y cuanto más permanecen sin empleo más pierden la capacidad de adaptarse al ritmo de la vida social.

Como ya comprendió William Petty hace mucho tiempo, “es mejor para la sociedad quemar el trabajo de mil personas que permitir que esas mil personas pierdan su capacidad de trabajo por mera inactividad”. Pero no solo desde el punto de vista de las ganancias sino también desde el punto de vista de la seguridad de la sociedad, el sistema actual se devora a sí mismo cuando, incluso contra su voluntad, niega a los trabajadores la posibilidad de mantenerse ocupados. Solo a través de la venta de su fuerza de trabajo pueden los trabajadores permanecer vivos como tales. Toda su vida depende de las volubles oscilaciones del mercado de trabajo. Librarse de la compulsión y de las posibilidades del mercado solo es posible en caso de que salgan de las mismas filas de la clase trabajadora. A quien falla en el salto a la clase media ùuna posibilidad que fue siempre excepcional y que hoy es prácticamente inexistenteù no le queda otra que la integración en el lumpenproletariado, opcion que solo en casos contados se elige voluntariamente pero que resulta inevitable para segmentos cada vez mayores de la clase obrera. Como aunque hubiera voluntad de hacerlo, no es factible dar a los desempleados condiciones de vida convenientes para seres humanos, como tampoco lo es darlas a los delincuentes ùya que entonces la presión para trabajar perdería gran parte de su fuerza y aumentaría el poder de los trabajadores para resistir en la lucha salarialù, incluso los trabajadores que reciben asistencia social se ven a menudo empujados a mejorar sus limitados medios de subsistencia mediante la delincuencia. De todas formas, incluso en países con seguro de desempleo una proporción mayor o menor de los trabajadores permanece excluida de esa compensación y esta parte no puede librarse, incluso con la mayor moderación, de caer en el lumpenproletariado. Cualquiera que resulta marginado del proceso de trabajo pierde también la capacidad y la posibilidad de trabajar de nuevo. Considérese por ejemplo el caso de alguien que haya estado desempleado tres o cuatro años. Para esa persona resulta indeciblemente difícil ocupar de nuevo su puesto en la vida económica. Dada la creciente racionalización del proceso productivo, no solo psicológica sino físicamente será difícil que pueda resistir las mayores demandas de rendimiento. Por esa razón los empresarios casi siempre rechazan contratar a trabajadores que han estado desempleados varios años, hacia los cuales tienen una actitud muy escéptica, a la que también contribuye el aspecto miserable y desaliñado del solicitante. Una vez alcanzado cierto nivel de misera, no hay posible vuelta a la rutina del trabajo diario. Entonces solo queda la posibilidad de subnutrirse mediante la mendicidad y el lento deterioro en las calles de las grandes ciudades. Solo queda la embriaguez para conseguir el olvido del sinsentido de la propia existencia; o el salto a las filas del submundo, lo que inevitablemente lleva a la prisión y a la muerte violenta.

[Empobrecimiento y revolución]

Si el empobrecimiento que tiene lugar entre las masas en el curso del desarrollo capitalista fuera uniforme y afectara al conjunto de la clase obrera de manera uniforme, el resultado sería equivalente a la concienciación revolucionaria de las masas. Los “lumpenproletarios” serían tantos que la existencia del lumpenproletariado resultaría imposible. Las actividades lumpen de los individuos solo podrían expresarse de forma colectiva. La existencia individual parasitaria o la expropiación individual se eliminarían por sí mismas, ya que no es posible que una mayoría viva de gorra o del robo sin quebrar por completo las bases mismas de la sociedad. Que el lumpenproletariado solo sea posible como minoría es muestra también de su carácter trágico. Como resultado de esa existencia minoritaria solo queda para los lumpenproletarios el vivir del cuento o de la delincuencia. En países en guerra, por ejemplo, donde incluso a pesar de la diversidad de ingresos la escasez cada vez mayor de comida produce un nivel de vida más o menos uniforme entre las grandes masas de la población, es más probable que se produzca una situación revolucionaria que en tiempos y situaciones en los que el empobrecimeinto tiene lugar por etapas y mediante saltos bruscos. En tanto que el lumpenproleariado surge no solo indirecta sino también directamente de las relaciones existentes, el factor predominante en cuanto al empobrecimiento ha de asignarse a las leyes ciegas que lo hacen surgir. El lumpenproletariado tomó forma por el empobrecimiento inicialmente asociado a la expansión del sistema económico y el fin de esa expansión lo condena a permanecer como minoría, aunque pueda ser una minoría creciente, por mucho tiempo. Como la fase de auge social es muy rápida y la de declinación es muy lenta, una parte de la población trabajadora resulta expuesta a consideraciones de inmiseración a las que solo puede responder de forma lumpen y a las que debe someterse. Estas son las primeras “víctimas” de un lento proceso de derrocamiento social que de entrada no empuja a los individuos a transformarse en revolucionarios sino más bien en fuerzas principalmente negativas. En lugar de soluciones revolucionarias las salidas que aparecen como posibles son individuales y necesariamente antisociales. De forma que el lumpenpropetariado puede liberarse a sí mismo de su situación solo mediante su crecimiento, que es al mismo tiempo un índice del proceso de avance revolucionario que se difunde en la sociedad. La forma de vida del lumpenproletariado ha de convertirse en modo de vida de una parte de la humanidad tan grande que no haya posibilidad para el individuo de mantener ningún tipo de vida, ni siquiera en el lumpenproletariado. Como ya se dijo, la apariencia superficial parece desmentir la teoría del empobrecimiento. Considerando simplemente la actitud psicológica de los desempleados, por no hablar ya del lumpen, produce horror la penuria espiritual de estos elementos (a menos que el observador se autoengañe, lo que a menudo parece considerarse adecuado, a efectos de agitación). Liberados de la fatiga embrutecedora, resultan todavía más incapaces que antes de desarrollar una conciencia revolucionaria. Sus conversaciones versan sobre los temas más triviales ùsucesos y deportesù y no tienen relación alguna con su situación actual. Se apartan casi con temor del reconocimiento de esa situación y de sus consecuencias políticas.

El efecto que tiene el empobrecimiento sobre los desempleados puede dividirse en grados. Un pequeño porcentaje no se viene abajo ante la nueva situación. Todavía no han estado apartados del trabajo suficiente tiempo o resultan protegidos del hundimiento por algunos ahorros. Se alzan sobre sí mismos una y otra vez, se empeñan en encontrar trabajo y todavía tienen esperanzas en el futuro del que esperan una mejora en su situación. La intensidad con la que se esfuerzan en no hundirse excluye a este grupo más o menos totalmente de la actividad política. Más que previamente, se ven obligados a dedicarse a sus más estrechos intereses, no tienen posibilidades de dedicar sus energías a varios campos simultáneamente. Sin embargo, la gran masa de los desempleados ùque como consecuencia del tiempo que han estado sin trabajo han dejado el primer nivel mencionadoù vive en el más profundo estado de resignación y falta de energía. No esperan nada de la vida. Ni la fantasía misma les permite tener esperanzas. Nada suscita su interés, ni son capaces de implicarse en nada. Han dejado a un lado las características de la humanidad viviente, vegetan y son conscientes de que poco a poco se están hundiendo. De esa enorme masa gris surge el pequeño porcentaje de los completamente desesperados que se integran en el lumpen o en poco tiempo desaparecen de la vida. La desesperación y la amargura limitan con la locura y las víctimas o se arrastran o se enzarzan en furiosas peleas como animales aterrorizados. Tan pronto como la sociedad se libra de ellos sus vacantes son ocupadas por elementos procedentes de la masa gris de los resignados que a su vez son reemplazados por los procedentes de los aún íntegros. Independientemente de lo que pueda decirse de la teoría del empobrecimiento, todos los argumentos se vienen abajo ante el empobrecimiento que actualmente está teniendo lugar y al que no se puede poner freno en el contexto de la sociedad actual. Si la teoría del empobrecimiento es falsa, también la revolución es improbable. Sin embargo, todavía es mucho más probable que el empobrecimiento hasta ahora haya permanecido sin consecuencias revolucionarias visibles solo porque siempre afectó solo a minorías. Una gran masa de empobrecidos por mera razón de su magnitud debe convertirse en una fuerza revolucionaria. Y esto, la abolición del proletariado como tal, es al mismo tiempo el fin del lumpenproletariado, a pesar de que no sea una desaparición inmediata. Solo el terreno para su desarrollo resulta eliminado. La ideología lumpen que surge como resultado del modo de vida lumpen todavía se manifestará por mucho tiempo como una de las herencias indeseables del proletariado, hasta que las nuevas relaciones hayan cambiado la humanidad suficientemente como para que las tradiciones ideológicas solo se hallen en los libros de historia y no en las cabezas de los seres humnanos.

Por todo ello hay que afirmar que el empobrecimiento es una condición previa para el derrocamiento revolucionario y al mismo tiempo hay que combatir en la práctica ese empobrecimiento. Esto no es contradictorio, ya que precisamente por intentar dentro del marco del capitalismo disminuir el empobrecimiento realmente este se incrementa. Pero entrar en esta paradoja nos llevaría al campo de la economía. Dejémoslo pues simplemente en la afirmación de que en el lumpenproletariado los trabajadores solo pueden ver la cara de su propio futuro, a menos que sus esfuerzos por cambiar las relaciones de producción existentes procedan a mayor ritmo. Solo la estrechez de miras de la pequeña burguesía puede señalar con desprecio al lumpenproletariado. Para los mismos trabajadores, “la hez de la humanidad” es solo la otra cara de la moneda que suele admirarse como civilización capitalista. Solo el final de esta traerá consigo el final de aquella.
1935

[1] John Dillinger (1902-1934) fue un convicto que se hizo famoso en EEUU por sus asaltos a bancos y fugas espectaculares, hasta su muerte en una trampa tendida por el FBI (N. del t.).

La turbulencia económica y la lucha de clases

Publicamos a continuación un texto de un destacado militante de la IST (International Socialist Tendency), aparecido recientemente, que aborda la relación entre la crisis económica que se desarrolla y las posibilidades de movilización del proletariado. Tras este texto, editaremos uno de Paul Mattick, escrito en 1935, en el que el autor consejista analizaba, a la luz del proceso abierto por la crisis del 29, algunas cuestiones que, en la actual crisis, cobran especial importancia para la lucha proletaria.
DC-L

La turbulencia económica y la lucha de clases
Chris Harman

La inestabilidad dentro del sistema capitalista quiere decir que nadie sabe qué ocurrirá en la economía el próximo año –y esa incertidumbre inflige un miedo notable en la clase dirigente.
La clase dirigente en todas partes está ansiosa sobre una recesión que podría llevar a muchas compañías hacia una espiral de bancarrota, pero también está preocupada por el impacto ideológico que podría tener una gran recesión.
Dos semanas atrás Martin Wolf, un importante columnista del Financial Times, escribió: “ahora tengo miedo que una combinación de la fragilidad del sistema financiero con las enormes recompensas que genera pueda destruir algo aun más importante –la legitimidad política de la misma economía de mercado.”
Tiene razón de preocuparse. La fe de cualquiera que crea en el "capitalismo humano" se verá sacudida.
La última semana, la compañía de seguros de vida Scottish Widows detuvo a los pequeños inversionistas de retirar su dinero de uno de sus fondos.
Espectacularmente, Societe Generale, uno de los bancos más grandes de Europa, casi se viene abajo cuando un comerciante apostó billones de euros en mercados de valores europeos al alza y perdió.
Hay una cólera extendida en la vía en que el Nuevo Laborismo ha dado más de 50 mil millones de libras para los fondos de cobertura que son los accionistas de Northern Rock cuando el mismo gobierno no podía afrontar 2 mil millones de libras para salvar a la compañía de coches Rover.
Muchas personas, que hace un año habrían dicho que estaban ampliamente felices con el sistema, hoy se preguntarán qué está pasando en el mundo.
La crisis económica tiene el efecto de hacer enojar fieramente a las personas acerca de su situación.
Si has estado pagando un fondo de pensiones de jubilación durante años y repentinamente se te dice que se está desvalorizando porque el mercado de valores ha caído, por supuesto que vas a estar furioso.
Y algunos de los que van a estar más furiosos son las mismas personas que previamente parecían ser las secciones más conservadoras de la clase trabajadora.
LívidoSi has estado trabajando en el mismo trabajo durante 30 años –fichando a la entrada y salida, quedando preso del jefe durante cinco o seis días a la semana– y repentinamente se te dice que eres un “excedente para los requisitos”, ¿cómo te sientes? Lívido es la respuesta más común.
Es por esta razón que las personas como Martin Wolf se preocupan. Piensan que el resultado puede ser el surgimiento de una política que desafíe el capitalismo a gran escala.
La crisis económica, sin embargo, puede tener un efecto contradictorio en la lucha de clases.
Los arranques de cólera iniciales por el desempleo pueden convertirse en desmoralización –incluso después de un breve período sin trabajo– y las personas pueden volverse unas contra otras.
Esto fue cierto en la crisis económica de Gran Bretaña a finales de los '70. Margaret Thatcher subió al poder en 1979 y durante dos años afrontó grandes manifestaciones y huelgas, incluyendo una huelga nacional del acero durante 16 semanas.
Esto condujo a la demanda de una huelga general incluso por parte de los líderes sindicales del ala derecha.
Pero en un par de años el desempleo masivo tuvo como consecuencia desmoralizar a la clase trabajadora hasta que empezó la huelga de los mineros en 1984.
Los revolucionarios no le dan la bienvenida a la crisis económicas. Se sabe que es la clase trabajadora, no los jefes, quienes la van a sufrir.
También sabemos que tales crisis automáticamente no inducen a rebelarse –inducen a la cólera, la cual tiene que ser canalizada en una lucha contra el sistema, si no es así, conducirá a la desmoralización.
Los años '30 son conocidos como los “hambrientos '30”. Pero la amargura política de ese período también creó masivos movimientos de izquierdas por todo el mundo –conduciendo a las ocupaciones de fábricas por los trabajadores alrededor de EEUU, huelgas de masas en Francia y la revolución de los trabajadores en el Estado español.
Hoy en Gran Bretaña Gordon Brown desea desesperadamente salvaguardar el pedacito de la economía británica que ha cultivado en las últimas décadas –el sector financiero.
Para hacer esto tiene que detener el valor descendiente de la libra para mantener tasas de interés tan altas como sea posible y también mantener los préstamos del sector público tan bajos como sea posible.
Eso significa restringir el gasto –y especialmente los pagos.
Pero muchos analistas predicen que el recorte de los tipos de interés por parte del Banco Central Estadounidense elevará la inflación alrededor del 10%. Esto también tendrá implicaciones para Gran Bretaña.
Los economistas consideran que la combinación de una recesión con la inflación es potencialmente explosiva porque abre nuevas posibilidades de lucha a gran escala por parte de los trabajadores.
En estas circunstancias, las huelgas pueden proveer un foco para toda la rabia acumulada en la sociedad y políticamente pueden polarizar la sociedad en términos de clase, creando un sentimiento de “ellos y nosotros”.
Esas luchas pueden proveer enormes oportunidades a la izquierda para plantear su alternativa al capitalismo.
DesviarLos jefes usarán cualquier medio a su alcance para dispersar tal sentimiento. Podemos esperar que los periódicos y políticos de derechas ataquen a la inmigración y los refugiados en un intento por desviar la rabia fuera de la lucha de clases.
Hoy los retos más importantes para la izquierda son en primer lugar ganar a la gente a la idea que el capitalismo es un sistema alocado y que necesitamos una alternativa.
En segundo lugar, debe haber una discusión en cada lugar de trabajo acerca de los límites salariales y porqué los sindicatos deberían pelear contra ellos.
Finalmente los revolucionarios se deben involucrar en cada campaña contra el neoliberalismo y la guerra, y deben luchar por crear conexiones políticas entre las diferentes luchas.
El error más grande que podemos hacer es creer que únicamente podemos responder la crisis con el sindicalismo. Para abatir la ofensiva de los jefes es vital que los revolucionarios respondamos de forma política.