domingo, 3 de febrero de 2008

MATTICK: LA HEZ DE LA HUMANIDAD

Nota del traductor

El presente artículo discute principalmente la relación entre condiciones de vida y conciencia revolucionaria. Fue escrito durante la gran depresión, cuando el desempleo en EEUU, Gran Bretaña y muchos otros países occidentales alcanzó y en algunos casos rebasó el 30%. La versión original, titulada “The scum of humanity”, apareció en la revista International Council Correspondence [Correspondencia Consejista Internacional] en marzo de 1935. La colección completa de esa revista con su predecesoras Living Marxism y su continuadora New Essays fue reimpresa en edición facsímil por Greenwood Reprint Corporation (Westport, Connecticutt, 1970). La presente traducción se ha hecho a partir de esa edición facsímil. En la versión original el artículo apareció sin firma. Tanto por su contenido como por su estilo el texto es claramente atribuible a Paul Mattick, que era el editor de la revista. De hecho el artículo consta como tal en la bibliografía de Paul Mattick preparada con la colaboración de Paul Mattick hijo. En el original los distintos aprtados del texto estaban simplemente numerados. Los títulos de los apartados de la presente versión, entre corchetes, son del traductor.

Paul Mattick nació en Alemania en 1904 y murió en Estados Unidos en 1984. Participante en el movimiento revolucionario alemán a finales de la primera guerra mundial, en los grupos espartaquistas, emigró en 1926 a EEUU donde trabajó en la industria automovilística, fue activo en el movimiento de desempleados durante los años treinta y editó diversas revistas de la izquierda consejista. Entre artículos y libros la bibliografía de Mattick excede de 500 títulos en alemán y en inglés.
J.A.T.G.
1999

Una persona poco familiarizada con cuestiones políticas que asista a reuniones de trabajadores, exceptuando las de desempleados, probablemente se verá sorprendida por el hecho de que la mayor parte de los presentes no forma parte de los estratos más pobres del proletariado. Los trabajadores mejor organizados son, por supuesto, los pertenecientes a la llamada aristocracia obrera, que asume una posición social entre la clase media y el proletariado genuino. Las organizaciones sindicales de estos estratos defienden los intereses vitales directos de sus miembros, proporcionándoles ventajas inmediatas, y ni son capaces de politizar a sus adherentes en un sentido socialista ni tampoco lo intentan. Por otra parte, el movimiento obrero radical solo puede proporcionar a sus adherentes satisfacción ideológica, no ventajas materiales. Y es precisamente por esta razón por lo que es incapaz de alcanzar a las capas realmente empobrecidas del proletariado. Esta parte, por su misma miseria, se ve obligada a preocuparse solamente de sus intereses más perentorios y directos si es que no quiere dejar la vida misma. Por esa razón los movimientos políticos radicales de la clase obrera oscilan entre dos polos de la población trabajadora, la aristocracia obrera y el lumpenproletariado. El peso de la organización lo llevan elementos que aunque no se hacen ilusiones sobre las nulas posibilidades genuinas de avance personal en la sociedad actual, mantienen un nivel de vida que les permite dedicar dinero, tiempo y energías a esfuerzos cuyos frutos, en forma de mejoras reales materiales para ellos mismos, quedan diferidos a un incierto futuro. Estos militantes se enfrentan a la sociedad actual desde el reconocimiento de que hay que cambiarla, a pesar de lo cual a ellos les resulta posible vivir en ella.

La actividad del movimiento obrero radical en tiempos no revolucionarios se dirige fundamentalmente a transformar la ideología predominante. La agitación y la propaganda exigen sacrificios materiales y no proporcionan ventajas materiales. Los miembros activos de las organizaciones obreras deben tener tiempo disponible. Son militantes que confían en que las masas se transformarán en un sentido revolucionario, pero mientras tanto hacen lo posible por acercar el día del cambio y se dedican a educar, discutir y filosofar. Los elementos de la clase obrera que simpatizan con esas ideas pero que por sus circunstancias vitales no están en posición de esperar, se ven continuamente rechazados por estas organizaciones. Las fluctuaciones de militancia en el movimiento radical no son solo resultado de falsas políticas o de falta de tacto de la burocracia en su trato con los miembros todavía ideológicamente inestables. Son también resultado de la compulsión crecientemente imperiosa de un estrato cada vez mayor de trajadores empobrecidos a “limitar sus miras”. La actividad del movimiento del que esperan ayuda solo les proporciona palabras y un algo en que perder el tiempo. No solo no les ayuda sino que les dificulta su lucha individual por la existencia, una lucha que se hace cada vez más difícil, que cada vez consume más horas y más esfuerzo psicológico cuanto más se extiende la penuria en la sociedad y cuanto más se hunde el individuo. Independientemente de la propaganda socialista que hayan absorbido, sus condiciones de existencia les empujan a acciones que son opuestas a sus convicciones y como resultado esas mismas convicciones antes o después se desvanecen, ya que son “inútiles en la práctica”.

Esa es también una de las razones por las que el movimiento político de la clase obrera se quiebra en los periodos de recesión y funciona mejor en tiempos de reactivación económica. Y por ello, a partir de su “experiencia” una gran parte del movimiento obrero ha tomado una posición abiertamente hostil contra la idea de que el empobrecimiento de las masas es sinónimo de crecimiento de las ideas revolucionarias. A quienes mantienen esta teoría del empobrecimiento se les señala repetida y apasionadamente la existencia del lumpenproletariado, como prueba de que el empobrecimiento hace a las masas apáticas en vez de revolucionarias y las pone en oposición al proletariado más que en disposición de servirlo, ya que la clase dominante a menudo aprovecha al lumpen para sus propias necesidades. Y de esta forma el movimiento obrero se esfuerza con gran celo en mejorar la posición económica de los trabajadores, considerando que precisamente de esa manera se elevarará la conciencia de clase del proletariado. De hecho, en el periodo de avance de la sociedad capitalista la mejora del nivel de vida del proletariado fue paralela al crecimiento de los sindicatos y organizaciones políticas obreras y al fortalecimiento de la conciencia política de los trabajadores. Pero esta conciencia, como las organizaciones mismas, no era revolucionaria. Por lo tanto, la teoría de la elevación del nivel de vida del proletariado como medio de avance revolucionario resultó tan desmentida como la teoría de la pauperización. La dificultad fue resuelta mediante la explicación desgraciada y absurda de que la actitud reaccionaria de los trabajadores organizados era resultado de sus direcciones reaccionarias. La contradicción que implica el combatir el empobrecimiento y al mismo tiempo mantener que es necesario se consideraba lesiva para la existencia de la organización. Las masas no pueden ser atraídas hacia la organización sin recibir al mismo tiempo algunas promesas.

La convicción, basada en una visión superficial de los fenómenos, de que el empobrecimiento hace a las masas reaccionarias en vez de revolucionarias, y la repugnancia hacia el lumpenproletariado como manifestación viviente de esta “verdad” fue durante mucho tiempo una característica común del movimiento político de la clase obrera y todavía surge en el debate político cuando se trata de explicar la ayuda reclutada por la clase dominante en el campo del proletariado. El escaso grado de organización y la conciencia de clase relativamente subdesarrollada de los desempleados tiende aparentemente a refutar la teoría del empobrecimiento. Lo mismo ocurre con la función que cumple el lumpen en la sociedad. Por supuesto es esta “hez de la humanidad” la que, en alianza con la pequeña burguesía y a las órdenes del capital monopolista llena las filas del fascismo. Los elementos que el movimiento fascista atrae desde los círculos de la clase obrera esperan y obtienen ventajas que en cualquier caso son inmediatas, aunque puedan ser pequeñas. Esos elementos no se vinculan a ningún movimiento por motivos ideológicos, que sobrepasan en mucho sus posibilidades. Que las ventajas sean de carácter meramente temporal no preocupa a esos elementos que, por supuesto, viven permanentemente “al día”. Reprocharles con la acusación de traición a su clase es simplemente atribuirles la posibilidad de una conciencia y un conjunto de convicciones, lo cual es un lujo que su propia forma de vida excluye. Ellos actúan por sus intereses más próximos y, a ese respecto, incluso la gran mayoría de los trabajadores acepta a la larga el movimiento fascista, pasiva o activamente, para no perjudicarse a sí mismos. Quién pasa primero y quién después al campo del enemigo de clase depende del grado de empobrecimiento de cada uno. Aparte de todo esto, la investigación de las ciencias sociales en casi todos los países muestra que la declinación de las tendencias revolucionarias se asocia con el empobrecimiento de las masas. Esas conclusiones se basan exclusivamente en los últimos pocos años y por ello lo único que indican es que inicialmente el empobrecimiento se asocia con la regresión de las tendencias revolucionarias.

[Lumpenproletariado y organizaciones obreras]

El concepto de lumpenproletariado no es de ninguna forma un concepto claramente delimitado. Los grupos comunistas a la izquierda del movimiento obrero oficial parlamentario y sindicalista le han dado tal amplitud al concepto que este se ha convertido prácticamente en un insulto para calificar a todos los elementos que en virtud de su situación de clase deberían naturalmente incluirse en el proletariado, pero que realizan algún tipo de servicio para la clase dominante. En esta concepción, el elemento lumpen no está integrado tanto por “la hez de la humanidad” como por “la flor y nata”, es decir, por la burocracia del movimiento obrero. En esta extensión del concepto se refleja el odio dirigido contra los vendidos y conscientemente queda fuera de consideración el que la traición es más el producto de todo el desarrollo histórico que del interés propio personal de los líderes corruptos.

Pero según la idea más extendida en el movimiento obrero, el término lumpenproletariado incluye los muchos elementos básicos de la sociedad actual que son arrojados a la lucha directamente en oposición a los trabajadores; por ejemplo guardias y vigilantes, provocadores, soplones, esquiroles, etc. Sin embargo, para el movimiento obrero reformista que lucha por alcanzar el poder en la sociedad actual estos elementos pierden su carácter de lumpenproletariado tan pronto como la burocracia reformista consigue una participación en el gobierno. Los guardias se convierten entonces en “compañeros de uniforme”; los agentes de la policía secreta, en dignos ciudadanos que protegen al país de la amenazante anarquía; y los esquiroles, en “trabajadores técnicos de emergencia”. Un cambio de gobierno es suficiente para borrar de estos elementos el estigma de lumpen. Los matones y represores de la sociedad existente o de cualquier otra sociedad de clases antagónicas no pueden ser incluidos propiamente en el concepto de lumpenproletariado, ya que resultan completamente necesarios en la práctica social. Esto no es aplicable a los esquiroles, pero incluso a estos habría que excluirlos del lumpen ya que, como decía Jack London, “con raras excepciones, todo el mundo es un esquirol”. De hecho, al esquirol solo se le puede reprochar desde el punto de vista de un orden social que aún no existe. De momento actúa en completo acuerdo con la práctica social, que a pesar de haber convertido la producción en un proceso intensamente social, no permite otra regla de conducta que la búsqueda del interés privado. El esquirol todavía no ha comprendido ni experimentado suficientemente en la práctica que son precisamente sus necesidades individuales las que habrían de moverle a la acción colectiva. Todavía no está suficientemente desilusionado por la improductividad de los esfuerzos destinados a hacerse un lugar partiendo de los fundamentos de la presente sociedad. Espera asegurarse prebendas a partir de su mejor adaptación a la práctica social y solamente a partir de la inutilidad de sus esfuersos podrá convencerse de que en realidad permanece al margen de tal sociedad, por mucho que se esfuerce en hacerle justicia. Por más que los trabajadores se vean forzados a luchar contra los esquiroles, estos no pueden ser considerados lumpenproletariado.

Como las relaciones de producción capitalistas sirven para hacer avanzar el desarrollo general humano durante un cierto periodo histórico, estos “elementos básicos de la sociedad” pertenecientes a la clase obrera deben ser considerados elementos productivos, aún a pesar de su parasitismo y su hostilidad a los trabajadores. Si la capacidad productiva de la sociedad se multiplica a ritmo vertiginoso por las relaciones de mercado y competencia, los medios para salvaguardar y promover esas relaciones deben entenderse como instrumentos productivos. Y solo puede oponerse propiamente a esos medios quien se opone a la sociedad misma. La función de ambos grupos del proletariado, el directamente productivo y el indirectamente productivo, que garantiza la seguridad de la sociedad, difieren en la forma pero en principio, sirven a los mismos propositos. El derrocamiento de la sociedad existente mostraría de una vez que el concepto de lumpenproletariado es aplicable solamente a los marginados de la sociedad que son aceptados por la nueva sociedad como sucesores de la vieja: los vagos y los delincuentes que aún siendo un producto de la actual sociedad que constantemente los niega y los usa, han se der también combatidos en la nueva sociedad. Estos elementos no son otros que los habitualmente considerados como “hez de la humanidad”: vagabundos, “camellos”, prostitutas, chulos, delatores, ladrones, estafadores, etc.

[Lumpenproletariado y capitalismo]

Cuando todavía podía negarse que el desempleo es un fenómeno social normal porque las reactivaciones temporales ocultaban el hecho de que es inseparable del actual sistema, una gran parte de la criminología burguesa consideraba todas las actividades y tendencias delictivas en los estratos inferiores de la población como originadas primariamente en la vagancia. Esta actitud se veía reforzada incluso en círculos obreros y los trabajadores organizados con unos ingresos relativamente regulares miraban con no poco desprecio a los pordioseros que vagaban por ciudades y carreteras. El origen de esa “vagancia”, si es que este término puede servir realmente para explicar algo, no era motivo de preocupación para quienes juzgaban. El movimiento socialista, por supuesto, hacía responsable a la sociedad actual. Y sin embargo, cuando los propios socialistas tenían ocasión práctica de combatir estas tendencias, de lo único que sabían hacer uso era del código penal del derecho burgués. La miseria, el lumprenproletariado y la delincuencia no son resultado de las crisis capitalistas. Esas crisis solo pueden explicar el gran aumento de estos fenómenos. El desempleo acompaña todo el desarrollo del capitalismo y es necesario en el actual sistema productivo para mantener los salarios y las condiciones de trabajo a niveles bajos correspondientes a lo que exige una economía generadora de ganancias. A pesar de que el desempleo por sí solo no explica la hegemonía del capital sobre los trabajadores, sí explica el reforzamiento de esa hegemonía. Independientemente del efecto providencial que tiene el ejército industrial de reserva sobre la tasa de ganancia obtenida por las diversas empresas, la misma existencia de ese ejército tiene su base en las leyes económicas que determinan el funcionamiento de la sociedad capitalista. La tendencia de la acumulación del capital a producir capital superfluo por una parte y exceso de población por otra se ha convertido en una dolorosa e innegable realidad. De esta manera hay que admitir, aunque sea a regañadientes, que el desempleo nunca podrá ser eliminado del todo. Así los esfuerzos se dirigen menos a combatirlo que a disminuir los peligros que implica para la sociedad. De ahí también las vigorosas discusiones sobre la reforma del sistema penal, que son un reflejo de los cambios habidos en el mercado laboral. Incluso H. L. Menken, en un número reciente de Liberty ha propuesto introducir en el sistema penal estadounidense prácticas como las de China, a saber, la eliminación física ilimitada de los delincuentes con o sin prueba de culpabilidad, una forma de justicia habitual en los países en los que existe sobrepoblación crónica. En Alemania se habla de introducir el castigo corporal que estuvo en boga durante la Edad media, ya que las prisiones han dejado de ser instrumentos disuasivos y la fuerza de trabajo gratuita de los presos ya no puede utilizarse. La mayor miseria que resulta de las crisis permanentes y el desempleo a gran escala disminuye el miedo al castigo, ya que la vida en la cárcel no es mucho peor que la existencia fuera de ella. Los delincuentes cada vez son más, lo que empuja a una ulterior brutalizatción de los castigos y de ahí a la imposibilidad de reformar a los internos de las prisiones. Como ha dicho [George] Bernard Shaw, “cuando se llega a los estratos más pobres y más oprimidos de nuestra población se encuentran condiciones de vida tan miserables que resulta imposible administrar una prisión humanamente sin hacer la vida del delincuente menos mala que la de muchos ciudadanos libres. Si la prisión no es peor que los barrios bajos en cuanto a miseria humana, los barrios bajos se vaciarán y las prisiones se llenarán”. De forma que el castigo legal no solo es bárbaro y se ve empujado a mayor barbaridad, sino que sus instituciones se convierten en semilleros de delincuencia, como prueban las estadísticas que muestran que la mayoría de quienes estuvieron en prisión vuelven otra vez a ser encarcelados.

De todas formas, la animalizacion de los seres humanos, un fenómeno ligado con el desarrollo de la sociedad capitalista y que tiene su expresión más acabada en el crecimiento del lumpenproletariado, no solo se origina en el desempleo y en el empobrecimiento masivo que acompaña a aquel. Como decía Marx, la acumulación de riqueza en un polo no solo implica en el otro polo la miseria, sino también la acumulación de tedio, esclavitud, ignorancia, brutalización y degradación moral. Bajo las condiciones laborales del capitalismo, el trabajo se convierte en puro y simple trabajo forzado, independientemente de lo “libres” que puedan ser los trabajadores en otros aspectos. Incluso fuera del ámbito laboral, el trabajador no se pertenece a sí mismo, simplemente recupera su capacidad de trabajo para el día siguiente. Vive en libertad meramente para permanecer en condiciones de realizar sus trabajos forzados y así llega a deshumanizarse por completo, no tiene relación voluntaria alguna de ninguna clase con su trabajo y se cosifica convirtíéndose en mero apéndice del mecanismo productivo. Esperar que estos trabajadores, bajo tales condiciones, obtengan algún placer de su trabajo es completamente ilusorio. Lo que han de hacer es todo lo posible por salir de esas circunstancias para afirmarse como seres humanos. A largo plazo, esas circunstancias tienen que animalizarlos.

Con poder externo, medios coercitivos y simple compulsión es imposible librarse del lumpenproletariado o inducir una disminución de la criminalidad. La cuestión es mantener o crear en los seres humanos la disposición psíquica para ocupar el puesto que les corresponde en la sociedad y su modo definitivo de vida y esto se hace cada vez más imposible. La falta de conciencia social y de adaptabilidad social por parte de los delincuentes es susceptible de otras explicaciones, además de la de la “vagancia”. Por supuesto, hay multitud de teorías según las cuales los defectos físicos y mentales son las razones fundamentales para las acciones criminales de los seres humanos. Es innegable que los factores psicobiológicos deben tenerse en cuenta para comprender las inclinaciones criminales. Sin embargo resulta obvio que la teoría que tiene más que ofrecer para la comprensión de este tema es la teoría política y socioeconómica. Los factores biológicos y psicológicos contribuyen a determinar las acciones conscientes e inconscientes de los seres humanos pero los efectos de esos factores resultan por completo modificados cuantitativa y cualitativamente por los procesos sociales. Los impulsos de los individuos están sujetos tanto a la situación socioeconómica como a la situación de la clase a la que pertenecen. En una sociedad que garantiza el mayor reconocimiento a los ricos y a los propietarios, los impulsos narcisistas, por ejemplo (como ha mostrado el psicólogo Erich Fromm) deben llevar a una enorme intensificación del deseo de posesión. Y si en el contexto de la actual sociedad esas tendencias no pueden satisfacerse por vías “normales”, buscarán su satisfacción en la delincuencia. Incluso si esta aparece asociada con defectos físicos o psíquicos, estos mismos solo pueden entenderse en conexión con la sociedad y con la situación de clases existente. La delincuencia, en su mayor parte dirigida contra las leyes de la propiedad, solo es inteligible en el contexto de la totalidad del proceso social. Incluso los demás delitos están determinados si no directa sí indirectamente por la situación social y política. De ahí que solo puedan modificarse sustancialmente o ser totalmente eliminados mediante el cambio de la sociedad en la que ocurren.

No hay mejor prueba concreta de la importancia del factor económico para explicar la delincuencia que su enorme incremento en épocas de crisis económica. Como consecuencia de las depresiones, los más débiles ùmental y corporalmenteù de los pobres se ven arrojados al camino de la delincuencia. De hecho, muchas veces no les queda otra posibilidad. Que el factor socioeconómico resulta aquí el esencial resulta bien claro por ejemplo al observar que los abusos sexuales infantiles en las familias de desempleados son mucho más frecuentes que en las familias con una vida económica estable. ¿Cómo intentar explicar la decadencia de la familia ùotro de los factores de incremento de la delincuencia en la sociedad actualù a partir de factores biológicos y psicológicos? ¿Y el aumento rápido de la prostitución durante las crisis? En EEUU, en investigaciones sobre la influencia del medio en la delincuencia, se ha visto que la mayor parte de los convictos procede de los barrios marginales de las ciudades y de familias que viven “al día”. La investigación ha revelado también que la mayor parte de los delitos que se cometen son delitos contra la propìedad y que la mayoría de los delincuentes son “de inteligencia normal”. Los jóvenes que hoy vagabundean sin rumbo y sin objetivo por los distintos estados del país y por las carreteras están en condiciones ideales para deslizarse hacia el lumpenproletariado y convertirse permanentemente en parte del mismo. No tienen oportunidades y en su amargura están resueltos a proporcionarse satisfacciones vitales por los medios que sea, es decir, por los medios delictivos que todavía constituyen una posibilidad abierta. “Ya nos cogeremos lo nuestro”, se aseguran así mismos. Y sus héroes no son los héroes respetables de la sociedad actual, sino los Dillinger [1]. Jack London caracterizó una vez a los vagabundos como trabajadores desmoralizados, pero la mayor parte de estos jóvenes nunca han trabajado. Su desmoralización es previa a su entrada al mundo laboral y cuanto más permanecen sin empleo más pierden la capacidad de adaptarse al ritmo de la vida social.

Como ya comprendió William Petty hace mucho tiempo, “es mejor para la sociedad quemar el trabajo de mil personas que permitir que esas mil personas pierdan su capacidad de trabajo por mera inactividad”. Pero no solo desde el punto de vista de las ganancias sino también desde el punto de vista de la seguridad de la sociedad, el sistema actual se devora a sí mismo cuando, incluso contra su voluntad, niega a los trabajadores la posibilidad de mantenerse ocupados. Solo a través de la venta de su fuerza de trabajo pueden los trabajadores permanecer vivos como tales. Toda su vida depende de las volubles oscilaciones del mercado de trabajo. Librarse de la compulsión y de las posibilidades del mercado solo es posible en caso de que salgan de las mismas filas de la clase trabajadora. A quien falla en el salto a la clase media ùuna posibilidad que fue siempre excepcional y que hoy es prácticamente inexistenteù no le queda otra que la integración en el lumpenproletariado, opcion que solo en casos contados se elige voluntariamente pero que resulta inevitable para segmentos cada vez mayores de la clase obrera. Como aunque hubiera voluntad de hacerlo, no es factible dar a los desempleados condiciones de vida convenientes para seres humanos, como tampoco lo es darlas a los delincuentes ùya que entonces la presión para trabajar perdería gran parte de su fuerza y aumentaría el poder de los trabajadores para resistir en la lucha salarialù, incluso los trabajadores que reciben asistencia social se ven a menudo empujados a mejorar sus limitados medios de subsistencia mediante la delincuencia. De todas formas, incluso en países con seguro de desempleo una proporción mayor o menor de los trabajadores permanece excluida de esa compensación y esta parte no puede librarse, incluso con la mayor moderación, de caer en el lumpenproletariado. Cualquiera que resulta marginado del proceso de trabajo pierde también la capacidad y la posibilidad de trabajar de nuevo. Considérese por ejemplo el caso de alguien que haya estado desempleado tres o cuatro años. Para esa persona resulta indeciblemente difícil ocupar de nuevo su puesto en la vida económica. Dada la creciente racionalización del proceso productivo, no solo psicológica sino físicamente será difícil que pueda resistir las mayores demandas de rendimiento. Por esa razón los empresarios casi siempre rechazan contratar a trabajadores que han estado desempleados varios años, hacia los cuales tienen una actitud muy escéptica, a la que también contribuye el aspecto miserable y desaliñado del solicitante. Una vez alcanzado cierto nivel de misera, no hay posible vuelta a la rutina del trabajo diario. Entonces solo queda la posibilidad de subnutrirse mediante la mendicidad y el lento deterioro en las calles de las grandes ciudades. Solo queda la embriaguez para conseguir el olvido del sinsentido de la propia existencia; o el salto a las filas del submundo, lo que inevitablemente lleva a la prisión y a la muerte violenta.

[Empobrecimiento y revolución]

Si el empobrecimiento que tiene lugar entre las masas en el curso del desarrollo capitalista fuera uniforme y afectara al conjunto de la clase obrera de manera uniforme, el resultado sería equivalente a la concienciación revolucionaria de las masas. Los “lumpenproletarios” serían tantos que la existencia del lumpenproletariado resultaría imposible. Las actividades lumpen de los individuos solo podrían expresarse de forma colectiva. La existencia individual parasitaria o la expropiación individual se eliminarían por sí mismas, ya que no es posible que una mayoría viva de gorra o del robo sin quebrar por completo las bases mismas de la sociedad. Que el lumpenproletariado solo sea posible como minoría es muestra también de su carácter trágico. Como resultado de esa existencia minoritaria solo queda para los lumpenproletarios el vivir del cuento o de la delincuencia. En países en guerra, por ejemplo, donde incluso a pesar de la diversidad de ingresos la escasez cada vez mayor de comida produce un nivel de vida más o menos uniforme entre las grandes masas de la población, es más probable que se produzca una situación revolucionaria que en tiempos y situaciones en los que el empobrecimeinto tiene lugar por etapas y mediante saltos bruscos. En tanto que el lumpenproleariado surge no solo indirecta sino también directamente de las relaciones existentes, el factor predominante en cuanto al empobrecimiento ha de asignarse a las leyes ciegas que lo hacen surgir. El lumpenproletariado tomó forma por el empobrecimiento inicialmente asociado a la expansión del sistema económico y el fin de esa expansión lo condena a permanecer como minoría, aunque pueda ser una minoría creciente, por mucho tiempo. Como la fase de auge social es muy rápida y la de declinación es muy lenta, una parte de la población trabajadora resulta expuesta a consideraciones de inmiseración a las que solo puede responder de forma lumpen y a las que debe someterse. Estas son las primeras “víctimas” de un lento proceso de derrocamiento social que de entrada no empuja a los individuos a transformarse en revolucionarios sino más bien en fuerzas principalmente negativas. En lugar de soluciones revolucionarias las salidas que aparecen como posibles son individuales y necesariamente antisociales. De forma que el lumpenpropetariado puede liberarse a sí mismo de su situación solo mediante su crecimiento, que es al mismo tiempo un índice del proceso de avance revolucionario que se difunde en la sociedad. La forma de vida del lumpenproletariado ha de convertirse en modo de vida de una parte de la humanidad tan grande que no haya posibilidad para el individuo de mantener ningún tipo de vida, ni siquiera en el lumpenproletariado. Como ya se dijo, la apariencia superficial parece desmentir la teoría del empobrecimiento. Considerando simplemente la actitud psicológica de los desempleados, por no hablar ya del lumpen, produce horror la penuria espiritual de estos elementos (a menos que el observador se autoengañe, lo que a menudo parece considerarse adecuado, a efectos de agitación). Liberados de la fatiga embrutecedora, resultan todavía más incapaces que antes de desarrollar una conciencia revolucionaria. Sus conversaciones versan sobre los temas más triviales ùsucesos y deportesù y no tienen relación alguna con su situación actual. Se apartan casi con temor del reconocimiento de esa situación y de sus consecuencias políticas.

El efecto que tiene el empobrecimiento sobre los desempleados puede dividirse en grados. Un pequeño porcentaje no se viene abajo ante la nueva situación. Todavía no han estado apartados del trabajo suficiente tiempo o resultan protegidos del hundimiento por algunos ahorros. Se alzan sobre sí mismos una y otra vez, se empeñan en encontrar trabajo y todavía tienen esperanzas en el futuro del que esperan una mejora en su situación. La intensidad con la que se esfuerzan en no hundirse excluye a este grupo más o menos totalmente de la actividad política. Más que previamente, se ven obligados a dedicarse a sus más estrechos intereses, no tienen posibilidades de dedicar sus energías a varios campos simultáneamente. Sin embargo, la gran masa de los desempleados ùque como consecuencia del tiempo que han estado sin trabajo han dejado el primer nivel mencionadoù vive en el más profundo estado de resignación y falta de energía. No esperan nada de la vida. Ni la fantasía misma les permite tener esperanzas. Nada suscita su interés, ni son capaces de implicarse en nada. Han dejado a un lado las características de la humanidad viviente, vegetan y son conscientes de que poco a poco se están hundiendo. De esa enorme masa gris surge el pequeño porcentaje de los completamente desesperados que se integran en el lumpen o en poco tiempo desaparecen de la vida. La desesperación y la amargura limitan con la locura y las víctimas o se arrastran o se enzarzan en furiosas peleas como animales aterrorizados. Tan pronto como la sociedad se libra de ellos sus vacantes son ocupadas por elementos procedentes de la masa gris de los resignados que a su vez son reemplazados por los procedentes de los aún íntegros. Independientemente de lo que pueda decirse de la teoría del empobrecimiento, todos los argumentos se vienen abajo ante el empobrecimiento que actualmente está teniendo lugar y al que no se puede poner freno en el contexto de la sociedad actual. Si la teoría del empobrecimiento es falsa, también la revolución es improbable. Sin embargo, todavía es mucho más probable que el empobrecimiento hasta ahora haya permanecido sin consecuencias revolucionarias visibles solo porque siempre afectó solo a minorías. Una gran masa de empobrecidos por mera razón de su magnitud debe convertirse en una fuerza revolucionaria. Y esto, la abolición del proletariado como tal, es al mismo tiempo el fin del lumpenproletariado, a pesar de que no sea una desaparición inmediata. Solo el terreno para su desarrollo resulta eliminado. La ideología lumpen que surge como resultado del modo de vida lumpen todavía se manifestará por mucho tiempo como una de las herencias indeseables del proletariado, hasta que las nuevas relaciones hayan cambiado la humanidad suficientemente como para que las tradiciones ideológicas solo se hallen en los libros de historia y no en las cabezas de los seres humnanos.

Por todo ello hay que afirmar que el empobrecimiento es una condición previa para el derrocamiento revolucionario y al mismo tiempo hay que combatir en la práctica ese empobrecimiento. Esto no es contradictorio, ya que precisamente por intentar dentro del marco del capitalismo disminuir el empobrecimiento realmente este se incrementa. Pero entrar en esta paradoja nos llevaría al campo de la economía. Dejémoslo pues simplemente en la afirmación de que en el lumpenproletariado los trabajadores solo pueden ver la cara de su propio futuro, a menos que sus esfuerzos por cambiar las relaciones de producción existentes procedan a mayor ritmo. Solo la estrechez de miras de la pequeña burguesía puede señalar con desprecio al lumpenproletariado. Para los mismos trabajadores, “la hez de la humanidad” es solo la otra cara de la moneda que suele admirarse como civilización capitalista. Solo el final de esta traerá consigo el final de aquella.
1935

[1] John Dillinger (1902-1934) fue un convicto que se hizo famoso en EEUU por sus asaltos a bancos y fugas espectaculares, hasta su muerte en una trampa tendida por el FBI (N. del t.).

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