miércoles, 29 de julio de 2009

Objetivo (Paul Mattick)

El capitalismo conduce a crisis cada vez más violentas, que se expresan en un creciente desempleo y en un sacudimiento cada vez más profundo de la economía. A consecuencia de esto se excluye de la producción a millones de obreros que quedan a merced del hambre. A la vez se agudizan las contradicciones de los diversos países capitalistas de manera tal, que la competencia, convertida en guerra económica, tiene que desembocar en una nueva guerra mundial.
El progresivo empobrecimiento y la creciente inseguridad de la misma existencia obligan a la clase obrera a luchar por la forma comunista de la producción. Los grupos de comunistas internacionales exhortan a los obreros en lucha a tomar en sus manos la administración y dirección de la producción y distribución de acuerdo a las reglas sociales generales válidas, para así realizar la “asociación de productores libres e iguales”.
Los GKI ven en el desarrollo de la conciencia de los obreros el progreso esencial del movimiento obrero. Por eso combaten la política de los dirigentes de los partidos parlamentarios y de los sindicatos y plantean como consignas de lucha:

¡TODO EL PODER A LOS CONSEJOS OBREROS!
¡LA PRODUCCIÓN A MANOS DE LAS ORGANIZACIONES DE LAS FÁBRICAS!


(En: Korsch/Mattick/Pannekoek, ¿Derrumbe del capitalismo o sujeto revolucionario?, Cuadernos de Pasado y Presente Nº no me acuerdo).

sábado, 25 de julio de 2009

Keynesianismo neoliberal



Robert Kurz

El regreso a la regulación estatal está generalmente considerado como una medida gestionadora de la crisis. El neoliberalismo ha sido un error histórico, tal como anteriormente decían que lo había sido el socialismo real. Se trata de una posición ideológica hacia donde debe ir, con los ojos cerrados, la conciencia de la opinión pública: es el “eje central” de una moderada nueva regulación keynesiana de la política económica. Sin embargo, en primer lugar, la doctrina neoliberal no es un simple error, sino una reacción a la falta de condiciones reales de revalorización del Capital. Y en segundo lugar, el neoliberalismo de ningún modo funcionaba sin intervención estatal; también la política de privatizaciones y de desregularizaciones era una política estatal. Nada ha cambiado tampoco respeto a la dificultad real de revalorización del Capital, simplemente la crisis la ha puesto en evidencia. De ahí que no puede ser considerada como una vuelta atrás a la política keynesiana de los años 70, de la “época socialdemócrata”.

Esto es lo que se puede leer en la letra pequeña de la nueva euforia de la regulación. El presidente Obama ha anunciado una importante reforma de los mercados financieros que de debe procurar unos controles exhastivos. Pero al mismo tiempo, se han modificado las normas contabilizadoras para que los créditos arriesgados y los títulos sin valor puedan ser mejor escondidos y transferidos. El papel del banco emisor estatizado debe ser reforzado. Pero, al mismo tiempo, este mismo banco debe admitir cada vez más, como “garantía” para el refinanciamiento del sistema bancario, títulos financieros dudosos. El Banco Central Europeo (BCE) se ve obligado también a ir por este camino. El control de la economía de crédito y de las burbujas financieras no ha cambiado su carácter. A ambos lados del Atlántico, el problema no ha sido resuelto, sino simplemente estatizado y aplazado. La nueva regulación keynesiana es más liberal de lo que parece.

En el plano social, una característica esencial de la “revolución” neoliberal fue la mercantilización de todos los aspectos de la vida. Bajo el título de la “gestión de la eficiencia”, todas las relaciones sociales debían ser transformadas en “relaciones entre clientes”, en las escuelas, en las instituciones culturales, e incluso las familias se transformaron en relaciones de empresa. En paralelo, con la “responsabilidad personal” ganaba la esperanza de que cada individuo se asumiera como una empresa bípeda ambulante. También esto fue una tentativa de redefinir de cualquier manera la falta de condiciones reales de revalorización y de pasar por alto el problema. Es una ilusión pensar que puede haber un retorno al Estado Social o a la prestación se servicios públicos, porque apenas el Estado puede asumir de nuevo su propia función de liderazgo. Como la crisis capitalista se agrave, la economización totalitaria proseguirá bajo dirección estatal. En Alemania, puede haber un brusco despertar tras las elecciones federales cuando la administración de la crisis anuncie más atrocidades y, por causa mayor, arremeta contra los nuevos caídos, sin esperanza, “sin responsabilidad personal”.

No es de extrañar que el keynesianismo de crisis se revele como la continuación del liberalismo por otros medios. Ambas doctrinas están unidas incondicionalmente al modo de producción capitalista, como presupuesto inalterable. En ésta crisis histórica, los dos devienen idénticos ya que tanto el Estado como el mercado apenas pueden funcionar, como cuerpo social, bajo los límites de la revalorización del Capital. Dos muertos vivientes de la política económica juntos, no constituyen ningún motor de arranque de la máquina de la revalorización del Capital.

Robert Kurz

Texto original: NEOLIBERALER KEYNESIANISMUS

Publicado en Neues Deutschland 19/06/2009

jueves, 16 de julio de 2009

El Comunismo inédito de Rosa Luxemburgo.

por J.M.


Camaradas y amigos:

Me permito apartarme por un momento de las decisiones del I Encuentro Luxemburguista que hemos tenido en España en el que nos comprometíamos a no sustituir por debates históricos o teoréticos las diferencias que con personas u organizaciones inspiradas en el leninismo pudiéramos tener, que deberían circunscribirse a diferencias surgidas sobre criterios tácticos, de la lucha de clase real, preferiblemente en el contexto de procesos de unidad de acción comunmente compartidos. Asimismo el acuerdo implica también no rehuir ese tipo de debates cuándo sea iniciado desde las mencionadas instancias o medios. El hecho de que no precisaramos la entidad de esas "invitaciones" o su carácter disperso, ni su "oscuridad" me permite con este humilde texto no faltar en demasía al compromiso disciplinario libremente elegido.

Es el caso que algunos luxemburguistas ya habíamos mantenido debates acerca del luxemburguismo con Pepe Gutiérrez Álvarez en las pags de Kaosenlared, también sobre el carácter parcialmente luxemburguista, no bolchevique, de la desaparecido organización Acción Comunista.

Los elogios hacia Rosa Luxemburgo saltan a la vista apenas se teclee su nombre en cualquier motor de búsqueda en la red internet, e inmediatamente nos encontramos con la enumeración somera de sus errores y sobre la anfibológica comparación del vuelo de la revolucionaria con el de una gallina, según la "maldad" de Lenin.

El caso es que tales elogios, interesados, en clave de recuperación tiene su "plantilla" en el artículo de Trotsky:

"Luxemburgo y la IV Internacional":

Actualmente se están haciendo esfuerzos en Francia y en otras partes para construir el llamado luxemburguismo como defensa de los centristas de izquierda contra los bolcheviques-leninistas. Esta cuestión puede adquirir considerable significación. En un futuro cercano, tal vez se vuelva necesario dedicar un artículo más extenso al luxemburguismo real y al pretendido. Aquí sólo voy a referirme a los aspectos esenciales de la cuestión.
Más de una vez hemos asumido la defensa de Rosa Luxemburgo contra las malas interpretaciones insolentes y estúpidas de Stalin y su burocracia. Seguiremos haciéndolo. No lo hacemos movidos por consideraciones sentimentales sino por las exigencias de la crítica materialista histórica. Sin embargo, nuestra defensa de Rosa Luxemburgo no es incondicional. Los aspectos débiles de las enseñanzas de Rosa Luxemburgo han sido desnudados en la teoría y en la práctica. La gente del SAP alemán y otros elementos afines (véanse, por ejemplo, el diletantismo intelectual de la “cultura proletaria” del Spartacus francés, el periódico de los estudiantes socialistas belgas y, a menudo, también el Action Socialiste belga, etc.) sólo hacen uso de los aspectos débiles e inadecuados que de ninguna manera son decisivos en Rosa, generalizan y exageran estas debilidades al máximo y construyen, sobre esa base, un sistema totalmente absurdo.


De esa "plantilla" de Trotsky es muy raro encontrar distancias: la negación de la posibilidad de un luxemburguismo puede encontrarse hasta en los que apenas tienen recuerdo del trotskismo.

Así,el catedrático de Economía de la Universidad de Barcelona, Alfons Barceló, escribe en un artículo sobre Rosa Luxemburgo al que pertenece el párrafo siguiente:

"El militarisme, la guerra i la pau segons Rosa Luxemburg"
Alfons Barceló

"Ahora bien, hasta qué punto merece ser singularizado el pensamiento de Rosa Luxemburgo? O sea: existe el "luxemburguismo"? No es una cuestión fácil de contestar. Es verdad que se puede hacer un listado de elementos destacados y peculiares dentro de su trayectoria vital como pensadora marxista. Su anticapitalisme radical y su oposición al reformismo bernsteiniàno; la importancia asignada a las huelgas de masas como mecanismo básico de intervención política de carácter revolucionario y democrático; su rechazo al nacionalismo entendido como tendencia desviacionista y empobrecedor si se pretendía un sustancial cambio político, liberado de rumores pequeño-burguesas; su profundo respeto por la democracia y las libertades obreras; su visión del imperialismo, el militarismo y las guerras como fenómenos fuertemente entrelazados e interdependientes; su desconfianza contra las alianzas estratégicas con el campesinado por parte del movimiento obrero industrial. Forman, sin embargo, todas estas piezas una unidad orgánica? O, a pesar de estar estructuradas con cierta armonía, son algunas de ellas separables sin que se derrumbe el edificio conceptual global? Me limitaré a apuntar que a mi ver no existe el luxemburguismo, aunque hay que reconocer que hay unas pocas tesis sobre las que ella puso un énfasis especial: la democracia, la iniciativa de las masas, el rechazo de la "nación" como ámbito dominante para la articulación de las personas humanas en sociedad, el carácter del imperialismo como excrecencia del capitalismo desarrollado, el internacionalismo ( "No hay socialismo al margen de la solidaridad internacional del proletariado y no hay socialismo al margen de la lucha de clases "subrayó más de una vez).



Si se considera la poquedad en que quedan a su juicio "la pocas tesis" en que basar el luxemburguismo, su incomprensión de las tesis sobre el imperialismo, la acumulación de capital, que explica al dia de hoy mas claramente que ninguna otra que es exactamente la Globalización, - como haciéndole justicia ha subrayado Walden Bello - , considerando asimismo en que manera despacha la profunda, definitiva brecha, que habría de derivarse de su critica al uso del "derecho de autodeterminación", mal puede pensarse que el luxemburguismo organizado careciera de sustancia real. Aunque puede que el profesor barcelonés se limite a evocar el luxemburguismo larvado de Acción Comunista, ciertamente mas atento a la concepción de Rosa del partido, de su relación con las masas, de su confianza en la creatividad de las masas en trance de revolucionarse - la famosa y mal entendida "espontaneidad" y a su mensaje ético que a sus tesis económicas, mas relevantes si cabe. Esa horaciana autocontención y fidelidad postrera de Barceló a AC no podemos sostenerla algunos que justamente militando también en esa organización llegamos al luxemburguismo "confeso" precisamente a través de aquella.

Como es sabido su obra quedó prematuramente interrumpida, las simpatías con la revolución rusa - compartida con escritores, publicistas, activistas de todo el arco político de la izquierda en esos años - se hallan fuertemente contrabalanceada por las criticas a lo que ya se evidenciaba como corrupción y envilecimiento de los objetivos socialistas, ¡ella no pudo llegar a saber en que modo el comunismo de la III Internacional habría de convertirse en una suerte de pannacionalismo! aúnque puede que Barceló si haya tomado buena cuenta justamente de lo contrario, de la implicaciones de un luxemburguismo posible a ese respecto.

Michel Lövy, mas cercanos a RL que otros miembros del SU de la IV, tampoco se separa en demasía de El Profeta. Lejos estoy yo de enmendarle la pagina a maestro de la talla de Lowy, de ninguna talla, tengo mis objeciones, eso sí, y aunque Lowÿ llega en este breve texto algo mas lejos que los consabidos e interesados - comprehensivos - elogios trostkistas a RL se queda un poco a mitad de camino, en primer lugar porque si bien reconoce en grado superlativo la coherencia de su internacionalismo y su actualidad, no lo vincula claramente a su aportación teórica - La Acumulación de Capital y también su respuesta que tituló Anticritica , que va con este anexo - sobre la necesidad de la acumulación expansiva sobre espacios NO CAPITALISTAS, comunes, sobre ámbitos donde aún reina el marcantilismo, economias campesinas, de susbsistencia, o procurando la ruina del ámbito ex-soviético y favoreciendo la conversión de la antigua burocracia en burguesía compradora. ¿Estamos refiriendonos a la llamada Globalización ? por supuesto que sí, de ahí la actualidad de su pensamiento económico como ha reconocido claramente Walden Bello entre otros.

En segundo lugar, y aunque bien escribe Löwy:

"Pocos como ella comprendieron el peligro mortal que representa para los trabajadores el nacionalismo, el chovinismo, el racismo, la xenofobia, el militarismo y el expansionismo colonial o imperial. Se puede criticar tal o cual aspecto de su reflexión sobre la cuestión nacional, pero no se puede dudar de la fuerza profética de sus advertencias"


es obvio que no ha comprendido o no comparte las consecuencias para el Socialismo que la real-poliitik de Lenin y epígonos tratando de controlar y vehicular las fuerzas identitarias y nacionalistas. El peligro que señala no da cuenta de las consecuencias de tratar de manipular esas fuerzas supuestamente sanas y progresistas, esas exigencias - o deseos tan solo - que en la práctica supone admitir a "las naciones" o a "los pueblos" como sustitutos del proletariado en tanto que "agente" o sujetos de la historia. De este modo el "antiimperialismo" sustituye al anticapitalismo socialista, la independencia de clase por la soberanía nacional, y lo que es tanto o mas grave: al desvincular la lucha por el Socialismo de la lucha por la Democracia, - integral, directa, participativa y, al cabo, económica - , por su ampliación desde los actuales marcos de la democracia liberal, ¡ha permitido que el discurso liberal conserve la legitimidad de la defensa de la Democracia!.

Actuando el leninismo - en sus dos alas, neoestaliniana y trotskista - de las maneras mas incoherentes, oportunistas, ultraizquierdistas, verbalmente "revolucionaristas", le hace el mas grande favor que hacersele pueda a las burguesías y al imperialismo, y, al mas desvergonzado populismo por otra, aunque, por este lado uno se pregunta si no es exactamente lo que buscan y procuran, en Venezuela, Irán, Cuba, regimenes de capitalismo de estado, sincretismo de populismo pseudocialistas y nacionalismo: recrear la URSS, con los matices que el folclor, el color local, aporte.

Cuándo escuche a algún Löwy escribir que el bolchevismo, contra la advertencia de RL, al actuar como paradigma o modelo del movimiento comunista, no ha hecho mas que arruinar y desacreditar a este a todo lo ancho del mundo, entonces empezaré a creer en las alabanzas a Rosa Luxemburgo.

Valga este fragmento final de La Revolución Rusa para aquilatar la distancia al bolchevismo del pensamiento marxista de Rosa Luxemburgo y la exacta justicia quie el proletariado y movimiento socialista internacional debe hacerle:

Rosa Luxemburgo
La Revolución rusa

Todo lo que sucede en Rusia es comprensible y refleja una sucesión inevitable de causas y efectos, que comienza y termina en la derrota del proletariado en Alemania y la invasión de Rusia por el imperialismo alemán. Seria exigirles algo sobrehumano a Lenin y sus camaradas pretender que en tales circunstancias apliquen la democracia más decantada, la dictadura del proletariado más ejemplar y una floreciente economía socialista. Por su definida posición revolucionaria, su fuerza ejemplar en la acción, su inquebrantable lealtad al socialismo internacional, hicieron todo lo posible en condiciones tan endiabladamente difíciles. El peligro comienza cuando hacen de la necesidad una virtud, y quieren congelar en un sistema teórico acabado todas las tácticas que se han visto obligados a adoptar en estas fatales circunstancias, recomendándolas al proletariado internacional como un modelo de táctica socialista. Cuando actúan de esta manera, ocultando su genuino e incuestionable rol histórico bajo la hojarasca de los pasos en falso que la necesidad los obligó a dar, prestan un pobre servicio al socialismo internacional por el cual lucharon y sufrieron. Quieren apuntarse como nuevos descubrimientos todas las distorsiones que prescribieron en Rusia le necesidad y la compulsión, que en última instancia son sólo un producto secundario de la bancarrota del socialismo internacional en la actual guerra mundial.
Que los socialistas gubernamentales alemanes clamen que el gobierno bolchevique de Rusia es una expresión distorsionada de la dictadura del proletariado. Si lo fue o lo es todavía, se debe solamente a la forma de actuar del proletariado alemán, a su vez una expresión distorsionada de la lucha de clases socialista. Todos estamos sujetos a las leyes de la historia, y el ordenamiento socialista de la sociedad sólo podrá instaurarse internacionalmente. Los bolcheviques demostraron ser capaces de dar todo lo que se puede pedir a un partido revolucionario genuino dentro de los límites de las posibilidades históricas. No se espera que hagan milagros. Pues una revolución proletaria modelo en un país aislado, agotado por la guerra mundial, estrangulado por el imperialismo, traicionado por el proletariado mundial, sería un milagro.
Pero hay que distinguir en la política de los bolcheviques lo esencial de lo no esencial, el meollo de las excrecencias accidentales. En el momento actual, cuando nos esperan luchas decisivas en todo el mundo, la cuestión del socialismo fue y sigue siendo el problema más candente de la época. No se trata de tal o cual cuestión táctica secundaria, sino de la capacidad de acción del proletariado, de su fuerza para actuar, de la voluntad de tomar el poder del socialismo como tal. En esto, Lenin, Trotsky y sus amigos fueron los primeros, los que fueron a la cabeza como ejemplo para el proletariado mundial; son todavía los únicos, hasta ahora, que pueden clamar con Hutten: “¡Yo osé!”
Esto es lo esencial y duradero en la política bolchevique. En este sentido, suyo es el inmortal galardón histórico de haber encabezado al proletariado internacional en la conquista del poder político y la ubicación práctica del problema de la realización del socialismo, de haber dado un gran paso adelante en la pugna mundial entre el capital y el trabajo. En Rusia solamente podía plantearse el problema. No podía resolverse. Y en este sentido, el futuro en todas partes pertenece al “bolchevismo”.


Mas allá del reconocimiento y la defensa abierta de su inquebrantable fe en el Socialismo, de su valor y la legitimidad de su esfuerzo revolucionario, la advertencia de Rosa a los bolcheviques es clara: "El peligro comienza cuando hacen de la necesidad una virtud, y quieren congelar en un sistema teórico acabado todas las tácticas que se han visto obligados a adoptar en estas fatales circunstancias, recomendándolas al proletariado internacional como un modelo de táctica socialista. Cuando actúan de esta manera, (...) prestan un pobre servicio al socialismo internacional por el cual lucharon y sufrieron.
Y eso es justamente lo que sucedió, lo que se arruinó y lo que se desacreditó para millones de proletarios de todo el mundo por mas de una generación.

Sevilla 16 julio de 2009

lunes, 6 de julio de 2009

La organización del movimiento Notas provisorias sobre el "partido" en el pensamiento vivo de Rosa Luxemburg Raimundo Viejo Viñas

La organización del movimiento

Notas provisorias sobre el "partido" en el pensamiento vivo de Rosa Luxemburg

Raimundo Viejo Viñas

“La autocrítica sin contemplaciones no sólo es un derecho vital de la clase obrera, es también su más sagrado deber.

Rosa Luxemburg, La crisis de la socialdemocracia (El folleto Junius), 1916.

No hay ninguna calumnia más grosera, ningún insulto más indignante contra los trabajadores que la afirmación de que las discusiones teóricas son solamente cosa de "académicos"

Rosa Luxemburg, ¿Reforma social o revolución?, 1900.

I. Hacia la sociedad del movimiento, un contexto teórico.

A la vista del acontecer político diario de este fin de siglo, todo parece apuntar hacia una idea: si el siglo pasado fue la centuria de la "política de honorables" y el presente abarca cien años de "política de partidos", no cabe duda que el que viene será el de la "política de los movimientos"[i][1]. Ello no significa que cualquiera de estas formas de hacer política no haya estado, esté o vaya a estar presente en cualquiera de los momentos a los que aludimos. Sin embargo, a juzgar por la relevancia que los movimientos sociales están adquiriendo de un tiempo a esta parte, y muy especialmente desde el fin de la Guerra Fría, no parece muy desacertado pensar que la posición central en la configuración de la voluntad colectiva, ocupada hasta ahora por los partidos, se encuentra ampliamente cuestionada, cuando no abiertamente en crisis.

Pero esto no siempre fue así. Muy por el contrario, si alguna forma de organización ha marcado la historia de este siglo esa es, sin duda, el partido político. Desde los gobiernos democráticos hasta los totalitarios, el partido ha ocupado una posición central en la configuración del régimen político (tal vez por esta razón, justo ahora, en el ocaso de dicha centralidad, algunos miembros nostálgicos de esa "clase política de partido" nacida con el siglo apuntan en vano fórmulas del estilo "partido de nuevo tipo" o reclaman, de manera menos ocurrente, una vuelta a los "buenos viejos tiempos"). Así, para quienes participan en el “ideosistema”[ii][2] socialista, en la misma medida en que la bancarrota del "socialismo realmente existente" facilita una relativa universalización de los regímenes pluralistas, este fin de siglo supone también el fin de la doctrina de partido que marcó la vida política de los regímenes del Este: el leninismo. No es de extrañar, por tanto, que quienes ayer más se aferraban a dicha doctrina, hoy proclamen el triunfo del modelo de partido liberal en el cual la historia del presente siglo ha ido inscribiendo a la mayoría de las organizaciones de partido originadas en el movimiento obrero (incluidos los partidos comunistas de la Europa occidental).

No obstante, esta pretendida universalización del modelo liberal difícilmente puede ser llevada a cabo sin verse directamente afectada en sus fundamentos. Después de todo, las instituciones que integran el modelo de régimen político liberal (parlamentos, partidos, etc.) son el resultado de un proceso que ha llevado siglos a aquellas formaciones sociales en las cuales tuvo origen[iii][3]. De hecho, sólo desde la euforia ultraliberal que siguió al derrumbe del Telón de Acero puede resultar comprensible la ingenuidad con que se recetaron muchas de las políticas constitucionales "de diseño" características de las transiciones europeo-orientales[iv][4]. Pero aún es más: en tanto que sostenidas en el marco de un determinado orden internacional, las diversas variantes del modelo liberal podían desarrollar su funcionamiento al amparo de las constricciones coercitivas que imponía el militarismo propio de la Guerra Fría. Con ello, el destino de la democracia de partidos se ligaba al de la guerra misma. Por este motivo, entre 1989 y 1991, al desembocar el fin del conflicto bélico entre superpotencias en la Guerra del Golfo, los movimientos sociales fueron liberados en buena medida de sus antiguas constricciones probando un nuevo carácter transnacional en el que los medios de comunicación jugaron un papel decisivo.

En suma, el final del "corto siglo XX" (1914-1991)[v][5] nos devuelve en cierta manera al punto de partida, esto es, al momento en que el partido político hacía su aparición como forma de organización por excelencia en la catálisis del conflicto social. Hoy, como entonces, se hace válida la regla: "aquellos movimientos que olvidan su historia están obligados a repetirla". Pero la Historia, en su condición de componente fundamental del ideosistema socialista no es un simple depósito de recuerdos o la mera narración de luchas heoricas. Muy al contrario, en la matriz ideológica del Socialismo, en general, y en su tradición marxista occidental más en particular, la Historia no es sino esa "reelaboración consciente" (aufarbeitung) del propio pasado, el proceso deliberativo que permite la reformulación de aquellos elementos inscritos en el sistema de ideas mediante la exclusión, éticamente fundamentada, de aquellas acciones que obstruyen la consecución de los objetivos inicialmente planteados; el debate en suma, que permite "aprender de la Historia". Es, por tanto, en los paralelismos de este nuevo contexto, en el valor histórico de la memoria colectiva, allí donde recuperar críticamente las ideas de Rosa Luxemburg sobre la organización del movimiento se hace más pertinente que nunca.

II. De la "política de élites" a la "política de masas", un contexto histórico.

El siglo que ahora termina comenzó su trayectoria marcado por la irrupción de las masas en la política. A lo largo de la centuria precedente, impulsada por el desarrollo imparable del capitalismo industrial, se había ido gestando una participación cada vez mayor de las masas en los conflictos políticos. Con un “ciclo de protesta”[vi][6] en su punto más bajo, las organizaciones nacidas del movimiento obrero agrupadas en torno a la II Internacional, se enfrentaban al cambio de siglo inmersas en el debate revisionista provocado, en no poca medida, por Bernstein y las circunstancias específicas de la socialdemocracia alemana. Desde esta perspectiva, la revolución de 1905 en Rusia se nos presenta como un aviso premonitorio, el síntoma inequívoco de que un nuevo ciclo de protesta, esta vez de unas dimensiones desconocidas, se encontraba en marcha. En este sentido, la liquidación de la II Internacional fue el fin de una hija del ultimo gran ciclo de protesta decimonónico, del mismo modo en que la III Internacional vino al mundo de la mano del nuevo ciclo de protesta que tuvo su referente en la revolución de 1917.

En efecto, el 4 de agosto de 1914, al pactar la dirección socialdemócrata con el Káiser y el Estado Mayor, la organización más importante del movimiento obrero internacional, el partido socialdemócrata alemán (SPD), liquidaba, de facto, los fundamentos sobre los que se había articulado hasta entonces la II Internacional. Se inauguraba así una nueva era que habría de ser definida, en lo organizativo, por la centralidad del "Estado de partido/-s" (Parteienstaat). Como tal, el Estado de partidos entonces emergente procuraba una solución basada en la "política de élites" frente a la "política de masas", o lo que es lo mismo, en el ejercicio autoritario del gobierno representativo que permitía la "ley de hierro de la oligarquía". Este principio, original del análisis del malogrado Robert Michels[vii][7] sobre los mecanismos subyacentes al funcionamiento interno del SPD durante la época del Imperio, fue puesto a prueba (con éxito aparente) en la votación de los créditos de guerra. De hecho, en su condición de análisis propio de las fases bajas del ciclo de protesta, el estudio de Michels ponía de manifiesto una confianza excesiva en las posibilidades de la "política de élites". Pero integración de élites no significa necesariamente integración de masas. Tal y como demostraría poco después la historia de la República de Weimar, la imposibilidad de asegurar la estabilidad del orden político constituido mediante la ley de hierro, terminó por conducir al déficit de legitimidad que hizo posible el ascenso del nazismo en su conjunción de "política de masas" y autoritarismo extremo.

Por todo ello, aun cuando siempre nos fuese posible coincidir con Michels en que, en efecto, el grado de integración institucional de una parte mayoritaria de las élites socialdemócratas se pudo medir finalmente por la ley de hierro, sería errado pretender la extensión de su teoría a la "política de masas". De hecho, en la misma medida en que eran formuladas desde la dominación como premisa de toda forma de acción política, las teorías finiseculares de la organización concernientes a las élites de los partidos difícilmente podían haber dado cuenta de la nueva dinámica con que la política de masas inauguraba el siglo. Es más: incluso en el dudoso caso de que la lógica de la acción de las masas reconociese, y aun aceptase, las constricciones autoritarias de las estructuras partidísticas, la política de élites se vería final e inevitablemente supeditada al dictado de la competición por el apoyo y sustento de mayorías siempre precarias[viii][8].

Así las cosas, la originalidad del logro teórico capaz de dar cuenta del reto que representa "la política de masas" no corresponde a la tradición de los teóricos de la política de élites cuales Mosca, Pareto o el propio Michels, ni siquiera a ese híbrido que es la teoría leninista de la vanguardia o a los posteriores remedos de ésta, sino a la tradición libertaria del pensamiento político marxiano en general y al de Rosa Luxemburg más en particular. Después de todo, sólo desde el centro neurálgico en que se dirimía a comienzos de siglo la lucha por la emancipación resulta posible recuperar las coordinadas del proceso histórico. Más aún: es desde la incardinación de la reflexión luxemburguiana sobre la organización del movimiento en los contextos histórico y teórico antedichos donde seguir el hilo de sus argumentaciones deviene inevitablemente en una praxis cognitiva fecunda que nos ayuda a resolver el reto intelectual, siempre postergado, de su obra. ¿Cómo iniciar, pues, semejante tarea?

III. La organización como proceso.

De entre todas las obras de Rosa Luxemburg, Problemas de organización de la socialdemocracia rusa (1904) es, sin duda, la primera, y tal vez la más relevante, en recoger de manera concisa sus posiciones acerca la organización del movimiento. Por aquel entonces, el movimiento obrero salía de la fase a la baja del ciclo de protesta que había dado origen a las estrategias institucionales de la II Internacional. Con su crítica radical a las posiciones revisionistas de Bernstein, expuesta en la obra ¿Reforma social o revolución? (1900), Rosa Luxemburg no sólo había logrado para sus ideas una gran resonancia en el conjunto del movimiento obrero alemán, sino que había conseguido también abrir un importante debate sobre la estrategia del movimiento obrero de cara al siglo que entonces comenzaba. En circunstancias bien distintas a las de la socialdemocracia alemana, el movimiento socialdemócrata ruso había iniciado el siglo con un grado de organización mucho menor y una escisión decisiva entre bolcheviques y mencheviques (1903). Poco después, una vez consumada la ruptura del movimiento socialdemócrata ruso, Lenin escribe Un paso adelante, dos pasos atrás, un balance en el que además de explicar sus posiciones, expone su teoría sobre la organización del movimiento: el partido centralista. La crítica de Luxemburg no se hizo esperar y en julio de 1904, Die Neue Zeit e Iskra, las dos publicaciones más relevantes del movimiento obrero alemán y ruso, publican Problemas de organización de la socialdemocracia rusa, una crítica radical a la noción leninista de centralismo (parte I) desde la que se aborda la relación de éste con el oportunismo (parte II). Sin embargo, considerada en toda su negatividad, la crítica de Luxemburg va mucho más allá de la mera crítica del centralismo según Lenin, conllevando, en sí misma, toda una teoría alternativa: la organización del movimiento.

Al igual que un día hiciera el Marx con escritos como El 18 de Brumario de Luis Bonaparte, Rosa Luxemburg dirigía todos sus esfuerzos intelectuales en Problemas de organización de la socialdemocracia rusa a saldar cuentas con un presente decisivo y de tempo histórico acelerado. Así, en íntimo diálogo con las concepciones marxianas y aun acentuando sus posiciones al compás del momento histórico que le tocó vivir, Rosa Luxemburg se confrontaba con la nueva realidad del siglo entrante desde una óptica bien distinta de aquella otra sostenida por las posiciones mayoritarias en la Socialdemocracia alemana. De manera semejante, su planteamiento respecto a los riesgos del parlamentarismo no podía ser más definitivo: no hay política de élites que no sea una política burguesa, así como no hay política de clases que no sea al tiempo una política de masas. He ahí la razón de ser de la Socialdemocracia: organizar el movimiento, performar discursivamente el marco que defina la posibilidad misma de una acción colectiva; en definitiva, dotar al conflicto social de un significado concreto radicado en su propio centro; de lo que, expresado en términos de la acción, se nos presentaría como “sentido histórico” ("El movimiento socialdemócrata es el primero en la historia de las sociedades de clases que, en todos sus elementos, en toda su evolución, está pensado para la organización y para la acción directa y autónoma de las masas"[ix][9]). Esta centralidad y autonomía de la política de masas frente al Estado y sus élites (incluídas las del SPD) deviene así en el eje de la acción política y sirve a Rosa Luxemburg para abordar el problema organizativo de una manera tan novedosa a sus coetáneos como imbricada en las luchas del movimiento obrero de su tiempo.

En efecto, fruto de la centralidad y la autonomía de la política de masas, en el conjunto de su obra, masas, movimiento y partido terminan siendo partes de un continuo social indivisible, circunscrito a los límites de la clase y dentro del cual se evidencian diferentes grados de consciencia resultantes, a su vez, de las distintas formas de participación en la acción colectiva ("…la Socialdemocracia no está ligada a la organización de la clase obrera, sino que ella misma es el propio movimiento de la clase obrera"[x][10]). Tal es el criterio, en fin, con el que se define al “partido”, esto es, a la “parte litigante” que en la lucha de clases integra aquel núcleo de individuos que, por su mayor grado de consciencia, dispone de la capacidad para organizar el movimiento. En definitiva, la acción desencadena la consciencia y ésta, a su vez, produce la organización ("La táctica de la Socialdemocracia en sus rasgos principales no se 'inventa'; es el resultado de una serie ininterrumpida de grandes actos creadores de la lucha de clases experimental y a menudo elemental. También aquí lo inconsciente precede a lo consciente, la lógica del proceso histórico objetivo va por delante de la lógica subjetiva de sus portadores"[xi][11]); una organización que, por lo demás, sólo puede ser comprendida como proceso ilimitado, absoluto y expansivo, inmersa en un permanente desarrollo que no puede ser sino Comunismo (“el movimiento real que supera el presente estado de las cosas[xii][12]). La política de masas deviene así en la política de la propia emancipación, o lo que es igual, en la disolución misma de las estructuras de autoridad sobre las que se fundamenta la dominación de las élites y por ende de las clases.

No obstante, en la misma medida en que la lucha por la emancipación no responde a la lógica de la autoridad, el “partido”, en su condición de agente catalizador del conflicto tampoco puede sustraerse a la lógica del proceso liberador, de tal manera que, en la organización del movimiento, éste se ve abocado a ser, en sí mismo, precondición de la transformación social que promueve (“Los cambios más importantes y fecundos de la última década no han sido producto de la ‘inventiva’ de ningún dirigente del movimiento y menos aún de algún órgano de dirección; han sido siempre el producto espontáneo del movimiento puesto en acción.[xiii][13]). De lo contrario, y así lo demostraría la trágica historia de la República de Weimar, dicho agente se vería inevitablemente condenado al fracaso y a verse superado por la lógica de los acontecimientos (“La dirección ha fracasado. Pero la dirección puede y debe ser creada de nuevo por las masas y a partir de las masas. Las masas son lo decisivo, ellas son la roca sobre la que se basa la victoria final de la revolucion.[xiv][14]).

IV. Partido y movimiento, una nueva relación.

De nuevo en el presente, quien sabe si en los albores de la sociedad del movimiento, las implicaciones de todo lo visto no pueden ser mayores para la teoría de la organización del “partido”. Tal vez sea por ello que, al visitar de nuevo las ideas de Rosa Luxemburg respecto a la organización del movimiento, volvemos a encontrarnos, una y otra vez, ante la reiterada noción de la organización como perspectiva consciente de lo político, como una voluntad que crea su propio tiempo; un tiempo que es siempre “futuro”, condición temporal del proceso revolucionario ontológicamente comprendido (“La revolución, mañana ya ‘se elevará de nuevo con estruendo hacia lo alto’ y proclamará, para terror vuestro, entre sonido de trompetas ¡Fui, soy y seré![xv][15]). Al fin y al cabo, la inevitable emergencia del conflicto, el carácter espontáneo de éste o la innovación permanente del repertorio de la acción colectiva son rasgos, todos ellos, característicos de la política de masas; la organización de ésta, entorno al principio de la acción consciente, el paso al movimiento; y el partido, en fin, no deviene sino en un remanente activo de la lucha, una suerte de comunidad de discurso a un tiempo delimitación pura de la experiencia histórica colectiva y saber hacer revolucionario (“…entre el núcleo del proletariado consciente ya organizado en el firme cuadro del partido y el sector que le rodea, afectado ya por la lucha de clases y en proceso de esclarecimiento en cuanto a su situación de clase, no puede levantarse jamás un muro de absoluta separación[xvi][16]).

Para Rosa Luxemburg, por tanto, la organización no ha de ser considerada como una realidad jurídicamente diferenciada, esto es, como un poder constituido que se define de forma abstracta en su atemporalidad y que integra una minoría, revolucionaria tan sólo por disociada en su fuente de legitimidad del pretendido monopolio estatal. Tal es, después de todo, la diferencia entre la organización de masas y el “grupúsculo golpista de inspiración jacobino-blanquista”: la organización como un proceso histórico concreto que adquiere forma en la participación consciente, en la necesidad de conferir un sentido performador a la acción colectiva ("En el movimiento socialdemócrata tampoco la organización, a diferencia de los intentos anteriores, utópicos, del Socialismo, es un producto artificial de la propaganda, sino un producto histórico de la lucha de clases a la que la Socialdemocracia [el "partido"] solamente aporta consciencia política"[xvii][17]). A diferencia del modo en que opera el planteamiento leninista al inscribir el funcionamiento de la organización en la lógica temporal, siempre pretérita y limitada del poder constituido, la propuesta luxemburguiana entiende la organización como un poder constituyente siempre preterido, el procedimiento absoluto e ilimitado de la democracia como deliberación y participación en lo público ("lo que decide el valor de una forma de organización no es el texto literal del estatuto, sino el espíritu vivo que le confieren los militantes activos"[xviii][18]).

De este modo, una vez superadas las barreras del poder constituido y expresada la política de masas en términos de lucha por una emancipación, se descubre en Rosa Luxemburg una nueva relación entre partido y movimiento por la que el primero sólo adquiere “sentido histórico”, capacidad real para la acción, en función del segundo. A él se debe y sólo en la acción colectiva, en el curso de la organización y resolución del conflicto, deviene el partido en el agente catalizador que reclama “la superación del presente estado de las cosas”. Por lo tanto, un partido sin movimiento como resultante de una inversión de la lógica del poder constituyente por aquella otra del poder constituido no conduce sino a la deslegitimación a la que más tarde seguirá, indefectible, la deserción de las masas (“Pero desde nuestro punto de vista, es equivocado pensar que sea posible sustituir ‘provisionalmente’ el dominio todavía irrealizable de la mayoría de los obreros conscientes en el seno de su organización de partido por un ‘poder absoluto delegado’ de la instancia central del partido y reemplazar el control público de las masas obreras sobre la actividad de los órganos del partido por el control opuesto sobre la actividad del proletariado revolucionario ejercido por un comité central[xix][19]).

En la actualidad, ya ido el “corto siglo XX”, la bancarrota de la doctrina de partido inspirada por el leninismo reclama del ideosistema socialista alternativas a las formas de organización históricamente conocidas (“El ultracentralismo preconizado por Lenin no nos parece impregnado de un espíritu positivo y creador, sino del espíritu estéril del vigilante nocturno. Toda su atención se concentra en el control de la actividad del partido y no en su fecundación, en su restricción antes que en su despliegue, en el recelo y no en la puesta en marcha del movimiento) [xx][20]. Un movimiento del partido y no un partido del movimiento aboca inevitablemente al fracaso exclusivo de la “dirección; y ello con unos costes sociales que sólo la Historia puede cifrar.





[i][1]Vid. TARROW, S. (1997): El poder en movimiento, Alianza Editorial, Madrid; especialmente capítulo 11.

[ii][2] Vid. HAMILTON, M. (1987): “The Elements of the Concept of Ideology”, en Political Studies, 35/1.

[iii][3] En este sentido, véanse las colaboraciones de Claus Offe y David Stark en J, HAUSNER, B. JESSOP y K. NIELSEN (Eds.): Strategic Choice and Path-Dependency in Post-Socialism, Edward Elgar, Aldershot, 1995.

[iv][4] Vid. TAIBO, C. (1998): Las transiciones en la Europa central y oriental, Los libros de la catarata, Madrid.

[v][5] Vid. HOBSBAWM, E. (1994): Age of Extremes. The Short Twentieth Century, Abacus, Londres.

[vi][6] Vid. TARROW, S. (1991): “Ciclos de protesta”, Zona Abierta, 56.

[vii][7] Vid. MICHELS. R. (1911): Zur Soziologie des Parteiwesens in der modernen Demokratie.

[viii][8] Una lectura tal es la que actualmente predomina en los enfoques politológicos que abordan el estudio de la organización de partidos como un problema de las elites.

[ix][9] Vid. LUXEMBURG, R. (1904): Problemas de la socialdemocracia rusa.

[x][10] Ibid.

[xi][11] Ibid.

[xii][12] Vid. MARX, K./ENGELS, F.(1846): La ideología alemana.

[xiii][13] Vid. LUXEMBURG, R., Ibid.

[xiv][14] Vid. LUXEMBURG, R. (1919): El orden reina en Berlin

[xv][15] Ibid.

[xvi][16] Vid. LUXEMBURG, R. (1904): Problemas de la socialdemocracia rusa.

[xvii][17] Ibid.

[xviii][18] Ibid.

[xix][19] Ibid.

[xx][20] Ibid.