miércoles, 30 de enero de 2008

Robert Brenner: Turbulencia en la economía mundial

Subimos al blog LUXEMBURGUISMO el archivo pdf del libro de Robert Brenner Turbulencia en la economía mundial.
Consideramos que puede ser una lectura muy esclarecedora, sobre todo considerando la situación de crisis económica global que ya muy pocos pueden ocultar.
La difusión de este libro es parte de un proceso que vamos a realizar los militantes de DC-L en los próximos días. Queremos difundir textos que para nuestra formación y nuestro conocimiento del mundo de la producción material en el presente han tenido y tienen gran valor. Y que creemos que pueden tenerlo para nuestros hermanos proletarios. Porque del conocimiento que tengamos los proletarios de lo que está sucediendo en este terreno va a depender que podamos estar alerta ante las posibles tendencias que pueden desarrollarse. Y que podamos dar una respuesta adecuada y correcta a una crisis que, sin duda, la burguesía intentará que paguemos nosotros.
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SALUD

martes, 22 de enero de 2008

Notas Críticas sobre la Teoría Clásica de la Revolución

Publicamos un texto de Armando Martínez Verdugo, un camarada de la organización mexicana Rumbo Proletario, con la que mantenemos contacto. El artículo, titulado Notas Críticas sobre la Teoría Clásica de la Revolución, nos parece excelente. Es un profundo y bien documentado análisis de la relación entre poder y revolución en el pensamiento (y en la intervención práctica) de Lenin, a la luz de lo que hoy conocemos.

Siendo tan sólo, según el autor, “un liviano pergeño de revisión crítica, de cuyas primeras andanzas damos aquí cuentas al lector”, creemos que plantea cuestiones centrales no sólo desde el punto de vista del análisis histórico del proceso revolucionario ruso (y del que, a la postre, fue el principal líder de los bolcheviques y de la URSS), sino también, lo que es más importante aún, de la necesidad de pensar esa relación hoy, a la luz de las realidades actuales.

Confiamos en que a estas notas continúen otras que sigan el análisis de uno de los puntos que siguen siendo cruciales para todos los revolucionarios.
Hemos tenido que crear un blog en wordpress para poder subir el archivo (está en formato pdf)
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SALUD
DC-L

sábado, 19 de enero de 2008

Rosa Luxemburgo: un pensamiento irrecuperable

Publicamos a continuación un texto de José M. Delgado, publicado el pasado 10 de Enero en la web del grupo Re(d)forma en serio (http://www.nodo50.org/reformaenserio/index.htm).

Nos parece muy interesante que cada vez surjan más colectivos que abiertamente cuestionan las mistificaciones nacionalistas (y burguesas) que numerosas organizaciones de la izquierda han recogido, de forma oportunista y justo (y curiosamente) cuando la propia burguesía (la gran burguesía de las multinacionales) las desecha, pues ya apenas le son útiles. Además, para nosotros es importante siempre encontrar grupos que defienden el legado de Rosa Luxemburgo. Y que denuncian que ese legado sea enarbolado por quienes nada tienen que ver con el luxemburguismo, pues nada aprendieron de las críticas que en esa corriente se han hecho tanto del reformismo socialdemócrata como del vanguardismo sustitucionista bolchevique.

Rosa Luxemburgo: un pensamiento irrecuperable

José M. Delgado

El 15 de enero se cumple el 89º aniversario del asesinato de Rosa Luxemburg. Como cada año activistas de izquierdas se reunirán en Berlin, el homenaje a Rosa Luxemburgo tendrá el tinte claramente anticapitalista que lo caracteriza, anticapitalista y tan para nada sectario como es habitual: concernidos estarán jóvenes y menos jóvenes de casi todas las tendencias marxistas, comunistas, pero también libertarios, autónomos, que confrontan en cada convocatoria su determinación antisistema con los poderes burgueses, como gustaría a Rosa, borrando fronteras inútiles, sectarias, en la lucha de clases contra el capital. Sin embargo, y puesto a no borrar fronteras, ya deberían troskistas, leninistas, abstenerse de tratar de incorporar el pensamiento de Rosa al leninismo, de tratar de "recuperar" de la manera tan oportunista y que tan mal coindice con su pretendido rigor doctrinario - un manera de sublimar el sectarismo - que los ha llevado (a los trotskistas, particularmente) a dividirse y escindirse hasta el infinito, un pensamiento y una obra teórica con el que el bolchevismo no tenía nada que ver, - y menos aún la socialdemocracia gobernante en la Europa después de la II Guerra Mundial - ni en relación con la idea de democracia, con la concepción de la relación partido-masas, ni en relación con la pedagogia revolucionaria que atribuía a las luchas de masas, y sobre todo nada que ver con la utilización urbi et orbi del principio o derecho de autodeterminación de las nacionalidades que los trotskistas (y ex-stalinistas) hacen al día de hoy.

Es un hecho reconocido por todos los historiadores que la "liberación de los pueblos oprimidos" sirvió de pretexto ideológico al imperialismo alemán, al francés, y finalmente en su formulación más "coherente" y supuestamente imparcial al imperialismo estadounidense con la formulación de los 18 puntos de Wilson, para justificar la gran matanza, la barbarie de la Gran Guerra. A este respecto Rosa Luxemburgo formuló la denuncia más clara y taxativa:

"En la historia de las luchas de clases estos "slogans" revisten a veces una importancia muy concreta. En la presente guerra mundial, es un sino fatal del socialismo estar predestinado a proveer de pretextos ideológicos a la política contrarrevolucionaria. Cuando aquella estalló, la socialdemocracia alemana se apresuró a decorar con un escudo ideológico, extraído del arsenal seudo-marxista, el bandidismo del imperialismo germánico, explicándolo como la campaña de liberación contra el zarismo ruso auspiciada por nuestros viejos maestros. En las antípodas de los socialistas gubernamentales, estaba destinado a los bolcheviques llevar agua al molino de la contrarrevolución con la consigna de la autodeterminación nacional y de proveer así de una ideología, no solo para el estrangulamiento de la misma Revolución Rusa, sino para la proyectada liquidación en sentido contrarrevolucionario de toda la guerra mundial. Tenemos todas las razones para examinar muy a fondo desde este punto de vista la política bolchevique. El "derecho de la autodeterminación nacional" acoplado a la Sociedad de Naciones y al desarme por gracia de Wilson, constituye el grito de batalla tras el cual debería desarrollarse la inminente rendición de cuentas del socialismo internacional con el mundo burgués. Es evidente que la consigna de la autodeterminación y el conjunto del movimiento nacionalista, que en el presente constituye el mayor peligro para el socialismo internacional, han recibido un extraordinario refuerzo precisamente de la Revolución Rusa y de las negociaciones de Brest." (cfr. Rosa Luxemburgo. La Revolución Rusa. La cuestión de las nacionalidades)

Rosa condenó como todo sabemos la claudicación de Brest-Litovsk, que selló el fin de la revolución rusa y predeterminó su "nacionalización" y con ello sentó las bases de la era de Stalin y de su definitiva consolidación en tanto que mero capitalismo de estado, a la postre siguiendo implicitamente las teorías económicas del desarrollo nacional alemán formuladas por Friedrich List en el siglo XIX. Rosa condenó sin paliativos como un principio pequeñoburgués ese supuesto derecho que tan caro le era a Wilson (así, el historiador británico Eric Hobsbawm le llama "derecho de autodeterminación wilsoniano-leninista"):

"En la obstinación y rigurosa coherencia, con que Lenin y sus compañeros se mantuvieron en esta consigna, lo que sorprende es que está en contradicción tanto con su tan proclamado centralismo como también con el comportamiento que asumieron frente a otros principios democráticos. Mientras demostraban un frío desprecio frente a la asamblea constituyente, el sufragio universal, la libertad de prensa y reunión, en síntesis, frente a todo el aparato de las libertades democráticas fundamentales de las masas populares, que en su conjunto constituían el "derecho de autodeterminación" para toda Rusia, consideraban el derecho de autodeterminación de las naciones como la niña de los ojos de la política democrática, por amor a la cual todos los puntos de vista prácticos de la crítica realista deben ser silenciados. Mientras no se habían dejado someter, en modo alguno, por la votación popular de la Asamblea constituyente rusa, una votación popular sobre la base del derecho electoral mas democrático del mundo y en la plena libertad de una república popular, y mientras que, por consideraciones críticas bastante frías, declararon nulos los resultados, en Brest-Litovsk y propugnaron el referéndum sobre la pertenencia estatal de las nacionalidades no rusas del Imperio como la verdadera panacea de toda libertad y democracia, genuina quintaesencia de la voluntad de los pueblos, y como la suprema instancia que debía decidir en las cuestiones del destino político de los pueblos y de las naciones. Esta flagrante contradicción es tanto mas incomprensible, a propósito de las formas democráticas de la vida política de cada país, puesto que, como veremos mas adelante, se trata efectivamente de fundamentos en extremo válidos, y hasta diría indispensables de la política socialista, en tanto que el famoso "derecho de autodeterminación nacional" no es sino una vacua fraseología y charlatanería pequeño burguesa."

Y a día de hoy muchos leninistas y trotskistas continuan haciendo el juego al imperialismo de EEUU coadyuvando a fragmentar estados, como en la ex-Yugoslavia, en España, donde apoyan la fragmentación del estado ayudando a los nacionalistas secesionistas burgueses o pequeñoburgueses, incluso animando o reanimando el nacionalismo allí donde no existe o apenas existe.

Rosa condenaría todo esto, denunciaría la fragmentación étnico-religiosa de Iraq, la destrucción de Yugoslavia, de la URSS, al socaire del imperialismo, y por supuesto el último acto de soberbia imperialista auspiciado por la UE como es la independencia de Kosovo de Serbia, - ejemplo de "viabilidad" en pro de su pretendida independencia de Euzkadi para los fascistas-estalinistas de ETA - los intentos de destrucción de estados-nación consolidados desde hace centurias como el Reino Unido o España, o Bélgica, o apoyando a las burguesías secesionistas en Bolivia y Venezuela. Condenaría asimismo Rosa la deriva del trotskismo hacia las tesis de Giuspeppe Mazzini: "un estado para cada nación, una sola nación para cada estado"

Esta dedicación autodeterminista del leninismo le hace el juego claramente al imperialismo interesado en reducir, fragmentar o borrar del mapa cuantos estados pueda, a fabricar los llamados "estados fallidos" en favor de la penetración de sus empresas, capitales, fuerzas militares o paramilitares, etc. Simplemente le sale más barato que tener que dar su parte del expolio de materias primas, petróleo, oro, diamantes o coltan, a las élites militares o dictatoriales gobernantes en esos países de Africa y Oriente, todo ello en un nuevo movimiento neocolonial, salvaje, brutal, que hace de los imperios jurídicos británicos, francés, holandés, poco menos que instituciones filantrópicas que ponían tierras en regadio, construían ferrocarriles y educaban a los hijos de las élites complacientes en sus universidades metropolitanas.

Pero podeis seguir defendiendo el derecho a la autodeterminación de los pueblos, en seguimiento de cualesquiera entidad, grande o pequeñas, rica o campesina, cualesquiera sea su caracter de clase, de la élite burguesa o pequeñoburguesa que levante una bandera con el triángulo irredentista cerca del mástil, en cualquier circunstancia, aunque destruya estados multiétnicos, en trance de destribalización, sin importar las consecuencias de genocidio mutuo, de limpieza étnica, de destrucción de familias mixtas: todo eso no importa para una supuesta izquierda que ha sustituido al "proletariado" como agente de la revolución, por los "pueblos" ¡siempre y cuando no se trate del "pueblo del estado", a la sazón, como casi todos los antiguos europeos, concepto más cívico-democrático, "ciudadano" que "nacional" dicho en sentido etnico-lingüistico! Sin duda este tipo de "pueblos", británico, italiano, belga, español, francés, ruso, se halla mas abocado a ejercer un patriotismo o nacionalismo agresivo, chovinista, jingoísta, que el irredentismo nacionalista de los pueblos sin estado. Bien está, para quien lo crea, para los que creen estar en 1914, mientras los nacionalistas burgueses o pequeñoburgueses les dejen meter cuchara y les sigan el juego al desorientado leninismo que les allana camino, ¡aunque la experiencia última de nacionalistas vascos, croatas, serbios, catalanes, kosovares, kurdos, den cuenta de justamente lo contrario!

Así que ya basta de querer apropiarse del pensamiento de la gran revolucionaria marxista Rosa Luxemburgo, por los que ponen una vela a dios y otra al diablo: afirman combatir el imperialismo al tiempo que se ofrecen a ayudar a jibarizar estados canónicos y a dividir todavía mas a los trabajadores, auspiciando la formación de sindicatos nacionalistas en algún caso con la bendición de las élites nacionalistas gobernantes, o de las taifas federales de los social-liberales gobernantes, todo ello sin que por lo demás se atisbe en las politicas económicas y sociales de los poderes autonómicos la mas minima confrontación con el paradigma neoliberal. Y así nos va a la izquierda, sin brújula, sin principios, auto-referenciandose en un ciclo sin fin de errores y claudicaciones oportunistas.
Saludos. JM Delgado

lunes, 14 de enero de 2008

Nacionalismo: una ideología burguesa

Reproducimos a continuación un artículo de la Corriente Comunista Internacional (CCI), aparecido en el último número de Acción Proletaria, así como unas reflexiones que hemos querido hacer a partir de su lectura.

Contra el veneno nacionalista, el antídoto internacionalista del proletariado

Como desenmascaró el Marxismo a mediados del siglo XIX los términos nación o estado nacional sirven a la burguesía para ocultar sus intereses de clase explotadora bajo una bandera tras la que trata de arrastrar al proletariado y a otras capas sociales. Aunque también hay que decir que el movimiento obrero durante el período ascendente del capitalismo (que acaba en 1914 con la Primera Guerra Mundial) apoyó puntualmente la constitución de los grandes estados nacionales para acabar con los restos del feudalismo y acelerar el desarrollo de las fuerzas productivas que pudieran crear las bases de la revolución comunista.

Todo este período acaba con la Primera Guerra Mundial, ya que se abre la etapa de decadencia del capitalismo y la era de guerras imperialistas que llevan a la humanidad a la barbarie más absoluta, pero también se abre el período de las revoluciones proletarias como demostró la oleada revolucionaria de 1917 a 1923. A partir de 1914 ya no hay posibilidades de verdaderas revoluciones burguesas y de liberaciones nacionales, y el principio de autodeterminación nacional deja de tener sentido, teniendo razón Rosa Luxemburgo frente a Lenin: «La política imperialista no es obra de un país o de un grupo de países. Es el producto de la evolución mundial del capitalismo en un momento dado de su maduración. Es un fenómeno natural por naturaleza, un todo inseparable que no se puede comprender más que en sus relaciones recíprocas y al cual ningún estado podría sustraerse» (Rosa Luxemburgo: La crisis de la socialdemocracia, página 134. Editorial Anagrama. Barcelona 1976, el subrayado es nuestro). Y también "La primera tarea del socialismo es la liberación espiritual del proletariado de la tutela de la burguesía, tutela que se manifiesta por la influencia de la ideología nacionalista. La acción de las secciones nacionales, tanto en el parlamento como en la prensa, debe tener por objetivo la denuncia del hecho de que la fraseología tradicional del nacionalismo es el instrumento de la dominación burguesa" (ídem, páginas 170 y 171).

Actualmente asistimos a una auténtica campaña nacionalista por parte de la burguesía española que pretende intoxicar a la clase trabajadora. Es verdad que esa campaña se apoya efectivamente en las querellas entre sectores de la burguesía española aquejada de problemas de mala soldadura del Estado nacional, problemas estos que en el período de descomposición del capitalismo tienden a agravarse con la imposición "del cada uno a la suya". Así sectores de las burguesías regionales vasca y catalana pujan por la soberanía y la independencia, y otras, a la chita callando, se enquistan en sus gobiernos autonómicos que se han convertido en verdaderos reinos de Taifas contemporáneos. Pero más allá de esas eternas disputas, lo cierto es que el objetivo de esta campaña es dificultar la toma de conciencia por parte del proletariado ante un capitalismo en descomposición y en quiebra económica que nos lleva a la barbarie en los cinco continentes.

El capitalismo español se ve asolado por crecientes dificultades tanto en el terreno económico (en el que está perdiendo competitividad a marchas forzadas) como en el de la defensa de sus intereses imperialistas, como se pone de manifiesto en su creciente pérdida de autoridad en zonas que le son especialmente sensibles. Por un lado el Magreb, donde tras el desaire que hace unos meses le propinó la burguesía argelina en materia energética; hemos visto recientemente la acentuación de las reivindicaciones de Marruecos, a las que la burguesía española ha debido responder en solitario. Por otro lado la reciente Cumbre Iberoamericana amén de poner de manifiesto lo obsoleto de los convencionalismos diplomáticos en el caos de peleas barriobajeras en que se ha convertido el escenario imperialista actual, ha puesto de manifiesto igualmente el creciente aislamiento de la posición española incluso entre sus hasta hace poco aliados más "leales".

En este contexto de dificultades para el capitalismo español, exacerbado por el inicio de una recesión económica cuyas consecuencias y efectos de paro y miseria padecerá el proletariado, nos encontramos con esta ofensiva nacionalista desde las dos vertientes: tanto la españolista, con los viajes de los reyes a Ceuta y Melilla, como la regionalista a través del referéndum soberanista de Ibarretxe y los envites independentistas del nacionalismo catalán. La clase obrera al contrario que en los años treinta del siglo pasado no está derrotada, y por tanto no se deja arrastrar por la clase dominante detrás de la bandera nacionalista y de la guerra imperialista. Los ejércitos nacionales no son capaces de cubrir sus vacantes de soldados profesionales, y la debacle del ejército norteamericano en la guerra de Irak tiene sus motivos profundos en esta repugnancia y rechazo del proletariado a la ideología nacionalista y a la guerra.

Pero si la burguesía española no es capaz de ilusionar a la clase obrera con la "gran nación española" ni con las "nacioncillas" vasca y catalana, no va a renunciar a utilizar la ideología nacionalista como medio de fragmentar, de dividir la lucha de su enemigo histórico que es el proletariado. Frente a la creciente desesperación en que se van a sumir muchas familias obreras, las ideologías xenófobas, de buscar en los trabajadores de otras regiones u otros países, el chivo expiatorio al que culpabilizar del paro, del deterioro de las infraestructuras, de los recortes de las prestaciones sociales,... puede dificultar el desarrollo de una creciente solidaridad, de una lucha unida como clase, de una toma de conciencia de que a diferencia de la clase explotadora que por su propia naturaleza está dividida en intereses encontrados y no puede hallar más terreno común que la nación; la clase explotada, también por ese mismo carácter, porque no tiene más propiedad que su fuerza de trabajo, ni más tierra que la que le cubre en los cementerios,... por esa misma naturaleza, decimos, es capaz de llevar a cabo la verdadera unificación de la sociedad humana. Los trabajadores no tienen ninguna patria ni bandera nacional que defender, su auténtica misión en la historia como crisol de la humanidad explotada y sufriente es acabar mediante la revolución comunista con la explotación del hombre por el hombre: "Todas las clases anteriores que conquistaban la hegemonía trataban de asegurarse su posición existencial ya conquistada sometiendo a toda la sociedad a las condiciones de su modo de apropiación. Los proletarios solo pueden conquistar las fuerzas productivas sociales aboliendo su propio modo de apropiación en vigencia hasta el presente, aboliendo con ello todo el modo de apropiación vigente hasta la fecha. Los proletarios no tienen nada propio que consolidar; sólo tienen que destruir todo cuanto, hasta el presente, ha asegurado y garantizado la propiedad privada.

Todos los movimientos existentes hasta la actualidad han sido movimientos de minorías o en el interés de minorías. El movimiento proletario es el movimiento independiente de una ingente mayoría. El proletariado, estrato inferior de la sociedad actual, no puede alzarse, no puede erguirse sin hacer saltar por los aires toda la superestructura de los estratos que conforman la sociedad oficial...(Marx y Engels: El Manifiesto Comunista, página 147. Editorial Crítica, Barcelona 1978).

Frente al mundo burgués del nacionalismo y la confrontación entre naciones que lleva al género humano a las guerras y la barbarie, opongamos los valores del proletariado: la solidaridad y el internacionalismo en un mundo sin clases.
Pel/ET 8 de Noviembre de 2007.

Excelente artículo el de los compañeros de la CCI

Pero es necesario precisar dos cuestiones:

La primera es que no aclaran por qué Lenin erró al defender el derecho de autodeterminación de los pueblos. Es decir, cuáles fueron las motivaciones por las que los bolcheviques, con Lenin a la cabeza, adoptaron esa postura, en principio tan alejada del internacionalismo proletario y los análisis del materialismo histórico. En nuestra opinión, las causas fueron que prevaleció en los bolcheviques el deseo de atraer rápidamente a las masas a su favor, pese a que para ello tuvieran que caer en la mistificación en lugar de debelar la propaganda burguesa que hacía del nacionalismo su banderín de enganche. Fue por tanto una posición oportunista (y no fue la única muestra de oportunismo que dieron los bolcheviques en su afán de hacerse con el poder).

La cuestión hoy no es, al menos para nosotros, poner de manifiesto el oportunismo bolchevique en un afán de "ajustar cuentas" con quienes hace años que murieron. Pero sí es fundamental evidenciar que no puede sacrificarse el análisis de clase en aras de "atajar el camino". Porque entonces el camino sólo conduce a deformaciones que nada tienen que ver con el socialismo (como fue el caso del capitalismo de estado de la URSS). O a masacres como las que padecieron los proletarios fineses, chinos,... Y también porque esa concepción burguesa (la que defiende el nacionalismo) ha lastrado y lastra a varias generaciones de proletarios y a la mayoría de sus organizaciones. ¿Por qué? Porque en ningún caso se plantearon (ni se plantean muchos aún) que los bolcheviques pudieron hacer lo mismo de lo que gustaban tanto criticar a sus adversarios: adoptar posicionamientos oportunistas con tal de hacerse con el poder, alejándose del camino al socialismo y traicionando a las masas proletarias. Sólo si los proletarios nos desembarazamos de ese oportunismo, de ese "todo vale, incluso la mentira" podremos tener oportunidades reales de emprender una revolución verdaderamente socialista.

La segunda cuestión (muy vinculada en el fondo a la primera) se refiere a su acertado análisis sobre las diferencias entre un proletariado derrotado (incluso se podría decir masacrado) en la década de los 30 (por eso entre otras cosas la crisis del 29 no llevó a la revolución) y el proletariado en la actualidad. Es un análisis acertado, pero quizás algo optimista. ¿En qué sentido? En el de que los efectos más drásticos de la crisis en la que estamos inmersos aún no se han hecho sentir. Y mientras llegan la ideología burguesa sigue haciendo su labor (de ahí el aumento de la xenofobia). Y el capital adopta "precauciones por si acaso". Frente a eso, ¿qué hacen las organizaciones proletarias (las compuestas por proletarios, independientemente de sus orientaciones)? Pues en su mayoría siguen repitiendo las mismas fórmulas que antes. Curiosamente rescatan ahora las mismas consignas que la gran burguesía ya ha abandonado: las consignas nacionalistas. Mientras el capitalismo ha unificado el mundo en una sóla formación económico-social con una división del trabajo a escala mundial, la mayoría de las organizaciones de izquierda se empeñan en mantener tácticas inútiles en ese nuevo escenario (pues servían para luchar en el marco del estado-nación, marco ya superado) e incluso muchas defienden una especie de "vuelta atrás en la Historia": en lugar de aprovechar las posibilidades abiertas para liquidar los últimos restos de esos estados-nación pretenden (como si ello fuera posible) crear nuevos estados más pequeños. El carácter reaccionario de esa ideología es evidente. Y su carácter mistificador, ideológico en el sentido marxista, también. Puede que sea producto de la desesperación, de la falta de alternativas superadoras, de la esclerosis que anula la capacidad de análisis. Pero también es probable que influya el hecho de que "el derecho de autodeterminación de los pueblos" (y por tanto la propia consideración de la existencia de los "pueblos") ha sido una constante en la inmensa mayoría de las corrientes que se derivan del bolchevismo, con gran influencia entre el proletariado. Romper con esa tradición podría suponer un cuestionamiento de casi un siglo de su propia historia como organizaciones. ¿Estarán dispuestos a ello?

Evidentemente, esa falta de adecuación del análisis a la realidad actual puede alejar a esas organizaciones de la mayoría del proletariado. Pero, ¿seguro que será así? Porque el oportunismo, sobre todo en tiempos de crisis, funcionará como suele: atraerá a muchos que, ante la crisis, buscarán una tabla de salvación fácil. Y el análisis nunca lo es. Es más simple buscar un enemigo exterior al que sea fácil culpar de los propios males, en lugar de enfrentar radicalmente al enemigo poderoso: la burguesía y el capital.

Al igual que otras ideologías (al igual que todas las mistificaciones) el nacionalismo encuentra su abono perfecto en la desesperación ante la crisis. Si la izquierda lo usa como consigna para captar rápidamente apoyos, tan sólo estará cavando su fosa. Porque el fascismo sabe hacer mejor esos "trabajos" para el capital.

La última cuestión a plantearse es: ¿se llevará a la tumba la "izquierda nacionalista" consigo las perspectivas socialistas del proletariado? Porque el futuro no está determinado, la disyuntiva planteada por Rosa Luxemburgo sigue estando ahí: Socialismo o Barbarie

SALUD
DC-L

sábado, 12 de enero de 2008

Daniel Campione: Rosa Luxemburgo. Pasado y presente de la articulación entre socialismo y democracia

Publicamos a continuación un artículo, creemos que muy interesante, de D. Campione, que tomamos de su edición en el periódico Rebelión el 20 de Noviembre de 2005. Tenemos que puntualizar que estamos en desacuerdo con, al menos, dos planteamientos del autor, a saber:

Su consideración de que las críticas de R.L. hacia el modelo bolchevique no deben ser consideradas como una impugnación de dicho modelo. Si bien es cierto que R.L. mostró su apoyo al proceso revolucionario ruso iniciado en 1917, no lo es menos que sus críticas a las posiciones leninistas arrancan de mucho antes. Y que R.L. no tuvo tiempo, al ser asesinada, de analizar más en profundidad lo que estaba produciéndose en Rusia. No se trata de hacer predicciones sobre cual hubiera sido la evolución de R.L. (aunque sí puede analizarse la trayectoria de la tendencia “luxemburguista”), pero sí de dejar claro cómo las principales críticas manifestadas en La Revolución Rusa se comprobaron en la propia evolución del proceso revolucionario. Además, que R.L. no lo expresara así no significa que sus planteamientos no fueran incompatibles con los adoptados por el partido bolchevique.

En segundo lugar, el autor afirma que ni R.L. ni Gramsci llegaron a formular que el modelo organizativo bolchevique llevara a la dictadura personal. Ambos autores no lo expresaron explícitamente. Pero (lo que es curioso, dada su evolución posterior) Trotsky sí lo hizo, en Nuestras Tareas Políticas (1904), como respuesta a Lenin. Plantear el stalinismo como ruptura frente al leninismo, como algo desconectado de la propia evolución iniciada por los bolcheviques en 1902, nos parece absolutamente irreal. Una mistificación que desatiende a lo que fue la praxis autoritaria y negadora de toda disidencia (tanto externa como interna) del partido bolchevique en general (y de su máximo dirigente, Lenin, en particular). Una praxis coherente, al fin y al cabo, con las pretensiones leninistas de sustituir a la clase por el partido como sujeto revolucionario, aspecto en el que no sólo se aparta por completo de Marx sino que debe ser especialmente considerado a la hora de evaluar la historia de la URSS.

Rosa Luxemburgo. Pasado y presente en la articulación entre socialismo y democracia

Daniel Campione
La relación entre democracia y socialismo ha sido objeto de discusión en los últimos años, en gran medida desde el enfoque de que la propia idea de revolución social y toma del poder por los trabajadores ya es perversa e intrínsecamente antidemocrática. El socialismo sería así inapto para dar lugar a cualquier avance de la democracia. Por el contrario, conduciría necesariamente a su abrogación. Sólo el funcionamiento de las instituciones parlamentarias podría así ser el camino para el surgimiento y consolidación de la vida democrática, a lo que muchos suman la existencia del libre mercado como sustrato económico social imprescindible de la misma. Rosa Luxemburgo, del mismo modo que Gramsci, entre otros, han sido tomados a menudo como ejemplos de reivindicación de las instituciones parlamentarias dentro de la tradición comunista, lo que es insostenible en ambos casos.

El objetivo de este trabajo es indagar en la concepción acerca de la democracia y sus relaciones con el socialismo que se halla contenida en los escritos de Rosa Luxemburgo, sobre todo los referidos a la revolución rusa, a lo que sumaremos una referencia bastante más breve al pensamiento gramsciano sobre el tema, para esbozar luego algunas conclusiones aplicables al presente.

Las posiciones de R.L en torno al proceso soviético no deberían ser presentadas de forma simplificada, como un completo apartamiento y una impugnación en bloque de toda la experiencia bolchevique, y del pensamiento de Lenin en su conjunto. Sin embargo, algunos autores asi lo han sostenido, procurando reivindicar a R.L como pensadora del “socialismo democrático” a partir de una versión a su vez caricaturizada del pensamiento y la acción de Lenin: “...en sus amonestaciones a los militantes alemanes, hay nada menos que un repudio a la concepción leninista de la revolución, según la cual el poder se debe tomar y conservar por todos los medios cuando las circunstancias de la historia lo ofrezcan a una vanguardia, así sea muy pequeña pero bien organizada y convencida de que encarna los intereses de las masas...” [1]

Rosa hace las observaciones al régimen emanado de Octubre, en su momento inicial, en abierta crítica al modo de entender la democracia proletaria por parte de Lenin y Trotsky.

Pero eso no la lleva a renegar del proceso revolucionario, ni a abandonar la idea de la necesidad de una transitoria “dictadura” del proletariado hasta ayer oprimido. La “defensa de la revolución” frente a intervenciones extranjeras, alzamientos armados en el interior y todo tipo de atentados y sabotajes, no es una preocupación menor para la dirigente de Spartacus.

Democracia burguesa, democracia proletaria y crítica de la revolución rusa.

Ella defenderá siempre el objetivo final de la “sociedad sin clases ni estado” como el factor distintivo del socialismo frente a las posiciones democráticas e incluso radicales surgidas en el seno de la burguesía [2], y el inmodificable carácter clasista del Estado en la sociedad capitalista, mas allá de la adopción de políticas que favorecen intereses más amplios que los de la clase dominante:

“El Estado existente es, ante todo, una organización de la clase dominante. Asume funciones que favorecen específicamente el desarrollo de la sociedad porque dichos intereses y el desarrollo de la sociedad coinciden, de manera general, con los intereses de la clase dominante y en la medida en que esto es así. La legislación laboral se promulga tanto para servir a los intereses inmediatos de la clase capitalista como para servir a los intereses de la sociedad en general. Pero esta armonía impera sólo hasta cierto momento del desarrollo capitalista...” [3]

La evolución en sentido democrático, la legitimación por el voto popular de los gobiernos, no modifica esta situación, lo mismo que las formas representativas parlamentarias, que ahondan las contradicciones del capitalismo, sin dejar de “reflejar” la división clasista de la sociedad.

La “burguesía y sus representantes estatales” sólo dejan sobrevivir las formas democráticas hasta el punto en que se tiende a radicalizar eficazmente su contenido democrático, a erigir a las instituciones políticas en una fortaleza de lucha contra la sociedad dividida en clases. Si ese caso se produce, tanto los capitalistas como la dirigencia política no sacrificarán la propiedad privada y sus corolarios, sino las formas democráticas “...apenas la democracia tiende a negar su carácter de clase y transformarse en instrumento de los verdaderos intereses de la población, la burguesía y sus representantes estatales sacrifican las formas democráticas.”[4] Esta afirmación de Rosa se ha visto largamente corroborada a lo largo del siglo XX. Cuando perspectivas anticapitalistas logran superar los “filtros” y “mallas de protección” que coloca el sistema, y arriban en todo o en parte al poder estatal, las clases dominantes no trepidan en desechar las reglas democráticas y desencadenar el derrocamiento violento de quiénes desafían su predominio. Desde la República española al Chile de la Unidad Popular, han sido claros testimonios en ese sentido.

La crítica democrática a la revolución rusa marca la diferenciación de R.L con la tradición leninista en formación. Es insoslayable tener en cuenta que se inserta en un abordaje respetuoso del proceso revolucionario ruso, que lo examina a la luz de una posición de defensa de la puridad de los ideales socialistas, pero defendiendo el proceso revolucionario ruso como una perspectiva globalmente positiva para el movimiento obrero y socialista a escala mundial.

Para R.L queda claro que la democracia no es un valor instrumental desde el punto de vista del socialismo, sólo estimado como una forma de crear mejores condiciones para el advenimiento de un proceso revolucionario de orientación socialista. En esa concepción, las libertades públicas y los derechos individuales serían armas para defender a la acción política proletaria de la persecución de la burguesía y desplegar con más amplitud su propaganda y su capacidad de movilización. Ese valor “táctico” desaparecería, por definición, si fuera el mismo proletariado el que está en el poder, y las libertades “burguesas” tendrían poco que hacer frente al imperio de nuevas libertades, de raíz “proletaria”, definidas sobre todo en el terreno económico y social, y más imprecisas en el campo político. Para R.L, por el contrario, la democracia es un valor sustancial, permanente. Ello no debe entenderse en el sentido general y abstracto propio de la tradición liberal, en el que la universalización de la ciudadanía y el voto basta para constituir una entidad política en “democrática”. Como hemos visto, R.L tiene claro el carácter de clase del Estado, y la función que en relación con ese carácter cumple la democracia parlamentaria.

La crítica de Rosa está configurada como advertencia a los riesgos derivados de una revolución proletaria que, en defensa del proceso revolucionario, suprime derechos y libertades incluso para los miembros de la clase que esa revolución encarna. Dice en relación con la disolución de la Asamblea Constituyente:: “...el remedio que encontraron Lenin y Trotsky, la eliminación de la democracia como tal, es peor que la enfermedad que se supone va a curar; pues detiene la única fuente viva de la cual puede surgir el correctivo a todos los males innatos de las instituciones sociales. Esa fuente es la vida política, sin trabas, enérgica, de las más amplias masas populares.”[5]

A lo que apunta Rosa es a un verdadero gobierno de las mayorías, imposible de desplegar en coexistencia con una estructura social capitalista, pero que a su vez necesitará de una prolongada y laboriosa construcción en un marco de poder proletario. La “actividad política de las masas trabajadoras” es el presupuesto necesario para que asuman efectivamente la iniciativa política y con ella la construcción de una democracia sustantiva.[6]

La carencia de ámbitos de libre debate, de espacio y facilidades para el surgimiento y consolidación de organizaciones autónomas de las clases subalternas, equivale a negar en la práctica ese “entrenamiento y educación política de toda la masa del pueblo” como elemento vital para ejercer la “dictadura proletaria”. Dictadura proletaria, para R.L es un concepto a aplicar exclusivamente sobre la burguesía supérstite, nunca dictadura del estado-partido sobre el conjunto de la sociedad, incluyendo en primer lugar al propio proletariado. La denuncia de los límites de la igualdad y la libertad formales, de la amplia compatibilidad de la vigencia de las libertades públicas con el reinado de la opresión clasista, no puede equivaler para la socialista polaca a despreciar a aquéllas, por el contrario, exige que el socialismo se proyecte siempre en dirección a su ampliación, tanto en su alcance normativo como en su vigencia social efectiva.

Rosa sitúa así a la amplitud del espacio para la iniciativa popular como piedra de toque para considerar el sentido último de un proceso político. Si no estaríamos ante algo similar a lo que Gramsci denomina “revolución pasiva”, que puede realizar un programa en apariencia muy similar que un proceso revolucionario auténtico, impulsado desde abajo, pero cuyos resultados en términos de iniciativa y autonomía populares son diversos y hasta opuestos. La patética paradoja de la supresión de la organización autónoma de sindicatos obreros, o la prohibición de las huelgas; todo en nombre del “poder proletario” es sólo la más escandalosa de las chirriantes paradojas al que la remisión de las masas a un rol político pasivo puede conducir en un proceso cuyo objetivo proclamado es la emancipación de las masas y el socialismo.

Más en general, R.L está criticando la entronización de una razón instrumental que termina obturando el camino hacia el objetivo en nombre del cual se utilizan medios “realistas” en la mirada de coyuntura, pero descabellados en una perspectiva estratégica. La supresión del debate y la pluralidad no puede llevar a la construcción de un orden libre, el disciplinamiento forzado, y el silenciamiento de las disidencias no pueden ser nunca una escuela política que forme en la libre iniciativa, en la autonomía en la toma de decisiones.

Por eso critica también la posición leninista de la “inversión”: El estado de los trabajadores es el Estado capitalista “puesto cabeza abajo” según Vladimir Ilich.[7] Para Rosa, esto es inadmisible, ya que la construcción de un nuevo poder no se caracteriza por el propósito de oprimir a los restos de la minoría explotadora, sino por la finalidad de autoliberación de la mayoría hasta ayer explotada.

La educación política ocupa un lugar inmenso en la concepción revolucionaria de R.L. a favor de no creer en una conciencia “preconstituida” que arriba a los trabajadores desde intelectuales que han hecho una acabada elaboración previa:

“Bajo la teoría de la dictadura (...) subyace el presupuesto tácito de que (para) la transformación socialista hay una fórmula prefabricada, guardada ya completa en el bolsillo del partido revolucionario, que sólo requiere ser enérgicamente aplicada en la práctica.”[8]

Ocurre que R.L cree que largas décadas de vida de los trabajadores en condiciones de explotación y alienación, requieren para ser superadas en la construcción de un orden nuevo, de una “completa transformación espiritual”.[9]

Por tanto, la posibilidad de disidencia, de debate, de expresión de opiniones divergentes, es la que garantiza que se trate de verdadera educación y no de simple “adoctrinamiento”:

La “libertad para el que piensa diferente” aparece así como sustento de la libertad. Toda restricción no puede ser sino por tiempo muy limitado y reducida a lo imprescindible, pero eso deja abierto el problema de la defensa de la revolución frente a sus enemigos de clase, que tienden a actuar de modo implacable, no sujeto a ningún límite ético, como se ha mostrado una y otra vez en la historia. Rosa no da a la libertad sólo un valor de principio, mucho menos abstracto, sino el concreto y práctico de condición previa, de generación de un ámbito propicio para el crecimiento político y cultural de las masas:

“La libertad sólo para los que apoyan al gobierno, sólo para los miembros de un partido (por numeroso que este sea) no es libertad en absoluto. La libertad es siempre y exclusivamente libertad para el que piensa de manera diferente. No a causa de ningún concepto fanático de la “justicia”, sino porque todo lo que es instructivo, totalizador y purificante en la libertad política depende de esta característica esencial, y su efectividad desaparece tan pronto como la “libertad” se convierte en un privilegio especial.”[10]

Un problema que R.L detecta en el proceso revolucionario ruso, es la tendencia a pintar como virtudes, lo que en realidad son medidas de emergencia tomadas en circunstancias harto difíciles, cuando no desesperadas, de invasiones externas, guerra civil y hambre masivo. Y hacer de ellas, en consecuencia, un modelo de acción revolucionaria para todo tiempo y lugar. Agrega que todo lo que sucede en Rusia es comprensible, dadas las terribles circunstancias reinantes allí, el problema es presentarlo como un ideal, como un “modelo a seguir”.[11]

Las 21 condiciones, “demasiado rusas” al decir del propio Lenin, exportarían poco después el modelo de partido construido en la clandestinidad, en una sociedad carente en gran medida de “sociedad civil” y sin organización parlamentaria ni vigencia del sufragio; en la organización partidaria aplicable en todas las latitudes, incluyendo sociedades con amplio desarrollo de parlamento, sindicatos, partidos y organizaciones culturales como Alemania o Francia.

El estancamiento de la formación política de masas, lleva necesariamente a la consolidación de un estrato minoritario, que asume con carácter permanente la conducción del nuevo aparato estatal, y tiende a formar una élite que se desapega progresivamente de la clase que, en la teoría, titulariza el poder: “El control público es absolutamente necesario. De otra manera el intercambio de experiencias no sale del círculo cerrado de los burócratas del nuevo régimen.”[12]

R.L. piensa que nadie más que Lenin es consciente de la necesidad de una transformación espiritual de las masas, de una formación política en gran escala, pero intenta realizarla por medios equivocados, por la imposición forzada de una disciplina implacable. El mal parte de la propia vida de fábrica, dónde R.L. señala la existencia de un poder dictatorial de la supervisión, proyección de la descaminada concepción que parece presidir la construcción del nuevo estado proletario:

“Los decretos, la fuerza dictatorial del supervisor de fábrica, los castigos draconianos, el dominio por el terror, todas estas cosas son sólo paliativos. El único camino al renacimiento pasa por la escuela de la misma vida pública, por la democracia y opinión pública más ilimitadas y amplias. Es el terror lo que desmoraliza.”[13]

¿Cómo debe desenvolverse la vida pública en el socialismo? Rosa es tajante: Elecciones generales, irrestricta libertad de prensa y reunión, libre debate de opiniones... Lo contrario es la muerte de la vida política y la entrega del poder, por omisión, a una burocracia formada por unos pocos dirigentes, con una parte de la clase obrera sometida al rol de “órgano de aclamación”, habilitados únicamente para aprobar por unanimidad las decisiones de los jefes.[14]

El poder predictivo de estas descripciones, que se harían plenamente realidad bajo el predominio omnímodo de Stalin, resulta estremecedor. Lo único que no aparece previsto es la concentración del poder en una sola persona, habilitada en la práctica para manejar, destruir y recomponer a la sociedad toda, e incluso a la burocracia dirigente. Todo el resto es una acertada anticipación de los regímenes basados en el “partido único” marxista leninista, y del soviético en particular.

Bien entendido, todo lo anterior no debe interpretarse como un rechazo conceptual a la idea de dictadura proletaria. Por el contrario, para R.L el proletariado necesita “ejercer una dictadura”, pero mediante mecanismos que extiendan el poder coercitivo al conjunto de la clase “no a un partido o camarilla”. “...esta dictadura debe ser el trabajo de la clase y no de una pequeña minoría dirigente que actúa en nombre de la clase; es decir, debe avanzar paso a paso partiendo de la participación activa de las masas; debe estar bajo su influencia directa, sujeta al control de la actividad pública; debe surgir de la educación política creciente de la masa popular.”[15]

Dictadura de la clase oprimida sobre las antiguas clases opresoras, pero que para ella misma no puede significar otra cosa que una “democracia sin límites”.[16]

R.L no reivindica en absoluto la democracia burguesa, a la que ve como una forma encubridora del contenido de desigualdad social de las sociedades capitalistas. Pero su punto de vista es que la libertad e igualdad formales no deben ser repudiadas, sino tomadas como base para marchar hacia una conquista del poder político en que se instaura una democracia cualitativamente superior, sin eliminar sino en cierta forma completando la concepción democrática de la era burguesa.[17]

Y esa democracia socialista no es algo que comienza después de construidas las bases de la economía socialista, sino que debe desarrollarse simultáneamente a la construcción del socialismo:

“...la democracia socialista no es algo que recién comienza en la tierra prometida después de creados los fundamentos de la economía socialista, no llega como una suerte de regalo de Navidad para los ricos...La democracia socialista comienza simultáneamente con la destrucción del dominio de clase y la construcción del socialismo. Comienza en el momento mismo de la toma del poder por el partido socialista. Es lo mismo que la dictadura del proletariado.”[18]

En la dicotomía “socialismo o barbarie” se plantea no sólo el rechazo al mundo de mercantilización desenfrenada, egoísmo universal y destrucción del ser humano en aras de la rentabilidad para el capital, sino también a la “brutalización de la vida política” susceptible de ocurrir en una dictadura ejercida, también “sobre el proletariado”, y la consecuente concentración del poder en una camarilla estrecha que expropia a las masas de toda facultad de decisión en nombre de la mejora de su nivel de vida. En fin, de lo que está en contra Rosa, es también de la posibilidad de que la barbarie sea entronizada en nombre del socialismo.

El planteo crítico de Rosa no es “equidistante”. Ella está alineada con los socialistas que apostaron a una revolución socialista en Rusia, y contra aquéllos que enviaron al proletariado a la masacre, en defensa de las burguesías de sus países. Lo que señala son tendencias negativas que podrían constituir la base para frustrar todo el proceso, o conducirlo a un lugar bien distinto de la ruta de liberación social que se ha trazado. Y la indispensable construcción simultánea y en conjunto del reino de la libertad y la igualdad universales y la dirección socialista del proceso económico en base a una propiedad efectivamente colectiva de los medios de producción. Un aspecto no existe sin el otro.

Muy breve excursión gramsciana

Gramsci tiene afinidad con el pensamiento de Rosa, pese a que varias de las referencias explícitas a ella en los Cuadernos tienden a polemizar con la visión de R.L en torno a la relación entre crisis económica y transformación política, que Gramsci visualiza como mucho más mediada. Esto se manifiesta con claridad en la consideración del centralismo democrático y del rol de partido proletario y sus métodos de conducción, que se acerca a los planteos de Rosa, no en el sentido de la crítica desde el inicio a la concepción bolchevique del poder político y el desarrollo socialista, sino en su planteo de no aplicación de esa concepción a “Occidente”, ámbito en el que ya no sería posible el “asalto al poder”, sino la estrategia prolongada y difícil de la “guerra de posiciones”.

En su peculiar lenguaje, al referirse a la dictadura del proletariado, admite la necesidad de un período de “estadolatría”, es decir de iniciativa predominante por parte de los nuevos ocupantes del aparato estatal: “Para algunos grupos sociales, que antes de acceder a la vida estatal autónoma no han tenido un largo período de desarrollo cultural y moral propio e independiente, [...] un período de estadolatría es necesario e incluso oportuno...”[19]

Pero ese rol estatal adquiere sentido en cuanto vía para el fortalecimiento de la “sociedad civil” y la consiguiente elevación política de las masas:

“esta estadolatría no es más que la forma normal de “vida estatal”, de iniciación, al menos, en la vida estatal autónoma y en la creación de una “sociedad civil” que no fue históricamente posible crear antes del acceso a la vida estatal independiente. “[20]

Por tanto, su condición ineludible es la provisoriedad, la limitación en el tiempo, hasta que el impulso al autogobierno cobre el predominio en el interior de la nueva vida estatal:

“...no debe ser abandonada a sí misma, no debe, especialmente, convertirse en fanatismo teórico y ser concebida como “perpetua”; debe ser criticada precisamente para que se desarrolle y produzca nuevas formas de vida estatal, en las que la iniciativa de los individuos y grupos sea “estatal” aunque no se deba al “gobierno de funcionarios” (hacer que la vida estatal se vuelva “espontánea”)[21]

La preocupación por el afianzamiento de un pequeño núcleo que sofoca desde arriba el debate, está presente con frecuencia en los Cuadernos. Su mirada puede ser incluso más precisa que la de R.L, en tanto que G. está asistiendo al comienzo de la instauración del stalinismo. Lo describe como un proceso de distorsión del “centralismo democrático”, que va perdiendo su “continua adecuación al movimiento histórico real”, para ser reemplazado por lo que denomina el “centralismo burocrático”, sistema en el que una pequeña minoría comienza a convertirse no en estímulo y orientación, sino en freno para las iniciativas y el crecimiento político que parten de “abajo”:

“...en los Estados el centralismo burocrático indica que se ha formado un grupo estrechamente privilegiado que tiende a perpetuar sus privilegios regulando e incluso sofocando el nacimiento de fuerzas contrariantes en la base...” lo que indicaría que “...el grupo dirigente está saturado y convirtiéndose en una camarilla estrecha que tiende a perpetuar sus mezquinos privilegios regulando o incluso sofocando el nacimiento de fuerzas contrarias, aunque estas fuerzas sean homogéneas a los intereses dominantes fundamentales. ”[22]

Gramsci no atribuye este proceso, lo mismo que Rosa, a un impulso perverso de la minoría predominante, sino a la falta de capacidad de iniciativa y dirección de las bases: "En todo caso hay que señalar que las manifestaciones morbosas del centralismo burocrático se han producido por deficiencias de iniciativas y responsabilidad en la base, o sea por el primitivismo político de las fuerzas periféricas..."[23]

También Gramsci muestra un poder predictivo notable en cuanto a la evolución posterior del “socialismo real”, al mismo tiempo que delinea una relación ideal entre masas populares, partido y estado proletario, en que es el impulso de “abajo” el que da el tono y carácter a la revolución. También para G. la democracia es un valor intrínseco para la transformación socialista y la elevación a la “vida estatal” de las clases subalternas.

La “revolución pasiva” no parece ser sólo una asunción por la clase dominante de los objetivos de las subalternas, sino el desprendimiento de un núcleo que usurpa mediante la práctica y la doctrina “estadolátrica” la revolución iniciada “desde abajo”.

Explorando América Latina (A modo de breve conclusión)

La discusión sobre democracia y socialismo necesita ser sacada del punto muerto en que por un período la colocó la disolución de la URSS y la evolución en sentido de restauración del capitalismo de lo que fue el antiguo “bloque socialista”. La concepción hegemónica sobre el tema desde entonces podría resumirse en dos creencias: 1) Todo experimento para acabar con el capitalismo y construir una sociedad basada en la propiedad colectiva de los medios de producción y el autogobierno de las masas, ha conducido más temprano que tarde a una dictadura de ribetes totalitarios. 2) Las únicas democracias “realmente existentes” son las construidas sobre la base de las instituciones parlamentarias; por tanto, 3) No hay compatibilidad posible entre democracia política y organización socialista del proceso económico.

Sin embargo, la democracia de consejos y asambleas como alternativa a la democracia parlamentaria, cada vez más mediatizadora y delegativa, ha reaparecido, apuntando con claridad a la conjugación de la vigencia amplia de las libertades civiles, y la pluralidad en el pensamiento, la autonomía en la organización popular y las múltiples modalidades de acción política.

El pensamiento de R.L., formulado al filo del final de la I° Guerra Mundial, constituye una guía para re-pensar, más de ochenta años después, las relaciones entre democracia y socialismo. Ello a partir de su insobornable puesta en primer lugar de la iniciativa política y la capacidad efectiva de decisión que la transición socialista debe conferir a las grandes masas populares, y de la visión de democracia y socialismo como dos caras inescindibles del mismo proceso, no como dos fases sucesivas. Ello apareja la necesidad de garantías contra la entronización de burocracias expropiadoras de la iniciativa popular, o de jefes providenciales que se identificaron con la revolución social y con el curso de la historia, sino existe debate democrático. Las salvaguardas contra la usurpación no se establecen mediante cláusulas formales, sino con el funcionamiento de los mecanismos democráticos entendidos como constitutivos e irrenunciables del nuevo sistema, no subsumidos en el voto periódico, ni en la delegación sin mandato explícito ni revocabilidad posible.

Menos aún consiente en la “despolitización” de la noción de democracia en aras de acentuar sus contenidos sociales, de acuerdo a la cual lo decisivo no es tanto quién toma las decisiones sino que sujeto social resulta beneficiario de las mejoras que el proceso de transformación social proporciona. Para ella, el socialismo equivale a una verdadera “explosión democrática”, incompatible con la delegación de poder a una minoría burocratizada. La transición al socialismo requiere una “dictadura”, pero ésta no tiene otro sujeto que la clase en su conjunto, no la “vanguardia” de la clase ni el partido revolucionario.

Como escribe un autor de los años 30’ glosando el pensamiento de R.L, “...la democracia resulta ser la base indispensable de la organización socialista.”[24]

Tan pronto como a mediados de los 90’ comenzó a percibirse una “puesta al día”, no ya en la discusión teórica, sino en la práctica política, de la relación entre democracia y perspectiva emancipatoria de las clases subalternas, desatada precisamente en América Latina. Fue el alzamiento de los “zapatistas” en Chiapas, y sus posteriores realizaciones en el campo de la deliberación permanente y el “horizontalismo” de la organización comunitaria, los que marcaron el primer hito significativo, y rompieron el clima del imperio de los “fines”, dominado por la omnipresente prédica acerca de que todo cuestionamiento radical al orden social capitalista y a la representación política parlamentaria constituía un irremisible anacronismo.

La degradación de las instituciones democráticas en los diferentes países latinoamericanos iba camino a convertirlas en meras coberturas de un proceso de concentración de la riqueza, disciplinamiento forzado y pérdida de derechos de los trabajadores, unida a la perenne caída del nivel de vida, los servicios sociales y el nivel de ocupación. Lo que décadas antes había parecido la definitiva entronización del “estado de bienestar”, las “políticas sociales universales” y el “tripartismo” en la decisión de las relaciones entre capital y trabajo, concluyó revelándose como un estadio temporario y reversible, inducido más por el miedo a la revolución social y la competencia entre sistemas propias de la “guerra fría”, que por un arraigo profundo de los derechos económicos, sociales y culturales. El supuestamente superado “capitalismo de libre mercado” volvía por sus fueros, y el sistema de la propiedad privada tornaba a parecerse nuevamente a la descripción que de ellos habían hecho los clásicos del pensamiento socialista, incluida R.L. Al mismo tiempo, un poder capitalista mundial que encontró en un difuso “terrorismo internacional” un enemigo maleable a sus propósitos, procedió a acentuar las restricciones de las libertades civiles, del tránsito de las personas, y a entronizar la vigilancia global, en una práctica que retoma, empeoradas, ciertos rasgos del período de auge de la “guerra fría”.

La reacción frente al aumento ininterrumpido de la desigualdad y la injusticia, dio lugar a la aparición de nuevas organizaciones populares, preocupadas a su vez por lograr un funcionamiento sustancialmente democrático, reacio a cualquier “delegación”. Ellas eran reacias a confiar en cualquier dirección externa al propio movimiento. El deseo de no repetir la experiencia del “socialismo real”, con su dramática realización de las peores previsiones de Rosa Luxemburgo o Gramsci, forman parte de la “partida de nacimiento”, de esas nuevas organizaciones. El cauce tomado por el descontento crecientemente movilizado terminó, en países como Ecuador, Bolivia, Perú y Paraguay, en rebeliones populares que dieron por tierra con gobiernos sólo atentos a los dictados del gran capital, y protagonizaron (y protagonizan) fuertes demandas de una radical renovación de la vida democrática, pero sin por ello impedir que se “suturara” las crisis por los mecanismos institucionales tradicionales. En un proceso histórico de distinta trayectoria y características, la derrota por vía de la movilización popular de masas de un intento de golpe militar en Venezuela, dio lugar a una progresiva radicalización en que tanto el gobierno democrático tomó nota de la inmensa deuda contraída con las aspiraciones mayoritarias, como las organizaciones populares incrementaron su reclamo de autonomía y construcción de un poder social y político diferente.

Paralelamente, las democracias latinoamericanas “realmente existentes” les franquean las vías de acceso al gobierno a aquellos partidos y coaliciones que, aunque de origen socialista, han dejado de constituir una amenaza, como en el caso del PT brasileño y el Frente Amplio uruguayo. Se vuelve a plantear así la impotencia práctica para producir transformaciones decisivas desde la institucionalidad existente, a la vez que la subsistente capacidad de las clases dominantes para hacer funcionales a sus fines fuerzas políticas que antes se le oponían.

El escenario queda abierto a experiencias novedosas de distinto signo, y el debate y la disputa práctica sobre la articulación de “forma” y “contenido”, institucionalidad formal y efectivo poder de decisión, continúa en curso como una de las incógnitas fundamentales a develar, en América Latina y en el mundo.


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[1] F. Furet, El pasado de una ilusión. Ensayo sobre la idea comunista en el siglo XX, México, FCE, 1995, p. 103.

[2] “...el objetivo final del socialismo es el único factor decisivo que distingue al movimiento socialdemócrata de la democracia y el radicalismo burgueses, el único factor que transforma la movilización obrera de conjunto de vano esfuerzo por reformar el orden capitalista en lucha de clases contra ese orden para suprimir ese orden...” Rosa Luxemburgo, Obras Escogidas, Buenos Aires, Pluma, 1976. Tomo I, p. 49.

[3] Ïdem, p. 69

[4] Idem, p. 72.

[5] Rosa Luxemburgo, Obras...II, p. 192.

[6] “...la destrucción de las garantías democráticas más importantes para una vida pública sana y para la actividad política de las masas trabajadoras: libertad de prensa, derechos de asociación y reunión, que les son negados a los adversarios del régimen soviético. En lo que hace a estos ataques (a los derechos democráticos) los argumentos de Trotsky ... distan mucho de ser satisfactorios. Por otra parte, es un hecho conocido e indiscutible que es imposible pensar en un gobierno de las amplias masas sin una prensa libre y sin trabas, sin el derecho ilimitado de asociación y reunión.” (p. 195)

[7] “Lenin dice que el Estado burgués es un instrumento de opresión de la clase trabajadora, el Estado socialista de opresión a la burguesía. En cierta medida, dice, es solamente el Estado capitalista puesto cabeza abajo. Esta concepción simplista deja de lado el punto esencial: el gobierno de la clase burguesa no necesita del entrenamiento y la educación política de toda la masa del pueblo, por lo menos no más allá de determinados límites estrechos. Pero para la dictadura proletaria ése es el elemento vital, el aire sin el cual no puede existir.” Idem,...p.. 195

[8] Idem. II, p. 196.

[9] “La vida socialista exige una completa transformación espiritual de las masas degradadas por siglos de dominio de la clase burguesa. Los instintos sociales en lugar de los egoístas, la iniciativa de las masas en lugar de la inercia, el idealismo que supera todo sufrimiento, etcétera.” Idem, p. 197.

[10] Ibidem.

[11] ”El peligro comienza cuando hacen de la necesidad una virtud, y quieren congelar en un sistema teórico acabado todas las tácticas que se han visto obligados a adoptar en estas fatales circunstancias, recomendándolas al proletariado internacional como un modelo de táctica socialista.” ... “...una revolución proletaria modelo en un país aislado, agotado por la guerra mundial, estrangulado por el imperialismo, traicionado por el proletariado mundial, sería un milagro.” Idem, p. 202.

[12] La verdadera emancipación obrera exige un poder político y un partido lanzados a una vida política plena, dirigida todo el tiempo a la elevación política de las masas.[12]

[13] Idem...II, 198.

[14] “Sin elecciones generales, sin una irrestricta libertad de prensa y reunión, sin una libre lucha de opiniones, la vida muere en toda institución pública, se torna una mera apariencia de vida, en la que sólo queda la burocracia como elemento activo. Gradualmente se adormece la vida pública, dirigen y gobiernan unas pocas docenas de dirigentes partidarios de energía inagotable y experiencia ilimitada. Entre ellos, en realidad dirigen sólo una docena de cabezas pensantes, y de vez en cuando se invita a una élite de la clase obrera a reuniones donde deben aplaudir los discursos de los dirigentes, y aprobar por unanimidad las mociones propuestas...una dictadura, por cierto, no la dictadura del proletariado sino la de un grupo de políticos, es decir una dictadura en el sentido burgués, en el sentido del gobierno de los jacobinos... esas condiciones deben causar inevitablmente una brutalización de la vida pública: intentos de asesinato, caza de rehenes, etcétera.” Idem, (p. 198.

[15] Idem..., p. 201.

[16] “Dictadura de la clase significa, en el sentido más amplio del término, la participación más activa e ilimitada posible de la masa popular, la democracia sin límites.” Idem, p. 200.

[17] “...siempre hemos diferenciado el contenido social de la forma política de la democracia burguesa; siempre hemos denunciado el duro contenido de desigualdad social y falta de libertad que se esconde bajo la dulce cobertura de la igualdad y la libertad formales. Y no lo hicimos para repudiar a éstas sino para impulsar a la clase obrera a no contentarse con la cobertura sino a conquistar el poder político, para crear una democracia socialista en reemplazo de la democracia burguesa, no para eliminar la democracia.” Idem, p. 201.

[18] Ibidem.

[19] A. Gramsci, Cuadernos de la Cárcel, México, Era- Universidad Autónoma de Puebla , tomo III, p. 282

[20] Ibidem

[21] Ibidem.

[22] Cuadernos V, p. 78.

[24] Lucien Laurat “Un máximo de democracia” en Prefacio a la primera edición de Marxisme contre Dictadure, 1934, transcripto en D. Guerin, Rosa Luxemburg o la espontaneidad revolucionaria, Buenos Aires, 2003, p. 124.

miércoles, 9 de enero de 2008

Andreu NIN: Sobre la Unidad Sindical

Publicamos a continuación un artículo de Andreu Nin sobre la unidad sindical escrito pocos meses antes del inicio de la Guerra Civil, con motivo de la Conferencia que daría origen a la breve experiencia de la FOUS (Federación Obrera de Unidad Sindical). Esta organización se integraría prontamente en la U.G.T.

Aparte de una aportación al debate, este texto también quiere ser un modesto homenaje a Nin y a tantos otros militantes del POUM, de las izquierdas comunistas y de la CNT, que fueron víctimas de la persecución por parte de la canalla stalinista, comandada por agentes del NKVD ruso, pero integrada y animada por el PCE y el PSUC. Cuando hoy reclaman los ideales de la II República, habría que preguntarles si se refieren a la que eliminó físicamente a tantos militantes revolucionarios.

Nosotros no compartimos la mayoría de las ideas que defendieron Nin y los militantes del P.O.U.M. Pero eso no impide que reconozcamos en ellos la honradez y la coherencia que a tantos faltaron en aquellos aciagos momentos.

Tras el texto de Nin publicamos un escrito que un camarada dirigió a la organización en la que entonces militaba (En Lucha, la representante española de la International Socialist Tendency) en respuesta a un artículo aparecido en su revista. No debe entenderse que las opiniones de entonces de este camarada sean las de nuestra organización. Ni siquiera él defiende hoy esas posturas íntegramente. Tan sólo se publica como comentario al texto y aportación al debate.


LA BATALLA. 24 ABRIL 1936. N° 248
UNA INICIATIVA LAUDABLE
LA CONFERENCIA DE UNIDAD SINDICAL


La Conferencia de Unidad Sindical, convocada para los días 2 y 3 del próximo mes de mayo, representa la primera tentativa seria realizada en Cataluña para lograr la unificación del movimiento sindical. Trátase de un noble y leal propósito que no encubre segundas intenciones ni maniobras inconfesables. El Comité de Frente Único Sindical, a quien se debe la iniciativa, aspira a reunir, en el magno comicio proyectado, a todas las organizaciones sindicales ca­talanas con el fin de buscar, en un sincero esfuerzo de colaboración, los medios más eficaces para resolver el problema de la unidad no sólo en Cataluña, sino en toda España.

No se le ocultan a los iniciadores de la conferencia las grandes dificultades con que tropezará su propó­sito, pero la gran simpatía con que ha sido acogido y el número extraordinario de adhesiones que ha reci­bido de toda Cataluña, justifican todos los optimis­mos.

Todos los verdaderos amigos de la causa emanci­padora del proletariado han de llegar a la misma con­clusión: que el actual estado de disgregación del mo­vimiento obrero no puede prolongarse por más tiem­po, so pena de contemplar pasiva e indiferentemente como la falta de unidad malogra todos los esfuerzos de la clase trabajadora y se convierte en un instru­mento eficaz en manos de la burguesía.

¿Es posible restablecer esta unidad? ¿Es posible dotar al proletariado de la organización fuerte y cohesionada de que tiene necesidad imprescindible para luchar y vencer? Nosotros estamos firmemente con­vencidos de que sí. Basta para ello el propósito firme de conseguirlo y la voluntad tendida hacia el fin.

¿Cómo se puede dar satisfacción a lo que constituye hoy el ardiente anhelo de la masa trabajadora, cansada de divisiones?

No ciertamente tratando de imbuirle la idea de la fatalidad de la división por la subsistencia de dos grandes sectores organizados (el marxista, U.G.T.; y el anarquista, C.N.T.), o de imponer un criterio absorcionista (unidad dentro de una de las dos centrales tradicionales), sino fusionando en una sola central sindical a todas las organizaciones existentes (C.N.T., U.G.T., sindicatos de oposición y sindicatos autónomos). Este es el camino que con indiscutible acierto ha escogido el Comité de Frente Único Sindical y que le ha llevado a la Conferencia de Unidad.

La organización sindical no puede, no debe ser una organización de tendencia, una organización sectaria, pues con ello frustraría su misión esencial, que es la de agrupar, para la defensa de sus intereses de clase, a todos los trabajadores sin distinción de ideas. Los partidos y tendencias diversos tienen el derecho indiscutible a trabajar para que sus ideas penetren entre los trabajadores organizados; pero ninguno de ellos tiene derecho a imponérseles. La garantía de que la lucha de tendencias no ha de inferir perjuicios al movimiento obrero radica en la democracia sindical: libertad de discusión, respeto hacia las decisiones de la mayoría. Con la estricta observancia de estos principios la unidad del movimiento queda perfectamente asegurada.

Hoy coinciden en estos puntos la casi totalidad de las tendencias sindicales. Nada se opone, pues, a una acción común. Falta, sólo, el impulso inicial para emprenderla. Que la Conferencia de mayo de este primer impulso y habremos dado un paso decisivo hacia la unidad sindical.

ANDREU NIN


(Lecciones de la FOUS para la realidad presente)
POR UN SINDICALISMO REVOLUCIONARIO Y DE CLASE
POR LA UNIDAD SINDICAL


En el último número de En Lucha aparecía un artículo sobre el Partido Obrero de Unificación Marxista (P.O.U.M.). En él se hacía una breve referencia a la FOUS, la Federación Obrera de Unidad Sindical. Esta organización, resultado del agrupamiento de multitud de sindicatos no encuadrados en las dos grandes centrales del momento (UGT y CNT) tuvo una muy breve existencia. Tras comprobar la imposibilidad de cumplir su objetivo central (la unidad de todos los trabajadores en una sóla organización sindical, rechazada por las dos “mayoritarias” del momento) optó, influida sobre todo por el POUM (aunque no dirigida por este partido[i]), por su ingreso en la UGT. Opción sin duda equivocada, dado el carácter reformista de la central socialdemócrata y su subordinación a la dirección del PSOE, y como además demostrarían las coincidencias entre las bases de la FOUS (y el POUM) y las de la CNT durante la guerra.

Pese a su corta vida, los planteamientos de la FOUS resultaban (y resultan aún hoy) muy interesantes. Uno de sus postulados básicos (defendido por Nin entre otros) era la aceptación en su interior de todas las corrientes de opinión (partidos en el sentido de partes de, organizadas o no) existentes en el movimiento obrero. O, dicho de otro modo, la inclusión en la organización sindical por factores objetivos (la pertenencia a la clase obrera, determinada por la relación real con los medios de producción) y no por factores subjetivos (la concepción política, que no es sino la fórmula propuesta para transformar esa relación real). Sobre esa base de unidad de todos los miembros de la clase por el simple hecho de ser miembros de ella, se admitía de forma saludable y democrática una realidad incuestionable: la heterogeneidad. Pero no se hacía al estilo del sindicalismo revolucionario seguidor de la Carta de Amiens. Ese sindicalismo revolucionario, en su deseo de superar las diferencias entre marxistas y anarquistas, había simplemente obviado el problema, desligando por completo (al menos en teoría) el funcionamiento de las organizaciones sindicales de las concepciones de sus miembros. Por el contrario, la FOUS planteaba que, respetando la democracia de base y la unidad de acción, cada tendencia debía tener derecho a expresarse libremente, a plantear sus postulados abiertamente. Podríamos decir que la unidad se pretendía garantizar, más que por la uniformidad teórica, por una intuición simple: la clase obrera sólo puede vencer en su lucha contra la explotación capitalista manteniéndose unida. Y esa unidad sólo es posible si aceptamos la heterogeneidad al interior de nuestra clase.

Así pues, en lugar de dejar fuera del sindicato a la política, se reintegraba esa dualidad lucha económica-lucha política establecida por el capitalismo y totalmente ajena a la I Internacional (tanto para anarquistas como para marxistas). Y se planteaba que si los trabajadores querían emanciparse tendrían que hacerlo todos, no una parte (por más esclarecida que fuese). Para lo cual tendrían que respetar sus diferencias y aprender a llegar a consensos con los que todos estuvieran de acuerdo.

Evidentemente, esos planteamientos no han sido frecuentes en la historia del movimiento obrero. Términos como consenso, democracia de base, respeto a las corrientes minoritarias (o a las mayoritarias), autonomía, federalismo, libre experimentación,… no han estado (ni están) en los diccionarios, en la teoría y en la praxis de la mayoría de las tendencias y organizaciones obreras, tanto socialdemócratas como bolcheviques e incluso anarquistas. El miedo a lo diferente (la xenofobia en su sentido literal) ha sido lo corriente. Incluso se ha justificado, ideologizando la teoría marxista.

Hoy, ante una realidad sindical como la de nuestro estado (o la internacional), aquellos planteamientos, aquel intento (fallido como tantos otros, pero no por ello estéril) puede servirnos para explorar, para dar soluciones a los graves problemas que aquejan al movimiento obrero. Desde una perspectiva exclusivamente sindical, está claro que plantear hoy por hoy la unidad organizativa sería utópico. Pero sí es cierto que hay posibilidades de configurar nuevas realidades organizativas que superen tanto el reformismo burocrático de los “mayoritarios de ahora” (CCOO y UGT) como la dispersión anuladora de las alternativas. La conciencia de que “solos no podemos”, de que los problemas de una empresa o de un sector no se solucionan en sus estrictos límites, está calando entre la clase trabajadora. Más allá de foros y reuniones grandilocuentes, es la práctica de las organizaciones el mejor indicador de ello. Ejemplos como las Coordinadoras, Intersindicales y otras fórmulas de unión en torno a objetivos concretos son evidentes. Ahí se aprende que el slogan de la UGT es válido (aunque no para hacer lo que la UGT hace). Los Encuentros estatales de sindicatos alternativos son pasos, aunque todavía tímidos. Incluso la Confederación de STEs proclama la necesidad de fórmulas organizativas que superen la desunión.

A esto hay que añadir que la pléyade de organizaciones que se autoproclaman de clase, combativas, revolucionarias, es inmensa, por más que en la mayoría de los casos no vayan más allá de los límites de su empresa. Ese indicador del descontento con los burócratas se traduce también en las escisiones que sufren los mayoritarios, de las que COBAS es quizás el mejor exponente.

En otro tiempo pudo pensarse que organizaciones como CGT podían ser el referente de encuadramiento. Pero los límites del anarcosindicalismo se los impone su propia concepción partidaria (de partido en el sentido de parte, por más que a ellos les horrorice la expresión), que les acerca cada vez más al sectarismo cenetista. Purgas y expulsiones son el resultado lógico del miedo al crecimiento y a la diversidad que éste conlleva. Además de procesos de integración en el sistema vía subvenciones, etc.

Podríamos decir sin mucho riesgo de equivocarnos que las fórmulas organizativas unitarias están por hacer, que ninguna de las organizaciones actuales es la pieza clave. Pero deberíamos extraer las lecciones de nuestro pasado. En ese sentido es más que probable que el proceso de integración debiera estar marcado por principios organizativos como los defendidos por la FOUS.

Ante la situación actual, la actitud de los militantes revolucionarios no puede ser otra que contribuir a la conformación de una potente organización sindical que pueda hacer frente a los ataques del capital. En ese esfuerzo no pueden perderse de vista los errores del pasado: el centralismo, la concentración de decisiones en órganos ajenos a las asambleas de trabajadores, la primacía de la negociación con los patronos, la dependencia económica respecto del Estado, el reformismo laboral,… Deben ser superados a través del asamblearismo, del respeto a las decisiones de cada ente (pacto confederal), de la movilización para una correlación de fuerzas favorable a los trabajadores, de la autofinanciación, de la primacía del trabajo sobre los medios económicos, y de una visión global de los problemas que el capitalismo ocasiona a los asalariados y de los medios para superarlos.

SALUD
2-10-2005

[i] Si bien es cierto que el papel de Nin (y de Maurín y el resto del POUM) fue clave en la constitución de la FOUS, nada está más lejos de la realidad que considerar a ésta como “su” organización sindical (como se plantea en el artículo de En Lucha), al estilo de las correas de transmisión a las que nos tienen acostumbrados los burócratas reformistas (tanto en su versión socialdemócrata como bolchevique). Por otra parte no hay que olvidar que tanto Nin como Maurín comenzaron su militancia en la CNT, por lo que su implicación en cuestiones sindicales es lógica.