Paul Frölich[1]
En su obra sobre la huelga de masas, pero también en otras ocasiones, Rosa Luxemburg señaló insistentemente que los movimientos revolucionarios no pueden ser “fabricados”, ni el resultado de resoluciones de las instancias del partido, sino que estallan espontáneamente dadas ciertas condiciones históricas. Esta manera de ver ha sido continuamente confirmada por la historia real, pero no por ello se ha dejado de acusar a Rosa de haber pecado gravemente en cuanto a ese punto. Se ha deformado su pensamiento hasta la caricatura, para afirmar luego que Rosa Luxemburg había creado una teoría de la espontaneidad, que había sido víctima de un misticismo o aun de una mitología de la espontaneidad. Zinoviev fue el primero en lanzar esa acusación, manifiestamente con la intención de reforzar la autoridad del partido ruso en la internacional comunista. Otros lo han desarrollado y repetido tan a menudo que se ha convertido en un axioma político-histórico que no requiere prueba. Para elucidar la posición de esta gran revolucionaria es necesario estudiar estos ataques más de cerca.
La acusación es la siguiente: negación, o al menos reducción condenable, del papel del partido como dirigente de la lucha de clases; idolatría de las masas; sobrestimación de los factores impersonales y objetivos; negación o subestimación de la acción consciente y organizada; automatismo y fatalismo del proceso histórico. De todo eso se saca la conclusión de que, según Rosa Luxemburg, la existencia del partido no se justifica en absoluto. Esos reproches tienen algo de grotesco, dirigidos a una militante repleta de tan indomable necesidad de acción, que incitaba sin cesar a las masas y los individuos a la acción, que tenía por divisa: En el comienzo era la acción.
[...] Seguramente, esos mismos críticos no podían negar tan indomable voluntad de acción y en su momento concedieron: está bien, pero la acción política de Rosa Luxemburg estaba en contradicción flagrante con su teoría. Extraño reproche para una mujer que tenía un pensamiento tan penetrante y cuya acción estaba totalmente dominada por el pensamiento. Rosa Luxemburg, es cierto, cometió un “error”. Al escribir, no pensó en la gente demasiado inteligente que, después de su muerte, corregiría sus escritos. Así puede extraerse de su obra docenas de citas demostrativas de su “teoría de la espontaneidad”. Ella escribía para su tiempo y para el movimiento obrero alemán, en el cual la organización se había convertido, de medio, a fin en sí. Cuando Rosa Luxemburg le decía a un congreso de su partido que no se puede saber cuándo estallará una huelga de masas, Robert Leiner le gritó: “¡Sí. El buró del partido y la comisión general lo saben!”. Pero eso no era, para él y para los otros, otra cosa que la expresión de una voluntad de acción. Ellos temían poner en juego a la organización en una gran lucha. Su voluntad de evitar e impedir tal lucha se ocultaba detrás de la afirmación, semipretexto, semiconvicción, de que previamente la clase obrera debía estar totalmente organizada. Rosa Luxemburg lo sabía, y por eso era necesario que subrayara especialmente el elemento espontáneo en las luchas de carácter revolucionario, para preparar a los dirigentes y a las masas para los acontecimientos esperados. Al hacer eso, debía precaverse contra las falsas interpretaciones. Lo que entendía por espontaneidad, lo decía con bastante claridad. Para combatir la idea de una huelga general preparada por la dirección del partido, ejecutada metódicamente como una habitual huelga reivindicativa, despojada de su carácter impetuoso, recordó una vez las huelgas belgas de 1891 y 1893.
[...] La espontaneidad de tales movimientos no excluye, por tanto, la dirección consciente, al contrario, la exige. Más aún, para Rosa Luxemburg la espontaneidad no llueve del cielo. Ya lo hemos demostrado más arriba, y podríamos acumular citas. Cuando las masas obreras alemanas se movilizaron por la cuestión del sistema electoral prusiano en 1910, Rosa reclamó de la dirección del partido un plan para la prosecución de la acción formulando ella misma proposiciones. Condenó “la espera de acontecimientos elementales” y reclamó la continuidad de la acción en el sentido de una potencia ofensiva. Durante la guerra, indicó en su folleto Junius qué importancia podía tener la única tribuna existente, el parlamento, para el desencadenamiento de acciones de masas, si hombres como Liebknecht se apoderasen de ella sistemática y resueltamente. La esperanza que ella depositaba en las masas no oscurecía el papel y la misión del partido.
[...] Seguramente Rosa Luxemburg subestimó el efecto paralizante que puede ejercer sobre las masas una dirección hostil a la lucha, y quizás haya sobrestimado la actividad elemental, contando con ella mucho antes de que interviniera efectivamente. Hizo todo lo que estuvo a su alcance para aguijonear a la dirección de la socialdemocracia alemana. La sobrestimación de las masas es el “error” inevitable de todo verdadero revolucionario. Este “error” nace de una ardiente necesidad de avanzar y del reconocimiento de la profunda verdad de que sólo las masas cumplen las grandes transformaciones de la historia. Sin embargo, su confianza en las masas no tenía nada de mística. Conocía sus debilidades y pudo ver suficientemente sus defectos en los movimientos contrarrevolucionarios.
[...] El pretendido mito de la espontaneidad en Rosa Luxemburg no se mantiene en pie.
[...] Lo que ha conducido a gente de buena fe a confusiones, respecto de este punto, es la incapacidad para reconocer la esencia dialéctica de la necesidad histórica. Para Rosa Luxemburg había “leyes de bronce de la revolución”. Pero los ejecutores de esas leyes eran para ella los hombres, las masas de millones de hombres, su actividad y sus debilidades.
[1] Reproducimos estos fragmentos de la obra de Paul Frölich “Rosa Luxemburg” tal como fueron recogidos por Daniel Guerin en su libro “Rosa Luxemburg y la espontaneidad revolucionaria”. Paul Frölich (1884-1953) fue un destacado militante comunista, continuador de las tesis luxemburguistas. Eso le costó la expulsión del ya stalinista KPD en 1928, un partido del que él fue uno de los fundadores. Tras esa expulsión militó en otras organizaciones de la extrema izquierda alemana (KPD-O, SAP), en las que siguió defendiendo los postulados luxemburguistas.
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